La caída del PIB este 2020 será bastante mayor a la de 1995, que fue de 6.22% y causó la pérdida de millón y medio de empleos. Era inevitable que tal desastre se trasladara al sistema bancario, como volverá a ocurrir este 2020; la caída de actividad y del empleo dejó a empresas y personas deudoras de los bancos sin poder pagar sus créditos.
Hace ocho días nos referimos a la propuesta de Carlos Obregón y Jorge Mariscal de abrirle créditos a personas y empresas en montos y plazos suficientes para solventar la pérdida de ingresos y de activos de negocios que causará la cuarentena sanitaria.
Agustín Carstens, exsecretario de Hacienda y actual Director General del Banco de Pagos Internacionales, opina lo mismo: “para atajar la crisis [los apoyos] deben llegar a las personas y las empresas”, y agrega que los mecanismos de intervención de los bancos centrales “deben establecerse de manera urgente”.
El Banco de México debería estar trabajando en ello.
El error del pasado, en México y en el mundo, fue haber “rescatado” a los bancos de las crisis financieras, en vez de haber rescatado a las personas y a las empresas deudoras con créditos a largo plazo que les permitieran resarcir sus pérdidas y pagar sus deudas.
El rescate de los bancos de México en 1998 es –en tiempo presente– un desfalco a la nación; consiste en que el Fobaproa, luego IPAB, les compró su cartera incobrable, al valor contratado de 552 mil millones de pesos, por los que se han pagado más de 677 mil millones de pesos en intereses. No obstante, de acuerdo con el Presupuesto de Egresos de la Federación 2019, los pasivos del IPAB ascendían a un billón 32 mil 288 millones de pesos el año pasado.
Si no se actúa con sentido de urgencia para definir cómo canalizar créditos a personas, empleadas o desempleadas, y a empresas para que puedan pagar sus deudas a los bancos, vendrá una crisis de las funciones bancarias y la ineludible necesidad de restablecerlas, al costo que sea.
Para evitar esa crisis, la propuesta de Carstens es “convencer a los bancos para que presten, utilizando para ello programas de financiación para préstamos de los bancos centrales”.
Los bancos, ciertamente, tienen enorme liquidez, pero no le dan crédito a personas con deudas impagadas ni a empresas con balances negativos de su negocio. De ahí la necesidad de intervención del Banco Central. Para volver a convertir en sujetos de crédito a los deudores, el Banco de México, en nuestro caso, tendría que ofrecer garantías colaterales y operar como banca de segundo piso para descontar los créditos que se contrataran con la banca privada.
¿A quién irían esos préstamos? A personas físicas –muchas familias pueden perder su casa si no pagan su hipoteca, por ejemplo– y a micro, pequeñas y medianas empresas que no hayan despedido o reducido el salario de sus trabajadores, que ofrezcan garantías de pago y que estén al corriente en sus obligaciones fiscales.
Sin embargo, el Banco de México, apegado sus principios, anunció el martes una serie de medidas referidas a las instituciones de banca múltiple y de desarrollo, a las que se destinarán recursos hasta por 750 mil millones de pesos con la intención de facilitar que, en medio de la volatilidad, otorguen financiamiento a diversos mercados.
El criterio es atender las necesidades de financiamiento de personas y empresas, tomando en cuenta las dificultades en que la volatilidad ha puesto ya a los intermediarios bancarios; veremos si tan millonaria intervención en apoyo al “sistema financiero”, no se atasca antes de que llegue a las personas y empresas, y si no deriva en otro “rescate” bancario mal disfrazado.
No hay manera de evitar un costo social de la contracción económica, pero sí se le puede reducir si se toman decisiones en Banxico a la altura de circunstancias sin precedentes, que reclaman abandonar viejas ideas.
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