De cierta forma somos lo que leemos. Todos. Y como no soy la excepción intentaré asumirme en lo constituyente de mis lecturas en el 2019.
Comencé el año con clases de la lengua maya que me llevaron cual estudiante de cualquier grado a disfrutar desde la compra de mis libros nuevos hasta mis cuadernos y lápices con que habría de intervenirlos.
Soy un lector más indisciplinado que voraz y el año no fue, salvo por mi continuidad en el maya, la excepción.
Mi primer libro del año entonces fue una colección de poemas mayas, en lengua original y a veces traducidos mal (o insuficientemente) al español, como en América llamamos al castellano.
Esa lectura y el aprendizaje de un texto, es decir, mi primer poema maya, me introdujo a un sistema de ideas que es más que un contenido para hacerse una forma de ejercer el pensamiento.
Junp’éel kiine’ le t’aano’ suunaj peepenile’: Un día la palabra se convirtió en mariposa… Así comienza el de Daniela Esther Cano Chan, que tanto bien me ha hecho en el alma, intervenida este año también por las canciones hermosas y los himnos de Jazmín Novelo, como el K Baktún (nuestro tiempo), que cuenta como Los jaguares dicen, que en nuestras manos florecerá el sueño de nuestro linaje… Baalamo’ob tun ya iko’ob, ti k-k’aab biin u loolintal u náayil k’chi’i’ibal…
En el primer mes del año un obsequio me llevó por el Atlas histórico y cultural de Yucatán, espléndidamente editado por el Instituto de Historia y Museos de Yucatán, con una introducción elocuente del maestro Enrique Florescano. Estoy en una de mis más postreras lecturas del 19, releyendo el Popol Vuh en la práctica edición de la editorial Época, tan bien mercadeada por mis amigos Rendón y Sánchez Mejorada. De esa suerte hay algo de maya en mis lecturas de este cierre de década.
Algo de francés también, como siempre, las novelas de la rentrée litteraire, y de las tres que seleccioné, no estuvo entre ellas la ganadora del Goncourt que me la debo: Tous les hommes n’habitent pas le monde de la meme façon (no todos los hombres habitan el mundo de la misma forma). Leí Serotonine del inevitable Michel Houellebecq, obra que he comparado –toda proporción guardada– con aquella traducción nueva de Agustín de Hipona hecha por Boyer en 2008, les Aveux, el texto de Houellebecq es de una crudeza impecable y casi elegante y ya lo he visto para aquellos en quienes despierte antojo, traducido al castellano. Leí Avec toutes mes sympathies (con toda mi solidaridad) de la periodista Olivia de Lamberterie, vedette de la comentocracia literaria, narra con amor fraterno el suicidio de su hermano y La tentation de Luc Lang, quien describe a través de una historia familiar, personal, sus propias motivaciones humanas y sublimes desde un episodio de cacería.
Mis lecturas en español comenzaron en febrero al preparar mi intervención en el Congreso Internacional de la Lengua Española, evento al que fui invitado por la Academia Mexicana de la Lengua, y en el que presenté mi trabajo sobre “La influencia del maya en el español hablado en la península de Yucatán”, que ya he descrito en otra publicación de El Semanario.
Me atreví a esta participación motivado por Lévi-Strauss, quien sugiere como método de las ciencias sociales, la condición del valor de las primeras observaciones, y por Merton cuando señala el valor heurístico de la Naive observation of the sophisticated observer; y si bien mi conocimiento del maya –lengua que he escuchado cerca de mí toda la vida–, no es para nada confiable aún, quise presentar mi acercamiento de buen observador ingenuo a la evidencia del manejo de las glotalizaciones en ritmo 1/3, por las 15 letras que se glotalizan en maya de entre las 45 que componen su abecedario y que son, de algún modo, las responsables del llamado acento yucateco.
