Allá en Chichihualco (o esos no son de aquí)

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La ruta era peor que tortuosa. El eventualmente “bello paisaje” bajaba la cortina al morbo viajero bajo la fatídica condición del polvo y las piedras. De cuando en cuando, al amparo de los huecos malhabidos de la erosión vehicular, un vado de lodo se encargaba de acotar cualquier pretensión que quisiera moverse a más de 30 kilómetros por hora. El ambiente era más pesado que el habitual en un sendero llanero. Los rostros que aparecían a la vera de lo que pretendía ser el camino no reflejaban ni cansancio, ni temor, pero tampoco los habitaba un solo rasgo de alegría o cordialidad. Rostros que no decían nada, y por esa maldita circunstancia podían precisamente decir mucho. No a mí, conato de abogado de 4 años de carrera, al que todavía la figura de Ulpiano le parecía un egregio monumento vivo de la tradición justiciera.

Esos no son de aquí. Nuestro letrero era un halo interminable sobre nuestro auto defeño y nuestra mirada de pasantes delirantes de la legalidad imaginable. A los 30 minutos de ruta, ésta había perdido su esencia de camino para convertirse en el destino mismo. Estábamos ya, por así decirlo, en el mapa del destierro y la navegación por instrumentos. En nuestras manos y las de los inspectores del IMPI que nos acompañaban, los documentos que soportaban la oficialidad de nuestro actuar parecían cada vez menos oficiales, cada vez menos imperativos, cada vez menos contundentes, y cada vez más sólo eso, papeles. Simples papeles.

La llegada a Chichihualco, en medio de la que nos pareció la sierra más guerrera de Guerrero, fue como la entrada a la zona del silencio en Zacatecas; polvo, palabras breves, gestos que no comunican y el ruido apagado de una estática mórbida de algún agonizante radio viniendo desde la espesura. Desde las primeras casuchas en que nos detuvimos a consumir un refrigerio, supimos que la información era un artículo con valor de intercambio, ¿y ustedes de dónde son? ¿y para qué quieren ir a esa dirección? ¿y están seguros de que es en Chichihualco? No sabemos, parece que es para allá, pero es que aquí las calles no tienen nombre. O pregúntenle a don Gerva, quien es el único que sabe qué calle es cual, y los nombres de la gente.

No tuvieron que pasar demasiados descalabros informativos para darnos cuenta de que habíamos ingresado de lleno al mundo del mejor surrealismo. Los objetivos de la misión jurídica empezaban a desvanecerse ante la fuerza desarticulante de la confusión. A esas horas, se suponía, los doce domicilios que deberíamos visitar para asegurar balones piratas no eran más que terrenos baldíos, o en el mejor de los casos, grupos indiferentes a nuestros alegatos, formados por vacas y caballos. Literal: en mi desesperación por dar con el paradero de cualquiera de los destinatarios de nuestros esfuerzos legales para desarticular a la banda de los baloneros pirata, estuve a punto de notificar la demanda a uno de los caballos que mostró algún interés en nuestra presencia, y me pareció que hasta llego a sonreír. Menos mal que en la visita de inspección, que normalmente precede al acto de la notificación, me percaté de la condición equina del demandado, y haciendo acopio de las tres neuronas funcionales que me quedaban, decidí regresar los documentos al intimidante portafolio negro de donde las había extraído.

sierra de Guerrero
Entrada de Chichihualco (Foto: Noticias Acapulco).

Finalmente, en el único de los domicilios en que, se supone, don Gerva ubicó que nuestras coordenadas coincidían con las del buscado, el panorama era todo menos lo que pudiera parecerse a una factoría o instalación para la manufactura de balones. Se le llamaría choza de no ser porque, en el contexto, era una construcción de tabique desnudo, lo que revelaba una inversión superior a las de puro cartón, madera o lámina. Los dos niños que con sólo camisetas por vestuario detectaron con curiosidad nuestra presencia, sirvieron como anfitriones silenciosos del mito de los mafiosos. En su huida, dejaron a nuestra vista la única pelota que, les anticipo, pudimos encontrar durante nuestras pesquisas. Una pelota de hule, a medio aire, más sucia que el propio piso, y que a mis ojos pareció como un pequeño mundo moribundo.

La “seño” que apareció en el quicio de la puerta, y que se recargó como amarrada en la hamaca principal de lo que podía formar una terraza, concentró en su primera pregunta la absoluta necedad de nuestra presencia, y la impertinencia misma de los postulados que nos habían conducido a semejante escenario: …y ustedes, ¿pos como qué andan buscando?…

―Mire señora, me apresté a decir…Tenemos información sólida de que en este inmueble se fabrican productos de origen ilegal, distinguidos con falsificaciones de la marca “Voit”, a la cual representamos.

―¿Balones?…  no… aquí no hacemos balones… ¿quién les dijo? Y además esto no es un mueble… es mi casa y la de mi señor…

―Bueno señora, tenemos información que nos proporcionó un equipo de investigadores que han estado averiguando dónde se fabrican estos balones falsificados. ¿Usted sabe el tipo de sanciones a que se hacen acreedores los que piratean marcas? Hasta se pueden ir a la cárcel señora.

