¿Cuántas cuentas por cobrar tiene usted? y más importante aún, ¿cuántas deudas pendientes tiene? Probablemente, si lo evalúa desde el punto de vista financiero, no le costará demasiado llegar una cifra concreta. Sin embargo, si ampliamos la definición y vamos más allá de lo meramente monetario, las cosas pueden sorprenderle.
Las deudas son obligaciones contraídas con y por instituciones o personas. El espectro de éstas es diverso, yendo desde criterios meramente económicos hasta ámbitos morales y afectivos. Podemos deber dinero, pero también sueños, expectativas, esperanzas, ilusiones, promesas, compromisos y hasta tiempo. Se nos adeuda, pero también adeudamos. Podemos estar en falta con entidades económicas, al igual que con personas conocidas, amigos, familiares, pareja e hijos.
El Estado adeuda a sus ciudadanos cuando no es capaz de responder a las soluciones que políticos, burócratas y funcionarios públicos prometen en cada campaña electoral o en la formulación de esperanzas de una modernización del Estado que ayude a contar con mejores servicios de salud o educación de calidad. La empresa privada adeuda a los consumidores cuando la oferta publicitaria es engañosa o incompleta.
Nos debemos a nosotros mismos mayor responsabilidad al asumir una tarea que nos entusiasma, pero que no dimensionamos en su verdadera magnitud, para posteriormente, buscar todo tipo de salidas para abandonarla. Comenzamos a incumplir nuestra lista de intenciones de año nuevo en cuanto abrimos los ojos el primero de enero. Tenemos una larga lista de obligaciones con nuestro cuerpo: kilos que bajar, ejercicio que hacer y horas por dormir.
La lista es larga; el viaje que nos prometimos hacer, las redes sociales que íbamos a cerrar, la relación de pareja malsana que queremos terminar desde hace tanto tiempo, dejar de fumar, dedicarle más tiempo al ocio, darnos permiso para “perder el tiempo” y gozar más la vida. Y así como el inventario de cuentas pendientes es vasto, son proporcionales también las justificaciones de los incumplimientos.
Cada frustración, cada decepción con otros y con nosotros mismo engrosa, con dolor y hasta rabia, la lista de cuentas por cobrar, con, además, reproche y culpa. ¿Qué hacer entonces?, ¿indultar e indultarnos?, ¿“hacer la pérdida” y seguir con nuestras vidas para volver a endeudarnos?, ¿condonar lo que se nos debe y volver a confiar?
Cuando vivíamos en tiempos más nítidos, más sencillos de definir, con bordes morales más predecibles, las cuentas por cobrar o por pagar eran más fáciles de delimitar y asumir. Las personales eran perdonadas, convenientemente, de cuando en cuando; el mismo Oskar Schindler bien lo decía “lo que todos necesitamos es un buen médico, un cura comprensivo y un contador listo”. Las deudas sociales, gubernamentales o empresariales, las asumía el sistema con absoluciones apropiadamente elaboradas en base a supuestos políticos, actos de la naturaleza o designios divinos. Borrón y cuenta nueva, era una norma tácita que balanceaba deudas y acreencias a todo nivel.
Pero las cosas ya no son lo que eran, y está bien que así sea. Hoy la inmediatez, las redes sociales y el mayor poder de los consumidores –sean estos de bienes materiales, servicios o incluso afectos– no dejan espacio para respuestas generalistas o cortoplacistas. La demanda de justicia y reparación alcanza nuevos significantes, la tarea, por lo tanto, no es sencilla. Ya no se trata de ofertar y luego ofrecer disculpas sin mayor explicación. Sociedades e individuos no se conforman con discursos o justificaciones que echan mano a la explicación de la explicación de lo ocurrido. No, hoy los deudores esperan compensaciones y soluciones concretas.
Benjamín Franklin decía que lo único seguro en la vida eran “death and taxes” (la muerte y los impuestos), hoy habría que agregar deudas. Lo único seguro en la vida son la muerte, los impuestos y que debemos, nos deben y nos debemos. Entonces, nos es mala idea tomarnos más en serio lo que prometemos y dudar, razonablemente, de las ofertas que se nos hacen; acotar las ilusiones y andar más livianos de deudas y expectativas frustradas.
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