Zoom

A través de la pantalla

Lectura: 3 minutos

En los últimos meses, la colaboración y la comunicación en las organizaciones vivieron una profunda transformación porque la interacción entre las personas se ha dado a través de Internet. Por medio de la pantalla aprendimos recursos, dinámicas y herramientas que jamás hubiéramos volteado a ver a no ser por este confinamiento. Esta situación ha modificado las formas de conversación y colaboración en los equipos de trabajo, lo que nos plantea nuevos retos y oportunidades.

Cuatro ideas que me parecen dignas de reflexión en este momento son:

1. Poder construir espacios más igualitarios e incluyentes: A la distancia, desarrollamos la empatía para vernos más como personas que como trabajadores, ya que nos encontrábamos en los entornos de nuestra vida cotidiana y no en el disfraz de los escenarios corporativos que sostienen y refuerzan relaciones verticales de poder. Esto propicia espacios y esquemas de colaboración más horizontales. La junta, a modo de ejemplo de varias prácticas, necesita distanciarse de protocolos donde el poder se ejerce de manera vertical y, por tanto, inhibe la participación de todos. El lugar de una “cabecera” omnipotente que pueda dominar a todos los asistentes de la sesión inhibe una interacción más activa y creativa entre los colaboradores. Los métodos y las herramientas de colaboración abren posibilidades amplias para descentralizar el poder.

reuniones por la pantalla
Imagen: Mayumi Takahashi.

2. Entrenar la atención en ambientes multiseñales: Una característica de los tiempos actuales es la presión de hacer varias tareas a la vez. Esta situación se agudiza con una tecnología atiborrada de aplicaciones y sistemas de comunicación que siempre demandan respuesta rápida. Ahora, encima de esto, la información del mundo laboral coexiste con la del mundo personal y familiar. Es imposible dar marcha atrás a los avances tecnológicos y a estos ritmos de vida. El reto ahora será enfocar nuestra atención en una sola tarea en un ambiente multiseñal y, de esta manera, apostar más por la calidad que por la cantidad de trabajo.
3. Cuidar el bienestar emocional de tus colaboradores: Las oficinas ofrecen muchos espacios informales para conectar con personas con las que colaboramos. Los encuentros en el área de café, por ejemplo, nos daban la oportunidad de saber sobre los estados de ánimo de nuestros colegas y reaccionar a ellos. En la distancia, perdemos estos espacios. El seguimiento del estado de ánimo por parte de los líderes y entre los colaboradores será esencial en el desarrollo de las organizaciones. Tener videoconferencias con las cámaras encendidas o dejar un espacio en la agenda para compartir estados de ánimo pueden ayudar en este sentido.

reuniones a traves de la pantalla
Imagen: Michael Byers.

4. Procurar espacios de convivencia informal en los equipos de trabajo: Cuando empezó la pandemia, uno de los factores que elevó los niveles de estrés en los trabajadores fue la falta de espacios donde las personas pudieran interactuar de manera informal: ir por un café, sentarse a platicar sobre la domesticidad o compartir chismes. El trabajo a distancia volvió más evidente la necesidad de cuidar y mantener las relaciones personales entre los integrantes de una organización. Uno de los retos más importantes en este momento será encontrar espacios de convivencia informal entre los trabajadores en formatos de trabajo híbrido o a distancia para no perder el enriquecimiento de las relaciones personales.

Para muchas personas esta nueva forma de interactuar será una realidad permanente y, por lo tanto, habrá que generar nuevos esquemas de interacción. La existencia y permanencia de las organizaciones no sólo dependerá de su capacidad de adaptarse a las circunstancias económicas, sino de hacer transformaciones profundas que promuevan la colaboración genuina y formas de comunicación más eficientes.


También te puede interesar: Su atención por favor.

Gramática del gesto. Del pronus al Zoom

Lectura: 4 minutos

Gesto. “La cara que se muda”. “Gesto con visage. [sic.] Gesticulatio”. Ahora el Nuevo Tesoro Lexicográfico ya nos deja traer a este mundo contemporáneo las voces registradas por Nebrija en 1495. No hubo mucha variación en el significado hasta que Covarrubias, en 1611, convirtiera su Thesoro de la lengua castellana en una serie de entradas mucho más explícitas, siguiendo la antiquísima tradición de las Etimologías de Isidoro de Sevilla. Covarrubias explica que la voz latina gestio tiene que ver con “demostrar en el rostro y en su semblante, el efecto que está en el ánima” (actualicé la escritura para mayor facilidad de compresión). En el mismo año, Francisco del Rosal (Origen y etimología de todos los vocablos…) consigna que el gesto es un movimiento corporal (ya no sólo de la cara) que comunica algún afecto del alma. En las ediciones posteriores del Diccionario de Autoridades, el vocablo gesto vuelve a la cara.

