Los seres humanos ordenamos nuestras ideas a través de un conjunto de reglas, todo lo que percibimos a través de nuestros sentidos o de la memoria por la interacción con el medio que nos rodea, le damos una estructura para poder comprender y tomar decisiones. En esta vía elegimos primordialmente guiados por nuestras emociones, por aquello que nos ha proporcionado mayores beneficios y menor dolor.
Al decidir, nuestra mente no le da importancia al largo plazo, prioriza el gozo de la inmediatez, son resabios de nuestro yo primitivo que tenía expectativas de vida cortas. Esto nos coloca frecuentemente en dilemas de valores y tendemos a ajustar la moral de nuestros actos.
Lo anterior sucede para todos los seres humanos, en toda la vida y en cada una de las elecciones que realizamos. Por tanto, somos hoy la consecuencia infinita de combinaciones de variables, del cúmulo de cada elección realizada y las posibilidades futuras dependerán de lo que hagamos en cada instante, ligado con el siguiente de nuestra existencia.
Elegir entonces en un acto simple de ejecutar, pero muy profundo para llegar a la opción seleccionada, el cómo ordenamos los hechos que recibimos condiciona nuestras respuestas. Sin embargo, ajustaremos siempre la realidad en términos de aquello que nos es conocido y que podemos solucionar con las herramientas mentales que tenemos. Así, nuestra versión de la realidad no corresponde en la mayoría de los casos con la forma en que suceden los eventos. Sólo una mente abierta a nuevas experiencias es capaz de entender, aprender y comprender sin apegos nuevas realidades
La moral de las decisiones y sus consecuencias
Debemos entender que la moral de las personas está sujeta a dimensiones individuales, aquello que es para una persona “moralmente aceptable” no necesariamente lo es para el resto. Cuando tomamos una decisión que cuestiona nuestra moral, la justificamos y nos perdonamos. Argumentaremos que si no hubiéramos actuado así, las consecuencias hubieran sido más graves.
Conforme avanzamos en nuestras decisiones, flexibilizando las referencias de aquello que consideramos correcto, será menos complicado extender nuestras fronteras morales e iremos adquiriendo una inmunidad mental, caracterizada por la soberbia y el menosprecio a las personas que se sujetan a patrones de conducta diferentes a la nuestra, ahondado por sentimientos de culpa que se buscarán esconder. Pero se continuará en la justificación hasta llegar a un punto donde no podamos actuar conforma a patrones sociales de sana convivencia y viviremos en continuo conflicto.
Las decisiones de las personas tienen impacto en el círculo que los rodea y ese círculo se va extendiendo conforme nuestro nivel de influencia, autoridad o poder es más grande, eso conlleva una gran responsabilidad, ya que los actos afectan la vida de aquellos que se están al alcance y en muchas ocasiones más allá; construyendo o destruyendo con las decisiones que tomamos debemos elegir con estructuras morales y conciencia.
Debemos asumir la responsabilidad de nuestros actos y asumirlo, no hacerlo nos vuelve tiranos e insensibles. Las personas que tienen niveles de influencia relevante deben saber que sus actos afectan en maneras que no imaginan e independientemente de aquellas que visualizan. Las personas que no acatan las normas, normalizando esas conductas, es difícil que retomen cursos morales de convivencia cívica. Debemos cuidar, entonces, que tales personas no aborden nuestros círculos familiares, sociales o laborales, porque las consecuencias siempre son desafortunadas.
Las personas no se convierten en quebrantadores en forma espontánea, son procesos de diversa dimensión temporal, donde la constante es que no fueron contenidos o enfrentaron responsabilidad por los actos cometidos. No es un asunto de bien o mal, es el daño o beneficio que causo a las personas, que afecto con mi elegir; actuar en la moral y la normatividad es fundamental para el buen cauce social y el desarrollo de las sociedades.
También te puede interesar: Encerrado en la mente por el COVID-19.