Es posible que el simple acto de una persona hacia lo correcto sea suficiente para inclinar la balanza a favor de que todos podamos vivir un poco mejor; sin embargo, se necesitan miles de actos como ése para provocar un cambio real y duradero.
Modificar nuestra conducta es una tarea compleja, que demanda disciplina, convencimiento y una buena dosis de persistencia. Todas son condiciones que exigen voluntad y compromiso hasta en los peores momentos.
Aun así, no hay en nuestra historia como especie, un sólo suceso que haya cambiado para bien que no necesitara de esas virtudes. En el fondo, el progreso no se gana con la tecnología, los recursos o los gobiernos; avanzar significa organizarnos en comunidad bajo reglas distintas, valores distintos y objetivos muy precisos enfocados en prosperar.
En cada época han existido episodios en donde se ha buscado provocar a una de las fuerzas más poderosas que existen: el miedo. A diferencia de otros sentimientos, el miedo paraliza, evita la solidaridad y saca lo peor de nosotros mismos. Es la condición ideal para quien busca dividir a un grupo de personas y enfrentarlas entre sí.
Me resisto todavía a pensar de que estamos en una etapa así, a pesar que diariamente recibo muchas pruebas que me muestran todo lo contrario. Pero el optimismo no es necesariamente creer en que todo saldrá bien todo el tiempo, sino que cualquier problema puede tener una solución.
Muchas personas me preguntan con frecuencia qué podemos hacer para reducir esta ansiedad que nos ocasiona la política, la economía, la situación global, la violencia y la inseguridad. Me cuesta trabajo responder, pero encuentro un remedio inmediato: hablemos.
Pero no a través de las redes sociales, que no sólo imposibilita el conocernos bien, sino que se han convertido en un griterío cibernético en el que, nadie escucha o se manifiesta la falsa versión de que todos estamos perfectamente. En realidad necesitamos es sentarnos a hablar de lo que nos molesta, nuestros desacuerdos y acerca de aquello que nos genera incertidumbre en el futuro.
Entablar una conversación y escuchar verdaderamente a otros jamás ha sido un ejercicio sencillo, no llegamos a este punto de conflicto en el mundo, y en México –por accidente–, nos faltan décadas de aprendizaje sobre cómo no escuchar los argumentos de alguien más sin tratar de imponer nuestras propias ideas. No obstante, ya sabemos hacia dónde nos lleva esta manera de relacionarnos.
Continuar descalificándonos sin sentido y perder de vista lo importante para lograr, por fin, el desarrollo de este país, tiene sólo una dirección: volvernos ciudadanos irreconciliables, a quienes no habrá manera de convencer que somos una sola sociedad.
Y una sociedad así, termina tolerando cualquier abuso o replegándose, esperando a que en algún momento pase el temporal. Los sucesos afuera y adentro de nuestro país dan una mala señal acerca de que esto es pasajero, son fuerzas económicas en conflicto, intereses de grupos que pelean para no perder privilegios, y un sistema político que está resistiéndose a dejar el poder, forzado por uno aparentemente nuevo que trata de imponer nuevas reglas que no son comprendidas fácilmente por la mayoría de nosotros.
Dice un proverbio chino que “ojalá y vivas en tiempos interesantes” como una manera de desear momentos difíciles en los que pueda templarse el carácter. Estos son, no hay duda, de los más interesantes en la historia de México; la diferencia es que tenemos la oportunidad de ponernos de acuerdo, porque los gobiernos van y vienen, sobre todo en un modelo democrático al que nunca podemos renunciar, quienes seguimos somos nosotros, las y los ciudadanos de bien, que debemos dejar de envolvernos por el ruido y comenzar a escucharnos.