¡Cómo al perico!

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Literalmente así me pusieron varios aficionados al tratar de, entre siglos, decidir quién es el torero más representativo y por eso me preguntaba: ¿Escoger, seleccionar a los mejores? ¿En función de qué criterios? ¿Quién soy yo?

Decía que no había comparación posible entre las figuras principales del toreo en el Siglo XX y el que transcurre, que además el espacio que es breve y la memoria que es corta, pudieran llevarme a involuntarias omisiones.

Usando la última, recuerdo en una entrevista inolvidable a Paco Camino que realizamos en un hotel en Polanco el licenciado Julio Téllez y el que escribe para “Toros y Toreros” del Canal 11, al comentar ‒su servidor‒ que de un mano a mano en Querétaro hacia los años setenta, entre Paco y Manolo Martínez, había observado que al ejecutar el sevillano la chicuelina y luego un cambio de muleta de mano, Manolo en su siguiente turno, había ejecutado el lance y el pase que minutos antes había ejecutado el español en el mismo sendero aderezado, con propia expresión.

Paco con esa manera de hablar tan propia de su tierra, nos dijo: “los güenos toreros nos parecemos, a mí algún cronista me dijo que tenía cosas de Ordoñez”. Esto constituyó un claro argumento del llamado “Mozart del toreo”.

“Los güenos toreros entre siglos”, como dijo Paco, creo que no rebasan a nivel estelar a la veintena y ahí usted póngale los nombres que guste y mande; recuerdo algunos párrafos de mi artículo anterior “Toreros, entre siglos” (https://elsemanario.com/colaboradores/luis-ramon-carazo/213246/toreros-entre-siglos/):

El toreo ha evolucionado, el espectáculo y los aficionados somos diferentes. Lo que sí queda es el símbolo del toreo, el ritual del enfrentamiento de un hombre o una mujer con un animal agresivo, pero noble y que cada vez más se pretende sea útil para lo lúdico y no para la tragedia.

Respeto, admiración, a veces embelesamiento, son algunas de las sensaciones que despiertan ciertas actuaciones de los toreros, ciertas faenas ante determinados toros dentro de una circunstancia muy específica. Pero ese conjunto de valores y apreciaciones siempre está conducido por la pasión, la cual impide ser frío y objetivo.

Es claro que en un espacio de tiempo de más de cien años, el toreo se ha transformado de una lucha sin cuartel, en una actividad esencialmente plástica y de intención estética.

Asimismo, en mi columna de la semana pasada concluí con algunas preguntas donde más brincaron las pasiones:

¿El estoicismo de José Tomás es comparable con la quietud de Manolete?

¿La maestría de Ponce con la de Joselito El Gallo

¿La calidad en el capote de Curro Romero con El Calesero?

¿La melancolía del toreo de Morante con Rafael de Paula en la Verónica?

Lo de José Tomás sirvió para que varios aficionados viejos y jóvenes afirmarán que el de Galapagar es mejor torero que el de Córdoba, y que en esta época a diferencia de la de Manolete, se lidian en España toros y no utreros como en la época del Califa.

La otra de Ponce con Gallito, fue motivo de escándalo pues me escribieron y dijeron que cómo era posible que comparara al sabio del toreo de principio del siglo pasado, con uno que, según varios, es un torero ventajista y otros epítetos como que Enrique es un costal de mañas para no arriesgar; y así, otros más que no repito para no ofender, sin tomar en cuenta que ninguno vio a Joselito y sólo por la literatura y unas pocas imágenes emiten su draconiano juicio. Pero en fin, repito, ¿quién soy yo para refutarlos? Si así lo piensan.

Alguno me dijo que nada de que Manolete caracteriza al toreo; que soy hispanista, pues el mejor de todos, el ídolo non, lo fue el Compadre Silverio y luego Manolo Martínez, en ese orden.

En fin, lo que se demuestra es que tal vez en esta época existen muy buenos toreros y para muestra al relance; me dirían de lo visto en Pamplona con Ferrera o la ilusión que genera Ginés Marín.

Tal vez lo que falte sea eso que percibí en los comentarios, “Pasión”, y lo pongo con mayúscula, ésa que derramaban por los poros los toreros de antaño y que hoy se ha convertido en amable cofradía. Aquél celo que provocaba pleitos y antagonismos entre toreros, profesionales y aficionados, aquella pasión que provocaba que en los tendidos hubiera pleitos y llenos impresionantes.

Aquella “Pasión”, y recurro a Paco Camino, quien al preguntar si algún torero lo había intimidado en la puerta de cuadrillas nos contestó a Julio y a mí: de chiquillo me espantó un tío moreno y cacarizo cuando al partir plaza nos dijo a los alternantes ¡Que Dios reparta cornadas, cabrones! Y se refería al inolvidable venezolano César Girón, quien junto a César Rincón de Colombia, representaron con grandeza al toreo de Sudamérica como hoy lo hace por Perú, Roca Rey.

¿Ése será ese el ingrediente que falta actualmente? A usted que me lee, dejo la respuesta.

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