Candidatos al borde de un ataque de nacionalismo

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La frase “la mejor política exterior es la interior” es mala, porque juega a las palabras, es un contrasentido y debe resultarle ‒como me resulta a mí‒ incómoda o insuficiente, al probable canciller Vasconcelos.

La política exterior es la comprensión de geopolítica en la que se ve inmerso el país que habitamos. Es también la que hacemos, la que convenimos y la que debe mover en narrativas convincentes a los habitantes del país y quienes lo representan fuera, los mexicanos de allá y acullá. La política exterior es la del mejor imaginario, la que construye porque refleja, la reputación el país en la base y en lo deseable, su ejemplaridad.

En el reciente debate tijuanense, prevalecieron las visiones angulares, obtusas todas, señalando la prevalencia de mapas mentales en que la hiper-presencia norteamericana se acrecienta al punto de obnubilar otras existencias.

El antiguo canciller José Antonio Meade-Kuribreña espetó e hizo recordar la firma de un “importante” acuerdo comercial con la región de Asia-Pacífico. Pero no apuntó siquiera los vínculos existentes y por desarrollar con la región que da origen a su segundo apellido y cuya condición es hoy bisagra para entender las relaciones entre Oriente y Occidente. Europa no entra tampoco en su juego de percepciones, África menos y los países del Asia menor se desvanecen en referencias vagas.

Se habló, sí, de terrorismo internacional y de la refractariedad a éste en las fronteras mexicanas. Ojalá y no hayamos adelantado vísperas y despertado demonios con esa triunfalista actitud.

China, India, África, el Magreb, incluso Canadá, estuvieron ausentes o disminuidos de las menciones. “Pensar México”, no es sólo pensarlo desde adentro. Nunca hemos estado aislados, sólo quizá olvidados en los entretiempos de gestas poco referidas en estos territorios. Pero la historia parece contar poco en la política cuando de coyunturas electorales se trata.

Las por lo menos cinco migraciones que alimentan el imaginario americano nos diferencian y enriquecen. Asiáticos llegados por el estrecho de Bering, africanos y tal vez europeos trasladados en frágiles barcas a las cuencas de los grandes ríos americanos, australianos que han venido desde el sur para poblar las zonas occidentales del país, Vikingos que descendieron desde Canadá y Florida, españoles embarcados en Palos y recibidos en Zempoala. Temas todos estos que el arquitecto Ramírez Vázquez animó cuando le comisaríamos la exposición “América Migración” en el Foro Universal de las Culturas en Monterrey (2007).

¿Lo hemos olvidado? La cultura, sugería Margaret Meade (de otra familia), es aquello que queda cuando hemos olvidado todo. Queda una negritud épica y de tiempos que le fueron gratos antes que se inventara la esclavitud, quedan sus cantos y dolores en la cuenca del Papaloapan, Oaxaca y Guerrero. Quedan las lenguas y las construcciones purépechas en marcaje de la gesta enorme que viajó desde los mares del sur hasta las islas de Pascua y las costas americanas del pacífico, el legado de formas del pastoreo y de la agricultura de origen nórdico, quedan también, rituales, bailes, sincretismos… Hubo ya aquí otros capítulos en la historia de la globalización, pero mucho ha quedado en el olvido, en el sueño lejano que no llega a la política actual y menos a los candidatos demasiado ocupados en sus inmediatismos.

En sus recientes intervenciones percibimos a candidatos al borde de un ataque de nacionalismo. Así lo vivimos en el debate tijuanense. No nos ocurra lo que a Torra, en Cataluña, lo que, a la liga italiana o los racistas alemanes, neerlandeses, flamencos y húngaros. El nacionalismo a la mexicana suele ser criollo y ha hecho mucho daño. Cuidado, porque criolla fue la independencia, sirvió a los criollos la reforma, a los mestizos colonizados la revolución, a los criollos oligarcas los años priistas. A los criollos sinarquistas los años de la transición fallida y pronto quizá a los criollos republicanos españoles y hugonotes la Gran transformación augurada por AMLO.

Cero visiones amplias del mundo en el debate, cero narrativas de intervención, cero en la comprensión geopolítica también. Ése había sido para el debate en Tijuana el reto. “Pensar México” requiere de una visión del mundo, porque “hacer México” es construir para ofrecer al mundo, una visión y una narrativa de construcción para alcanzar versiones motivantes del país.