Cuando analizamos imágenes, el gesto deja ese lugar del cuerpo para ocupar uno más amplio. Se sale del rostro para ser ademán, que es un modo de ser. El diccionario de Stevens (A new Spanish and English dictionary…1706) apunta que “ademán” se desplaza a la mano (ad manum) para indicar prácticamente lo mismo que “gesto”: gusto o desaprobación por algo a partir de un fruncimiento de los músculos del rostro, excepto que en esta explicación las manos ayudan a enfatizar cualquier expresión juntándolas para rezar, llevándolas a la cabeza para expresar terror o quizá sorpresa.

La muerte de Sócrates, Jacques-Louis David
“La muerte de Sócrates”, Jacques-Louis David, 1787.

Para los que analizamos imágenes, el gesto representa un horizonte mimético, semiótico y semántico que se desplaza del ámbito de lo religioso (las manos juntas que rezan, lo cual es “claro para todos”) a lo político (el brazo extendido que podemos ver en fotografías de personajes como Hitler, Mussolini o Chávez) o a lo vocativo histórico, como el famoso pronus o ademán del profeta o del líder que señala el camino a un pueblo. Este gesto se caracteriza por levantar la mano y apuntar con el dedo índice, tal como el Sócrates que pinta Jacques-Louis David o como el Napoleón del mismo autor. El gesto es un semema en iconografía política, es decir, en el levantamiento o construcción de un personaje con liderazgo a partir de sus discursos e imágenes. Pronus o prono revela inclinación acendrada a algo: una idea, un horizonte promisorio… otra acepción es que alguien está echado sobre el vientre, pero esa es una postura poco gloriosa para los próceres franceses o latinoamericanos. El que guía, señala con el dedo la dirección. Y ése es un gesto.

Rafael Sanzio pintó en La escuela de Atenas a Platón levantando un índice en actitud pontifical hacia el mundo de las ideas: quien levanta el índice tiene “el micrófono”, como diríamos hoy en día; tiene la atención de la audiencia, cuando no su fe desbordada en lo que está diciendo. Quien actualmente se atreva a aparecer en público ostentando este gesto, debe estar consciente de la responsabilidad que conlleva: no es sólo un simulacro o una teatralización para atraer las miradas momentáneamente: quien levanta el índice, tiene qué o hacia dónde señalar.

La escuela de atenas, Platón y Aristoteles
Platón y Aristóteles (tomada de la pintura de Rafael Sanzio, “La escuela de Atenas”).

Hoy entendemos que el gesto es una responsabilidad cuando hablamos con alguien o cuando estamos frente a otros, de manera real o virtual. Quienes ahora estamos conectados permanentemente por pantallas, hacemos quizá un uso indiscriminado de las videollamadas: las podíamos hacer antes de la pandemia puesto que había aplicaciones para ello, pero no se usaron tanto como ahora. Porque quizá tenemos más necesidad que nunca de ver un gesto y no sólo de escuchar inflexiones de voz; porque tenemos la impresión de que el gesto propio y el ajeno se van a encontrar y van a dejar absolutamente claros los puntos a tratar, porque veré a mis alumnos en el Zoom y me esforzaré por rastrear como arqueóloga sus expresiones… desde el escenario que los contiene en sus pequeños recuadros, hasta la ropa, el gesto (visage) y los ademanes (¿mueven las manos cuando hablan?, ¿sostienen la pluma?, ¿levantan la mano para pedir el turno de intervenir, como cuando teníamos clases presenciales?). No dejo de pensar en los escuetos ademanes que nos brinda el Zoom: se puede aplaudir y levantar la mano (quizá hasta se pueda hacer más cosas, pero mi cuenta no es pro). Acostumbrados a la amplia variedad de emociones que podemos expresar con los emojis del WhatsApp, los ademanes del Zoom se quedan muy, muy cortos. Acostumbrados como estamos a un repertorio icónico que ya trascendió el emoticón plano y llano para colonizar el ámbito de la imagen circular y repetitiva (el GIF) y la cada vez más amplia gama de stickers, levantar la mano, según el protocolo de Zoom, nos aleja años luz del ademán glorioso que constituía el prono. Pedir permiso para hablar es un acto que ahora merece resignificarse y por eso yo levanto mi mano en mi recuadro cuando quiero hablar en pantalla. Aplaudo físicamente y levanto la mano, como en los tiempos previos al confinamiento. Levanto el dedo en ademán de pronus cuando creo que digo algo importante (o sea, no muy seguido) y adquiero consciencia de que el gesto es cultura y mediación entre unos y otros.

