En febrero se cumple un año de la llegada a México del virus que tanto nos ha cambiado la vida. Han sido 12 meses de dolor, angustia, encierro, y, en todo caso, de enormes retos.
Desde la peste Antonia en el año 165 de nuestra era, hasta el coronavirus, que estamos padeciendo, la humanidad ha sufrido 19 pandemias que han cobrado alrededor de 350 millones de vidas humanas, más los 2.2 millones de muertes hasta hoy a causado el coronavirus.
El enemigo nos agarró dormidos, pero las autoridades en la materia sí que estaban avisadas; en un informe de la OMS de septiembre del 2019 se puede leer claramente lo siguiente: “no estamos preparados…, existe una amenaza muy real de una pandemia letal por un patógeno respiratorio”.
Al no ser capaces de cambiar una situación, nos enfrentamos al reto de cambiar nosotros mismos. A quererlo o no, el diminuto virus nos está cambiando, después de un año ya no somos los mismos, vivimos y convivimos de otro modo.
Cuando los pesados barcos del siglo XV atravesaban una tormenta, para no hundirse soltaban lastre y se quedaban sólo con lo básico; el pequeño virus nos está obligando a vivir con lo básico, a entender que la fórmula es y ha sido trabajar y confiar, levantarse y caminar, excitar la creatividad y aprender a hacer las cosas de otro modo.
El agua hirviendo a la papa la hace blanda, al huevo le endurece el corazón, sin embargo, el café es capaz de cambiar esa agua en una excelente bebida. Quizá sea el momento ahora de preguntarnos qué está haciendo el COVID-19 con la humanidad, con nuestro país, con nuestra familia y con nosotros mismos y qué estamos haciendo nosotros con él.
Nunca nada ni nadie en tan poco tiempo logró unir a la humanidad, a los países, a las ciudades y a las familias, como lo está logrando este bicho que –sin respetar condiciones sociales, económicas o culturales–, nos ha asustado, golpeado y puestos de rodillas para implorar el auxilio divino.
La humanidad necesitaba un cambio, el modelo se había agotado; los niveles de mentira, de violencia, de injusticia, de corrupción y egoísmo habían rebasado los límites. Ha sido más allá del patógeno, su creador quien nos está dando la oportunidad de cambiar ese triste estado en el que nos encontrábamos, donde lo colectivo privaba sobre lo individual, la propaganda sobre la verdad y los movimientos del espíritu se esfumaban convirtiendo al hombre en una máquina.
“Coronavirus, empezar de nuevo”, es un libro, pero es también un modo de enfrentar la pandemia, de verla como una oportunidad que nos da la historia para entender que la felicidad consiste en apreciar lo que sí tengo, y no desear con exceso lo que no tengo; una oportunidad para entender que a un gran corazón ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa; para comprender, como también decía Tolstoi, que la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere, sino querer siempre lo que se hace.
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