De los 50 millones de dólares reunidos para apoyar a la Organización Mundial de la Salud (OMS), con el concierto One World Together at Home –“Un mundo Juntos desde Casa”–, e incluso antes de su transmisión por streaming el sábado 18 de abril, “…la mitad de esa cantidad provino de voltear y sacudir a Jeff Bezos para recoger el cambio [que traía en sus bolsillos]”, bromeó Jimmy Fallon, uno de los anfitriones del concierto. Posteriormente se alcanzó más del doble de esa cantidad gracias a muchas otras contribuciones.
En medio de la proliferación del COVID-19 en el mundo es indispensable saber con quiénes contamos para sobrevivir no sólo en términos de salud sino también económica y socialmente.
Nuestra primera reacción, como ciudadanos de un determinado país, es ver qué está haciendo la nación para salvaguardar a su población y evitar la sobrecarga de sus hospitales y servicios básicos de salud, además de apoyar a las empresas y a la población que está perdiendo masivamente sus empleos. Más allá de las fronteras esperamos que organismos internacionales, especialmente la OMS, acudan a nuestro rescate. Pero cada día está más claro que todo ello es insuficiente incluso para países industrializados como Estados Unidos, Italia o España. Demás está decir que la máxima vulnerabilidad la encontramos en los países en desarrollo.
Los países están realizando esfuerzos importantes, con paquetes económicos notables como en Estados Unidos, con más de dos billones de dólares de ayuda y la Unión Europea con una cantidad de más del doble para la región, y los países en desarrollo con apoyos infinitamente más modestos.
En paralelo se encuentran las empresas tecnológicas gigantes a las que no se les pide entrar con todo su poderío económico a ayudar, debido a que no están sujetas a normas nacionales porque operan en el ámbito supranacional donde prevalece la ausencia de reglas. Está claro que cumplen una función esencial en la cuarentena mundial, pues la población depende como nunca de las comunicaciones a través de las redes digitales. Casi la vida entera, empezando por el simple contacto con los seres queridos, trabajar, estudiar, hacer teleconsultas médicas, realizar transacciones bancarias, conseguir esparcimiento y entretenimiento, entre muchas otras actividades capitales por medio de Internet. Para el propio combate al coronavirus, el Internet está siendo indispensable, por ejemplo, al propiciar una enorme colaboración a nivel mundial para acceder a fuentes abiertas de información sobre el COVID-19 como la base de datos de la Universidad John Hopkins, de las más grandes de su tipo; para rastrear la enfermedad, como el proyecto Covid Tracking Project en Estados Unidos; y para realizar investigación colaborativa sobre medicamentos y vacunas para combatir el virus, lo que es importantísimo para encontrar una solución que erradique la pandemia.
El valioso rol que tienen estas grandes compañías –sin duda esencial– no justifica los ingresos desmedidos que obtienen y que les proporcionan un poder económico que las sitúa individualmente en un nivel equivalente a un país. Hay 25 compañías gigantes que son más grandes que países enteros. Por ejemplo, los ingresos de Walmart eran mayores que el Producto Interno Bruto (PIB) de Bélgica y lo ubicaban como el “país” Nº 24 en el mundo en 2017 (Business Insider). Algunas otras compañías tenían ingresos superiores al PIB de Chile, de Portugal o de Kuwait, según la misma fuente.
Estas empresas no solamente se han vuelto jugadores formidables en el mundo, sino además están ganando como nunca en esta pandemia, pues la humanidad entera depende de ellos para comunicarse con el resto del mundo desde su aislamiento y para que la ciencia avance en su control. A modo de ejemplo, la actividad de Facebook ha aumentado 50% en los países más afectados por el virus, y Amazon no se da abasto y está contratando 100,000 empleados adicionales para responder a la solicitud de pedidos (The Economist).
Hay nuevos jugadores dentro de este terreno, como Zoom que ofrece el servicio de videoconferencias a través de la web. Eric Yuan, fundador de esta empresa en San José, California, entró en la lista de multimillonarios de Forbes este año (The Guardian). La empresa ni siquiera cuenta con las medidas de seguridad para salvaguardar la privacidad de sus clientes. Esto ha sido puesto en evidencia por más de 500,000 cuentas de Zoom que han sido vendidas en foros de hackers, por lo que empleados del Pentágono, de Google y otras entidades tienen prohibido el uso de este software.