Hasta ese momento, don Gerva, con sus mentirosos años encima, se hizo presente con un gesto histriónico que, aunque leve y programado, fue suficiente para saber que la diligencia había terminado. Me quedé mirando, como me acuerdo, el tolvanero humo de su cigarro sin filtro.

―Ya se los dije doña Laura, que conozco a su viejo y que ustedes son gente de bien que se dedica a la milpa. Yo no sé de dónde sacaron eso de los balones. Pero estos jóvenes insisten, así que preferí traerlos para que vean que les dijeron mal. Si aquí ni comunistas somos.

Guerrero
Chichihualco (Foto: José Luis López/Pueblos América).

Era posible. A 38 o 40 grados de temperatura cualquier delirio empezaba a ser posible. El cuadro no podía ser más Cauduro; una casucha en medio de una calle enmarcada por pequeños hilos húmedos fétidos, una señora como las hay miles en nuestros pueblos; de edad indefinida, de arrugas profundas, de pelo enmarañado, de actitud hosca pero vulnerable, de malas palabras, de barro, de vestido viejo pero limpio, de zapatos de hule, de belleza fotográfica, de brazos cruzados y curtidos, de ojos limpios pero escondidos, de cansancio milenario. Y luego don Gerva, el viejo del lugar, el más don de cuantos portan la palabra “Don”. Insípido, ríspido, desinteresado, corto, amargado, con una mirada de esas que sólo al recordarla, a lo largo de los años, empieza a significar lo que significaba. Y nosotros cuatro, jugando al túnel del tiempo, cubriendo el expediente de un expediente legal que nada tendría jamás que ver con la realidad histórica. La verdad jurídica de los papeles, versus la agreste realidad de nuestro paisaje pueblerino. Haciendo el papel de héroes justicieros, de una justicia que estaba reducida a la inmundicia de unos derechos etéreos, en medio de la nada.

Nos fuimos no sin echar un vistazo al interior de la morada, en busca de algún indicio que reivindicara algo de la eficacia extraviada. Ese interior podría ser el de todas las moradas de los pueblos en México. Un viejo televisor como personaje central, unos cuantos muebles y enseres mezclados en un catálogo extenuante de colores, texturas y edades, y una cantidad sobresaliente de figuras de toda clase de vírgenes, santos, luchadores y animales. Todo sobre un piso de tierra apisonada, matizado por un lenguaje de claroscuros esculpidos por las pequeñas ventanas descuadradas. Parecía, en el menos escapista de los casos, el escenario de una película de culto.

La vuelta a la tienda de donde partió la expedición de las doce casas fue en silencio. Cada uno cavilaba para sí la experiencia transitada. Sólo mi compañero Schroeder acertaba a lanzar una que otra frase, que pretendía hacer de la derrota un evento aceptable: “Venir hasta acá para esto”. “De haber sabido ni nos movemos”. “Seguro esos ojetes investigadores inventaron todo, pensando que nadie se lanzaría hasta acá”. “Ni modo, al jefe se le van a parar de punta los piches pelos”. “¿Y si nos lanzamos a acá a olvidar el desaguisado?”

Habrían transcurrido unos dos o tres años con la velocidad con la que esa mañana disfrutaba el primer sorbo del primer expreso del día, cuando la noticia que leí en el Novedades me produjo esa extraña sensación que producen los sentimientos encontrados.

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Calle de Chichihualco, 1977 (Foto: fraarrmat/Pueblos América).

“PUEBLO COMPLETO DE GUERRERO DEDICADO A LA PIRATERÍA

Mediante un operativo coordinado entre la AFI y el gobierno local, ayer se incautaron algunos materiales empleados en la manufactura de balones que se fabricaban por los pobladores de Chichihualco, en la sierra de Guerrero.

Los representantes legales de las empresas de artículos deportivos y vestuario, Adidas y Nike, declararon a Novedades que de acuerdo con las investigaciones que las mismas llevaron a cabo, el pueblo de Chichihualco, en Guerrero, se ha convertido en el principal fabricante en México de balones falsificados. Desde el lugar se producen balones con todas las marcas conocidas, los cuales son distribuidos a muchos de los mercados piratas de este tipo de productos, especialmente a los que se venden en las afueras de los estadios de futbol, a precios reducidos.

Según sus investigaciones, detrás de la fabricación se encuentran mafias bien organizadas que han establecido un sistema bien coordinado con los pobladores de Chichihualco, a través del cual les entregan por la mañana los materiales, y por la tarde recogen los balones cocidos a mano a lo largo del día por las familias del lugar. Asimismo, cuentan con vigilantes en la única ruta de entrada, que por medio de radios de comunicación previenen de la llegada de cualquier intruso, con lo que tienen tiempo de sobra para ocultar cualquier indicio de sus operaciones ilegales.

Lamentablemente, declararon los entrevistados, no se pudo detener a nadie ni se obtuvo mercancía terminada, salvo algunos insumos como agujas e hilo para coser.”

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