Ante el derrumbe del modelo neoliberal en el mundo, dice el presidente López Obrador en su presentación de La nueva política económica en los tiempos del coronavirus, divulgada el 15 de mayo pasado, “sería un absurdo insistir en aplicar ese mismo paradigma para enfrentar la actual crisis económica (…), que en los hechos, provoca nuevos ciclos de concentración de la riqueza”.
Siendo esto cierto, que lo es, la alternativa que va siguiendo el gobierno es radicalmente más justa pero, ¿es viable económica y políticamente?; otros gobiernos progresistas, más cercanos a la socialdemocracia como el nuestro, que a cualquier corriente socialista o algo semejante, han fracasado y el fracaso de la 4T, como ya han dicho otros analistas, es el mayor peligro para México.
Detrás de la cuarentena sanitaria, en todo el mundo avanza una crisis económica y social en varios campos: la caída de la demanda de consumo por el confinamiento, la caída de la oferta por cierre de actividades y falta de insumos, la quiebra de empresas que no puedan soportar pagos de deudas, nómina, impuestos y demás; alto riesgo de una crisis financiera; la pérdida de empleos, que en México será mayor a un millón y de ingresos en todos los estratos sociales que, por supuesto, tendrá las peores consecuencias entre quienes viven en condiciones de pobreza.
Esa situación la están viviendo todos los países capitalistas, y en la mayoría de ellos, los gobiernos han resuelto endeudarse para inyectar sumas billonarias, sin precedentes, al objetivo de salvar de la quiebra al mayor número posible de empresas mediante apoyos fiscales y crediticios; en menor medida se refuerza el consumo de la gente.
La apuesta de López Obrador va en otro sentido sobre dos premisas: que el fin último del Estado es el bienestar general de la población, no “la obsesión tecnocrática de medirlo todo en función del mero crecimiento”, y que “la separación entre el poder económico y el poder político se está convirtiendo en una realidad”.
La estrategia con la que pretende romper “el molde que se usaba para aplicar las llamadas medidas contracíclicas” se arma con varios elementos; el primero es que y “en vez de conseguir líneas de crédito para endeudar al país (…) nosotros estamos optando por intensificar el combate a la corrupción”.
Uno de esos frentes de combate es el influyentismo en la condonación de impuestos a grandes contribuyentes, para tener una recaudación significativamente mayor y recursos para reforzar los apoyos sociales al 70% de las familias del país.
Con los programas sociales y las remesas de migrantes, la apuesta es que estén “fortaleciendo la capacidad de compra o de consumo de la gente y con ello podremos reactivar pronto la economía”. El apoyo preferente es a los consumidores pobres, no a las empresas como en otros países, lo cual será insuficiente, a menos que haya capital privado en México dispuesto a evitar una gran letalidad empresarial.
Otra apuesta muy fuerte (incierta) es a que el 30% restante de la población “aproveche la posibilidad de hacer negocios, de obtener ganancias lícitas y progresar sin trabas o ataduras”, y que más empresas vean en el enfrentamiento entre China y Estados Unidos la ampliación del campo de negocios del tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC).
Apuesta, por último, a que las clases medias y las de mayores ingresos reconozcan que la solución de fondo para vivir libres de miedos y temores, pasa por enfrentar el desempleo y la pobreza, por evitar la desintegración familiar y la pérdida de valores, y por favorecer la incorporación de los jóvenes al trabajo y al estudio.
La estrategia tiene grandes obstáculos a su viabilidad; algunos ejemplos: el primero es ir en contra de lo que predomina en el mundo, que es lo que Max Weber denominó el “espíritu capitalista”, mentalidad y actitud que aspira sistemática y permanentemente al lucro. No es un espíritu justiciero, ni es ético, ni se propone asegurar el bienestar social ni el derecho a la felicidad, ni se le critica por eso porque no es su propósito. Sus reglas están hechas para la ampliación de las ganancias empresariales, y el mercado y los organismos financieros internacionales le cobran implacablemente a los gobiernos o empresas que pretendan ir en contra.
Otro obstáculo es que lo que predomina en México no son leyes e instituciones que se hubieran conformado para reproducir condiciones sociales básicamente igualitarias, sino al contrario, han contribuido a perpetuar las diferencias y los privilegios. La transformación que dice el gobierno haber alcanzado en ese orden, es objeto de las mayores descalificaciones y de la fuerte oposición de intereses afectados, y no acaba de consolidarse ni de convencer a las clases medias para tener su apoyo.
Los medios de comunicación con los que el presidente está en rencilla cotidiana, sin excepción, tienen muchos temas para criticar con razones, como que la corrupción permite que algunos personajes del círculo cercano sean intocables; prensa, radio y TV con pocas excepciones, son otro obstáculo formidable que las “mañaneras” no suplen como fuente de información social.
Al salir de la cuarentena económica, podríamos encontrarnos ante un gran desempleo, quiebras empresariales, estar al borde de una crisis financiera y de una crisis social en grados que dependerán de la eficacia de la estrategia gubernamental y de la disposición empresarial a invertir ante el momento de salvarse de la quiebra.
Como sea lo que nos espera, es momento de entrar en cordura, de entender que López Obrador es fruto del país que crearon las élites, que la corrupción y las desigualdades tienen que abatirse, y que el mayor riesgo para México es que el gobierno fracase y sus bases pierdan toda esperanza de reivindicación.
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