El país ejemplar que una mexicanidad incluyente y posible desearía proyectar pasa por la consciencia del rol que podríamos jugar en el mundo, a partir de los recursos naturales, humanos y simbólicos que incorporemos a la consciencia. Pasa a través de su capacidad de sustantivar la inclusión y la igualdad de posiciones, que mitiguen la desigualdad. Pasa también por la conciencia histórica y dinámica y de sus vínculos, de su acervo y de su capacidad prospectiva.

Una visión del “Ser mexicano” debiera estar en la base del proyecto de nación, de suerte que el mexicano ofrezca una posibilidad de humanidad forjada en el crisol de su complejidad. Ése es el México que no vimos en el debate. Así, sin romanticismos cursis, México reclama una ontología, una filosofía del ser, reclama quien lo piense proyectivamente más allá de intereses pecuniarios, políticos, electoreros y circunstanciados. Y aunque para algunos es ya tarde y la desmembración de México está en puerta, la reflexión acerca de una identidad que puede ser mayor porque inclusiva, tiene cabida.

Debió darse en Tijuana la oportunidad, no se dio. Sea en Mérida entonces, en ese extremo del país aislado de todas las fronteras y espacio cultural esencial, sin embargo. Allí en la nación maya, allí, donde se dio el último levantamiento indígena, en ese espacio donde pocos se reclaman mexicanos.

Vayamos a Yucatán para pensarnos desde lo óntico. Es la última oportunidad de promover una idea de país total, fresco, proyectivo, nuevo, por lo menos la última antes de la elección y tal vez la última antes que se desvanezca el pacto republicano.

Pero ¿son capaces estos candidatos de hacerlo, de pensar profundamente el país que buscan representar? ¿Es capaz Andrés Manuel, con su formación limitada y sus lecturas angulares de la historia que abrevan en gestas que pretende emular? ¿Lo es Ricardo, desde su burbuja de formación poco depurada, él en quien vemos una “aspiración” que pasa por “Atlanta” (of-all-places) para formar a su familia? ¿Lo es José Antonio y su cultura de escritorio dislocado en geografías entre México y Norteamérica? Ofrezco a los tres una disculpa sincera porque estas astringentes referencias sin duda no revelan sus complejidades, pero están allí, sin embargo, como “lugar común” multiplicándose en memes, a través de bots o de switchers, votantes comprometidos y distorsionando percepciones.

En este tiempo político y mayor en que todas nuestras devociones, afinidades, querencias e ideales también, salen del closet, debemos decirlo lo que pensamos y pensar lo que decimos.

Quiero una presidencia que sepa de la historia global y tome respecto de ella una posición, un gobierno que sepa dónde encaja la realidad que busca administrar. Una política con idea del Ser común que requiere construcción.

México está herido en todas sus identidades, herida su hispanidad que muestra triste su fragmentada estructura, herido de sus etnicidades siempre dispersas que reclaman sindicarse para existir, herido de su mestizaje que es colonización (México requeriría a un inmoderado intelectual que sepa poner puntos sobre íes, como el nigeriano Chinua Achebe), herido en sus oligarquías que cantan nacionalismos ramplones y a des-tono, que están asustadas y se protegen lanzando piedras y escondiendo la mano. Sangra de México su intelectualidad a modo, vendida y comprada, sectaria y rica en muchos casos o acallada en los espacios pontificantes de las bóvedas mediáticas o académicas, sangra su juventud cegada por el faro tecnológico y la riqueza rápida de la bancarización la mediatización y el crimen organizado. Por todas estas heridas sangra México y si ha de curarse, debe ser de todas: he allí su ejemplaridad posible.

Es tiempo para diálogos irrenunciables e improbables, para la convención de ideas, para propuestas innovadoras y transversales, convocantes, sensatas y sensibles, agresivas para todos y desde todos.

Los proyectos y programas derivan de esas acciones, allí abreva lo conciliatorio y compasivo, la viabilidad que reclama la inversión de tiempo y la confianza. ¡Candidatos!, esa voz es la que escucha la historia, tómenla y hagan de ella su partido, dejen de denostarse porque de ustedes dependerá la nueva gobernanza.

Es tiempo de jugarse todo y de reconocerse caballeros, porque después, después pueden no quedar sino los restos del proyecto de país que pudo ser y que no fue. Pensemos y veamos en nuestras acciones el México que con de 15 años de trabajo constante, con sentido, con inteligencia y ajustes de ruta puede hacerse visible. México 2034, por favor.

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Rolf E Ransom

Mucho rollo y pocas nueces. Aterrice sus sueños
Sr.

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