Cultura de paz: necesidad de cambiar

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Durante los meses de marzo y abril, la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) se ha convertido en el escenario para el desarrollo del curso de actualización “Cultura de Paz desde la Prevención Secundaria y Terciaria de la Violencia”, coordinado por la Escuela de Ciencias Psicológicas –de la máxima casa de estudios del país–, con el respaldo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Treinta profesionales de diversas instituciones de estado, de cooperación y sociedad civil han recibido en jornadas intensas los mecanismos e instrumentos básicos para trabajar por la paz y la justicia en la nación centroamericana.

La frase “desesperanza aprendida”, en discusión en el seminario, sin lugar a duda cobra vigencia y nos brinda una especie de pedagogía que nos invita a salir de nuestros espacios de “confort” y entender que el cambio para construir la paz y justicia requerida en nuestros países y en el mundo, requiere del involucramiento de todas las capas sociales (desde lo general a lo particular).

Taller Cultura de Paz y Prevención Secundaria y Terciaria de la Violencia
Integrantes del taller “Cultura de Paz y Prevención Secundaria y Terciaria de la Violencia” (Fotografía: Escuela Nacional del Ministerio Público).

En mi opinión, una “revolución de la esperanza” es una imperiosa necesidad ahora más que nunca, ya que de esa manera propiciamos la cercanía con “el otro”, para hacerle ver que hay horizontes alternativos a la caótica situación en la que pudieran estar pasando. Creo que eso es básico para construir una sociedad en donde prevalezca la célebre frase acuñada por el ex presidente mexicano Benito Juárez, en el sentido que “el respeto al derecho ajeno es la paz”. Invariablemente no construimos paz –y como una suerte de misterio– se reproducen círculos de violencia cuando obviamos la lucha diaria por construir comunidades fraternas que fomenten la integración y explosionen los muros que muchas veces tendemos para estar bien con nuestros cercanos, pero nos olvidamos de “el otro”, que es un prójimo más “lejano”, pero que al fin y al cabo forma parte de una humanidad circunscrita a territorios específicos, bajo legislaciones particularizadas.

Creo que espacios como éste son diseñados para ese propósito, y es el de entender que, el mal de un ser humano debería ser visto como un daño a todo el organismo social, en tanto lastima la dignidad humana, envilece y perpetua la desigualdad e injusticias sociales y en consecuencia nos vuelve insensibles ante los atropellos que sufren personas (por lo general de escalas socioeconómicas bajas en condiciones de precariedad).

Ayudar al prójimo.
Fotografía: Latin Money.

En mi opinión, la frase comentada en el grupo “el riesgo estructural parte desde la dinámica psicosocial de la exclusión”, nos hace ver la “obligación” que deberíamos tener de entender que la exclusión social socava y pone en duda, de una u otra manera, la legitimidad del estado de derecho, pues el mismo, a través de gobiernos electos democráticamente, ha obviado –sea de forma intencionada o no– una adecuada gestión de las vidas humanas mediante la búsqueda y diseño de mecanismos que conduzcan a “premiar” la búsqueda de la igualdad en todos los sentidos de la palabra.

En definitiva, este taller se convierte en una especie de “semilla” que nos debe “inspirar” y motivar en nuestros espacios cotidianos para “sembrar” nuestro nombre en la historia contemporánea, a fin de alcanzar sociedades más justas y fraternas, lo cual pasa necesariamente por despojarnos de nuestros egoísmos y falta de empatía con los otros.

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