Salvador Rodríguez es un destacado médico que ahora vive en Puebla. Durante los inicios de mi carrera profesional resultó mi mentor, a pesar de ser él un brillante y destacado cirujano y yo apenas un internista en sus inicios; me mostró cómo acercase, entender, atender y servir a los pacientes, de las cosas más difíciles de enseñar y aprender en la medicina. Con el tiempo nos hicimos amigos y ahora es un lector puntual de esta columna, con frecuencia me hace llegar sus comentarios; no siempre está de acuerdo con lo que escribo y me escribe al respecto. En la nota que escribí sobre Ida Vitale me envió su beneplácito y me invitó a escribir sobre otros poetas, ahora mexicanos; por eso, ahora pongo unas líneas sobre Renato Leduc. Quien fue un escritor mexicano polifacético, en su tiempo conocido, siempre controvertido; su faceta como poeta es quizá la menos conocida, pero es la más destacada y que ha perdurado, y perdurará, a lo largo del tiempo.
Nacido al final del siglo XIX en la Ciudad de México, se desarrolla a lo largo del siguiente siglo como un intelectual diferente. Además de haber escrito algunos poemas y publicarlos en libros “poco comprados, pero muy reproducidos”; también estudió leyes y en los años 30 se hace funcionario de la Secretaría de Hacienda y es enviado a Europa donde, en Francia, Bélgica y el Reino Unido desarrolla funciones sui generis; es enviado para tratar de vender petróleo mexicano y hacer que las industrias de esos países cambiaran el carbón por el petróleo en el consumo de energía. No sabemos de sus resultados, pero en ese papel –y como funcionario de la Cancillería– jugó un papel fundamental al final de Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial.
Fue uno de los que ayudó a salir del horror en que se había convertido Europa, auxilió a muchos españoles, judíos y personas de otras nacionalidades; con la colaboración de Gilberto Bosques, sin duda el personaje más distinguido en este sentido, y oponiéndose a muchos otros funcionarios que no estaban entusiasmados en esta tarea. Tras muchas dificultades y tropiezos, logra salir de Lisboa, varios años pasaron cuando fue enviado a Nueva York cumpliendo su papel de funcionario hacendario.
Un periplo muy interesante es que intenta sacar a Leonora Carrington, la famosísima pintora, y sólo lo consigue contrayendo matrimonio con ella. No sabemos si se casó con ella únicamente por ese motivo, o fue deslumbrado por los atractivos de la enorme representante del surrealismo. El caso es que permanecieron juntos durante la estancia neoyorquina y cuando Leduc se hartó de ser funcionario y regresó a México para ser escritor, vivieron algunos años reunidos. Al final se separaron y cada uno continuó su camino, Leonora expresó alguna vez que Leduc era la representación más viva del surrealismo.
Cuando llegó a México se enfrentó a diversas dificultades y –después de haber dado cuenta de sus ahorros– empieza a trabajar como periodista, dónde consigue establecerse de manera sólida, escribiendo simultáneamente en varios periódicos y revistas. Eso y su debilidad ante las largas comidas (y al parecer también las bebidas) lo hicieron decaer en su labor como escritor. Sin embargo, siguió publicando libros de poesía y prosa, pero como él decía: “no se puede vivir de ellos, porque se vendían poco y reproducían mucho en el mimeógrafo.” Aunque en su labor periodística escribía mucho sobre toros (una de sus pasiones), sobre aspectos sociales, además como crítico y analista político fue donde adquirió gran relevancia.
Muchos de los libros que publicó son muy difíciles de conseguir y no se han hecho nuevas ediciones. Afortunadamente el Fondo Cultura Económica publicó en el año 2000 su Obra Literaria, reunida por Edith Negrin y con un prólogo de Carlos Monsiváis. Se reimprimió en el 2016 y se puede, aún, conseguir fácilmente. Carlos Monsiváis, que no era muy prolijo en sus elogios, lo hace ampliamente en este libro; nos hace notar que a Leduc le llamaban bohemio para menospreciarlo pero que él era simplemente antisolemne y que su obra está llena de originalidad, cercana al pueblo y sin temor a ser expresada llanamente. Ya Edmundo O’Gorman en el prólogo de su libro Versos y poemas (1946), había expresado: “Las palabras gruesas, el cinismo y el desparpajo en decir ‘cosas que no se dicen’ le dan un aire muy personal a la poesía de Leduc.”
Algunos de los títulos de las obras de Leduc encierran el misterio que luego desarrolla en ellos: Catorce poemas burocráticos y un corrido reaccionario para solaz y esparcimiento de las clases económicamente débiles (1963). Algunos poemas deliberadamente románticos y un prólogo en cierto modo innecesario (1933), que contiene Romance didáctico acerca del cometa, del amor, de la luna y otros objetos usuales.
Yo conozco, además del magnífico prólogo de Monsiváis, dos obras que analizan su biografía. Seguramente existen más. José Ramón Garmabella, otro escritor antisolemne que destacó como periodista también en tópicos muy diversos, escribió Renato por Leduc (1981) en el que nos narra y analiza muchos aspectos de su vida. Guillermo Chao Ebergenyi, otro autor no justipreciado que se dedica al periodismo y que tiene algunas obras muy importantes; en La Maleta Mexicana (2014) nos relata aspectos de la vida de Leduc, especialmente de su periplo europeo.
Quién deseé disfrutar de las palabras, que éstas además de hacer que las aprecie, lo hagan meditar en aspectos sociales y que ocasionalmente la antisolemnidad le arranque carcajadas, debe intentar leer la poesía de Renato Leduc.
Lecturas recomendadas:
Renato Leduc. Obra literaria. Prólogo de Carlos Monsiváis. Fondo de Cultura Económica. México 2000. Primera reimpresión 2016.
José Ramón Garmabella. Renato por Leduc. Oceano. México. 1981.
Guillermo Chao Ebergenyi. La Maleta Mexicana. Planeta. México. 2015.