Si nos enfocamos a las compañías de Silicon Valley más tradicionales (Amazon, Apple, Facebook, Google, Microsoft y Netflix) vemos que su forma de operar limita la contribución económica que deberían hacer. Estas seis grandes empresas pagaban entre 10 y 17% de sus ganancias en impuestos en 2018. De acuerdo a una entidad sin finalidades de lucro, Fair Tax Mark (citado por Fortune), entre 2010 y 2019, estas compañías evadieron el pago de impuestos por alrededor de 155 mil millones de dólares en sus transacciones globales, utilizando para ello estrategias legales que se han vuelto prácticas comunes en este tipo de corporaciones. Frecuentemente se declaran las ganancias como obtenidas en sus sucursales fuera de Estados Unidos y donde se cobran bajos o nulos impuestos, evitando así pagar lo que realmente tendrían que contribuir al fisco del país al que pertenecen y de otros países donde hacen negocio.
Varias de estas grandes compañías están haciendo donaciones millonarias para el combate del COVID-19. Sin embargo, los montos son mínimos si se comparan sus ganancias con los impuestos que deberían haber pagado y que podrían haber mejorado las condiciones sanitarias, así como los cuidados médicos en los países donde operan con anterioridad al estallido sanitario. Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo –con una fortuna de 113 mil millones de dólares– donó recientemente 100 millones de dólares a los bancos de alimentos en Estados Unidos, pero eso es lo que él gana en 11 días de trabajo, según Robert Reich, exministro del trabajo en Estados Unidos –The Guardian–. La compañía ha hecho otras donaciones. Por ejemplo, Amazon Web Services (AWS) lanzó una iniciativa global de desarrollo de diagnóstico (Diagnostic Development Initiative) para acelerar la investigación sobre diagnósticos, así como la comprensión y detección del COVID-19, lo que está muy bien, pero para ello aportó 20 millones de dólares, que contra la fortuna que tienen es insignificante.
Amazon también ha hecho donaciones que casi dan ternura por alrededor de 300,000 dólares americanos para el Book Trade Charity (Beneficencia en Comercio de Libros), que se ocupa de apoyar a librerías y personas vinculadas a la preservación de libros. Alguna culpa le surgió a Bezos, en medio de la pandemia, quince años después de haber lanzado Kindle. Y con razón, pues si bien Amazon hizo una innovación verdaderamente revolucionaria para la humanidad con la introducción del libro electrónico, que puso la lectura al alcance masivo, las campañas desleales para borrar del mapa a millones de librerías y muchas editoriales no se justificaban, pues esta nueva tecnología le garantizaba un mercado propio sin tener que usar tales métodos.
Por mucho, es Google la empresa tecnológica que ha hecho las mayores aportaciones para hacer frente al COVID-19 –alrededor de 850 millones de dólares–. Es importante notar, sin embargo, que la gran mayoría de estos aportes –y eso es verdad también para los demás gigantes tecnológicos– consisten en descuentos a instituciones o empresas que se anuncian en sus páginas web.
Las cinco grandes de Silicon Valley –Alphabet (Google), Facebook, Amazon, Microsoft y Apple– hasta el 12 de abril habían aportado 1.3 mil millones de dólares en apoyo al combate del COVID-19. Este total se distribuía así (Visual Capitalist):
a). La mitad para apoyar, a través de subsidios o créditos, los anuncios que las pequeñas y medianas empresas (PyMEs) hacen usualmente en estas plataformas para vender sus productos o servicios;
b). La cuarta parte estaba destinada al apoyo a la salud, la mayor parte de la cual consiste en difundir anuncios de la OMS referentes al COVID-19 –y otros organismos de salud– gratuitamente a través de sus plataformas;
c). Sólo el 9% de total consistió en donaciones a grupos vulnerables, trabajadores de la salud y fondos de creados por la OMS para combatir la pandemia;
d). Finalmente, un monto menor fue destinado a los medios de comunicación, para revisar la veracidad de la información, al apoyo del periodismo local y a ayudar a los medios que ven fuertemente reducidos sus ingresos por el recorte de los anuncios.
Puede deducirse de lo anterior que el apoyo de las grandes empresas tecnológicas al combate al COVID-19 y al alivio de la crisis económica y social, es bastante mezquino y, como menciona Robert Reich en el artículo ya citado, varias de sus acciones son en apoyo a sus propios intereses. Por ejemplo, el otorgar anuncios gratuitos o de pago diferido para las PyMEs les conviene, pues el negocio de varios de los gigantes tecnológicos existe gracias a la compra-venta de servicios y productos de terceros a través de sus plataformas.
