Este nuevo siglo ha generado avances tecnológicos notables, prácticamente todos los nacidos de los noventa en adelante somos herederos de una nueva manera de concebir al mundo. El mundo ya no aparece como algo lejano e inaprehensible, sino como un ente que se erige desnudo con sólo un clic.
Dentro de estos avances, se encuentra el Internet y más específicamente las redes sociales, cuya función principal es la de comunicar e informar a los individuos que hacen uso de ellos. Las redes sociales poseen una condición democrática que permite que cualquiera con acceso a Internet y a un dispositivo (celular, laptop, computadora) pueda crear un perfil y empezar a navegar por el infinito scroll que ofrecen estas aplicaciones.
No es mi objetivo abordar en todo aquello que rodea a las redes sociales y su público, la finalidad es ver cómo los criminólogos y criminalistas utilizan este tipo de redes, en especial Facebook.
En el pasado juicio que se realizó con motivo de la filtración de datos personales por parte de la empresa Cambridge Analytics, Mark Zuckerberg (fundador de Facebook), mencionó: “No adoptamos una visión suficientemente amplia de nuestra responsabilidad y fue un error enorme. Fue mi error, y lo siento. Yo comencé Facebook, yo la administro, y soy responsable por lo ocurrido” (2018).
Es precisamente esta responsabilidad la que no ha sido acatada con la debida importancia y no sólo aplica con la filtración de datos, también lo es con el contenido que se publica y se comparte (de nueva cuenta para las dos acciones sólo hace falta un clic) en las redes sociales.
Si al fundador de dicha red social no le fue posible contemplar la responsabilidad que acarreaba su creación, ¿qué nos hace pensar que los usuarios si son conscientes del riesgo? Nada. Muy pocos le han dado la importancia correspondiente al uso de estas herramientas, pues es común que todos publiquen información personal, de su vida diaria, de sus logros y sus tristezas, así como también se comparte contenido explícitamente sexual y violento.
En este tenor es donde entran los criminólogos y criminalistas (mexicanos). Al parecer no tienen en cuenta la envergadura de sus actos en las redes sociales, pues publican y comparten contenido con la mayor soltura (un clic) sin ponerse a reflexionar en el impacto que puede tener en el resto de sus contactos; la desinformación y la desvirtuación de la ciencia criminológica se puede ver reflejada en el tipo de contenido que publica en redes sociales el gremio.
En la siguiente frase (que se difunde por las redes), analizaremos, casi, toda la dinámica sociodigital que llevan a cabo los criminólogos y criminalistas en el medio mencionado:
“La criminología me ha hecho no tener sentimientos”.
Es una oración fría y contundente. Evidentemente falsa. El enunciado es una parte importante, ya que se le atribuye a la Criminología una causalidad grave: la ausencia de sentimientos. El sujeto no es menos grave, tiene una connotación francamente sádica que alude a una persona violenta, lo cual es bastante congruente al aceptarse sin sentimientos. Entonces en otras palabras, la criminología ocasiona que los individuos sean seres violentos y sin sentimientos.
¿Nos damos cuenta de la gravedad de esa simple oración? Y así como este ejemplo hay algunos más explícitos, más degradadores y más impactantes.
Obviamente en nuestro gremio la oración puede ser entendida, el problema es que en México hay casi 110 millones de mexicanos y no todos son criminólogos o criminalistas, y lo único que provoca es una fascinación morbosa y confusa.
En México hay poco más de 70 (2017) millones de usuarios de Facebook, lo que representa más de la mitad de la población. Así que compartir un morbo-meme viral, puede tener mucho más impacto del que prevemos.
El eje central de todo este asunto reside en que los criminólogos y criminalistas no se detienen a reflexionar o analizar críticamente el alcance y la gravedad que puede llegar a tener su publicación (creación propia) o la divulgación de otro contenido (lo que se conoce en el argot digital como “compartir”). Simplemente lo hacen con el fin de provocar un halo cómico alrededor de las dos licenciaturas: “los criminólogos son sexis”; “las criminalistas detectamos infidelidades”; “las criminólogas leemos el lenguaje corporal del amor”.
Por absurdo que parezca es real, soy testigo de ello y lo único que hace es desvirtuar una ciencia (que ya de por sí es débil en México) y convertirla en una especie de circo “forense”. Se ríen de su propia condición, al mismo tiempo que se restan seriedad y confunden a la sociedad en general, haciéndolos creer que somos una especie de sádicos que disfrutan de la sangre y de la violencia, cuando en realidad el verdadero criminólogo-criminalista debe ser un humanista por excelencia.
Por todo lo anterior he decidido poner el título de borregos forenses, “forenses” porque el término se ha prostituido y tergiversado, provocando que se incorpore en campos que no le atañen y que otras ciencias también se adueñen de él. Un problema completamente lingüístico, pero igual de grave. Un borrego forense es aquel que publica y comparte material (de dichos temas que ya abordamos) en sus redes sociales, sin detenerse un segundo a pensar en el impacto que éste puede tener en la sociedad digital (o general).
Esta práctica es peligrosa y más para un territorio donde la criminología y la criminalística empiezan a ganar terreno en el reconocimiento social y político, pero también donde la incidencia delictiva no se ha podido reducir en los últimos quince años. Necesitamos más prevención y menos memes.
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