La Real Academia y la Asociación de Academias de la Lengua Española nos obsequiaron a los participantes con una magnífica edición conmemorativa de Rayuela de Julio Cortázar, precedida de un prólogo que compendia las participaciones de García Márquez, Bioy Casares, Sergio Ramírez, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa. La edición de Alfaguara es cómoda de lectura y agradable de vista. Así, su relectura me hizo todo el sentido después de haberla devorado hace 40 años.
El aggiornamento literario me hace ver otra obra, no por desconocer el contenido y los personajes, que son referencia desde mi primera lectura, sino por haber tejido entre las horas y las letras de ésta, quizá tercera o cuarta lectura, una nueva densidad en este fetiche mayor de la literatura en nuestra lengua.
Me divirtió desnichar de mi biblioteca a Manuel Payno, El hombre de la situación, donde encontré una peculiar historia acerca del encarcelamiento de Don Martín Cortés en México, el Marqués del Valle, el hijo más querido del conquistador y de una serie de personajes de la historia mexicana analizados desde su tiempo y circunstancia. De Enrique Serna, El vendedor de Silencio, su leidísimo abordaje del influyente periodista Carlos Denegri y las “transas” de su tiempo. Allí aprendemos el origen de algunas astucias que prevalecen en nuestra “cultura” (por citar a los clásicos…).
De Henri Donnadieu, La Noche soy yo, un ensayo sobre la farándula mexicana y el light underground “zona-rosero” del último cuarto del siglo pasado, anecdótico y a veces divertido. De Miguel Quintana Pali, Xueños, donde el extraordinario personaje se invierte en los proyectos más imaginativos, innovadores, y exitosos, dando con sencillez y elocuencia, lecciones de sus tomas de riesgo y de sus éxitos más que fracasos.
Abordé, recomendado por un amigo chino, la lectura de ese agente mayor y coetáneo de la literatura del extremo oriente que es Yu Hua, proscrito y al mismo tiempo adicto al régimen, y quien es un gran cronista de la revolución cultural y sus efectos. Su narrativa es similar en ocasiones a la del francés Pascal Quignard, un poco hecha de frases cortas y lapidarias como pinceladas que se secan rápido. Ganador de premios occidentales, y sé que la adaptación de una obra suya que leí (“¡Vivir!”), ganó en Cannes un reconocimiento. Vivir y Crónicas de un mercader de sangre, ambas obras suyas, me gustaron mucho y me acercaron al sentimiento crudo de un pueblo que busca reconstruir su alma.
Y en verano, caminando por las dolomitas austriacas, escuché con insistencia el nombre de ese autor de Las Alas del deseo (Der Himmel über Berlin), que había olvidado y que ganó este año el premio Nobel, Peter Handke . Una joya literaria que también comenté en otro artículo y cuyos relatos conmueven y sorprenden en su improbabilidad profunda y significante.
La relectura de La guerra y la Paz de Tolstoï, me hizo retomar momentos históricos y batallas extraordinariamente bien descritas como la de Austerliz, ésa de los tres emperadores donde se dieron con todo 80 mil, contra 80 mil, en una fría mañana de diciembre en 1805, ante la presencia de Alejandro I, Napoleón I y Francisco I. La corte rusa, sus relatos y querellas, los duelos de honor, y la forma fina de los rubores juveniles, los “salones” de la alta burguesía donde todo ocurre y se resuelve. Gozosa obra que pese a su extensión uno desea que no se acabe, que la vida siga…
Finalmente, mi obediencia y gusto por el Premio literario Lipp, que me orienta siempre a la lectura de las 50 primeras páginas de obras finalistas, alrededor de 10, que califico junto a un destacado grupo de escritores con quienes comparto la misión de jurado y que este año otorgamos el premio a Ave Barrera con su obra Restauración. Una recomendación para esta obra de refrescante fuerza literaria que le he escuchado leer en uno de esos ejercicios que llamamos lipperaturas y que maridan la lectura al placer de otros sentidos.
Fuera de los accidentes ensayos, cartas, panfletos y miles de mails, éste es mi vector, en él me reconozco y me busco siempre. México necesita más literatura, más escritores, vivencias no nos faltan…