Bill Gates, fundador de Microsoft y segunda persona más rica del mundo en 2020, según Forbes –98 mil millones de dólares–, presenta una historia bastante distinta que la de los CEOs de otras grandes empresas tecnológicas, aunque ciertamente sería esperable que hiciera aun mucho más con la fortuna que tiene. Sin embargo, es destacable que él, su esposa Melinda y Warren Buffett, hayan montado la Fundación Gates en 2006 –aunque sus antecesoras se crearon desde los años noventa– haciendo uso, en gran parte, de sus fortunas personales. Con un fideicomiso de cerca de 47 mil millones de dólares, la Fundación Gates realiza un trabajo muy importante en la siguientes áreas: reducción de desigualdades a nivel mundial en el área de salud, con enfoque específico en la reducción de enfermedades infecciosas y de las causas de la mortalidad infantil en países en desarrollo; la distribución de productos y servicios de salud a las comunidades más pobres internacionalmente; impulso a innovaciones para alcanzar un crecimiento económico inclusivo y sostenible; y un programa de educación dentro de Estados Unidos.
Es decir, la contribución Gates ha hecho un aporte a la humanidad, incluyendo la gran prioridad de hoy: reducir o amortiguar el impacto de una pandemia como la que se ha presentado. De hecho, Bill Gates en un Ted Talk en 2015 alertó sobre el gran peligro que corría el mundo ante una pandemia. Equiparó la amenaza de la dispersión del virus de la influenza en nuestra época con aquella que predominó en los años 50 y 60, es decir, la bomba atómica. Gates estimaba que con una epidemia como la que él describía podía llegar a perderse 3 billones de dólares –trillones en el formato inglés– de riqueza económica mundial y millones de vidas. Pero nos dijo que estábamos a tiempo de prepararnos para una pandemia, lo cual habría que hacer como si se tratase de una guerra: ejércitos de personal de salud listos para ello, equipo, simulaciones de dispersión de la enfermedad, investigación científica, entre otros esfuerzos.
Lamentablemente no se hizo lo aconsejado por los epidemiólogos y por Bill Gates, este último haciendo eco en ellos, y ahora estamos sufriendo las consecuencias. No estamos preparados para esta guerra y debemos combatir a marchas forzadas y sin armamento suficiente. Está claro que los países a partir de lo que ha sucedido reorientarán sus recursos –ya lo están haciendo–, y con ayuda de la revolución tecnológica actual estarán más preparados. Pero nada de lo que están realizando es suficiente con una caída económica casi sin precedentes, y un mundo en desarrollo que entrará en una fase cataclísmica, por lo que se necesitan mayores apoyos. Es indispensable que la población más rica del mundo, el 1% formado por los más adinerados –los CEOs de las grandes compañías, entre otros–, y los gigantes tecnológicos, creen fundaciones y aportes como los de Melinda y Bill Gates y pongan sus fortunas al servicio de la humanidad, riquezas que irónicamente están incrementándose gracias a la propia pandemia.
En ausencia de gobernanza supranacional, los países tendrán que poner condiciones para que dichas empresas operen en sus territorios exigiendo pagos de impuestos realmente proporcionales a las ganancias que hacen en ellos, y contribuciones adicionales a la ciencia y tecnología, especialmente la vinculada a la salud y en tiempos normales a otras necesidades extremas.
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Muy interesante el artículo
Un análisis muy importante, bien documentado y original.Debe llevarnos a explorar propuestas de políticas nacionales, pero sobre todo globales, para lidiar con estos grandes actores y canalizarlos más y mejor en beneficio de la sociedad y de los que menos tienen. ¡Todo un reto que hace mucho exige acciones concertadas en la gobernanza global,
¡Felicidades Claudia, por iluminarnos el camino!
Muchas gracias Mauricio!
Bravo, Claudia!!! Bravo!!!!! Excelente!!!
Gracias Fernando!
Guau!!!!que artículo muy importante , muy valiente te felicito un fuerte abrazo
Excelente articulo, valiente, muy claro, información para acercarse a una realidad desconocida para los que no estamos en el rubro.
Permite pensar, asombrarse, respecto a la dificultad que tenemos los humanos para implementar ayudas generosas reales.
muchas gracias!