Napoleón de Jacques Louis David
“Napoleón cruzando los Alpes” de Jacques-Louis David, 1801.

Levantar la mano para hablar implica respeto: es pedir permiso; no es un acto de sumisión sino de civilidad y reconocimiento del otro. Es pedir la voz, no es atropellar con un discurso impuesto. Es pensar que a otro le puede interesar lo que yo diga, si lo hago mesurada pero enfáticamente. Sin pausas incómodas. Sin expresiones dramáticas que llegan a victimizar. Porque el gesto hace el lenguaje perlocutivo: todo eso que se nos escapa en Zoom –si no somos buenos observadores– y que contribuye a reforzar nuestro dicho… o a traicionarlo inconscientemente. Gesticular puede ser un acto consciente y construido o inconsciente y proyectado. Interpretar el gesto es entrar de lleno en el desciframiento de la cultura.


También puede interesarte: Discursos purgadores o discursos purgantes.

Pequeñas señales: la educación, los padres y el confinamiento

Lectura: 7 minutos

¿Qué tienen en común una escena de Tarantino y la labor de los padres en el sistema educativo?

“Drei Glässer” dijo el soldado en perfecto alemán y señaló con su mano. Sin intención se delató como espía. En Bastardos sin gloria, la película de Tarantino, un británico se descubrió por error cuando hizo la seña errónea. Señaló –tres vasos–  iniciando desde el dedo índice y no desde el pulgar. Su comensal alemán descifró el detalle: los alemanes no cuentan así. El “uno” se inicia con el pulgar y no con el índice. La balacera y el caos comenzaron minutos después.

Giovanni Morelli fue un criptógrafo sucesor de un médico, de apellido Mancini, quien a finales del siglo XVII se obsesionó por encontrar un sistema de signos tejidos de manera cultural, que como síntomas involuntarios, revelan el origen genuino o falso de una obra de arte. Como cuando el médico hace mover tu pierna con un golpe y examina el acto reflejo, Morelli descifró en los detalles insignificantes al engaño. Hojas, orejas, manos, pequeños gestos de cómo alguien pinta, ayudarán a trazar el origen de la obra. El diablo en los detalles: como huellas digitales, los gestos inconscientes del artesano son señales que destapan la máscara de su creador. La ciencia forense y el psicoanálisis se siguen sustentando en esas bases. 

Desde que llegó la revolución del conocimiento, las plataformas educativas han nacido sin entender cómo arrastran viejos gestos de la educación prusiana. Nuestro desconocimiento del nuevo paradigma nos ha llevado a emular un sistema educativo empolvado, ese que rechina en el aula: el de las reglas de madera y las bancas de metal, el de las calificaciones y los castigos, el de la tabla de honor y las orejas de burro. Ese sistema se filtra en los códigos y programas educativos del siglo XXI.

papa con hijo clase online
Imagen: Le VPN.

En la época del tren a vapor y la maquila industrial, las naciones reclamaban creyentes y los hijos de las naciones debían ser formados mientras sus padres trabajaban con las manos negras en una máquina. Unos se ganaban el pan; los otros su futuro. Aún y con la llegada del iPhone, los hijos de los ensambladores y de los directivos de negocios han ocupado las butacas, pocas veces, en las mismas escuelas. La educación ha sido la manera en la que los oficios y las profesiones se definen, las naciones se unen y el futuro se traza. El sistema de producción ha sido el silbido de una locomotora que anuncia el destino: grita a los que hacen la currícula a dónde tenemos que  ir. Grandes genios, científicos, técnicos y peones han salido de las fábricas educativas.

Hoy nuestros hijos se  teletransportan para tomar clase; al mismo tiempo nosotros abrimos Zoom para iniciar la junta y los directores de Secretarías de Educación televisan clases rancias. El mundo digital y los cambios del sistema económico están dando señales de que la ecuación de la educación es errónea.  Es como dividir uno y cero en la calculadora de los años ochenta: marca error. En la visión de la educación prusiana el  hijo estudia mientras mamá y papá trabajan, hoy esa fórmula también marca error. El patio con los honores a la bandera se dibuja como un bodegón barroco que perdura en el  siglo XXI.  Al unísono el coworking y el homeschooling resuenan como trazos de un cuadro vanguardista y contracultural. La preparación cada vez será menos la de una profesión y un oficio, a los que hacen las currícula se les acabó la tinta de la impresora: el tren silba y traquetea sin un destino claro y da vueltas por esas vías y durmientes viejos de la era industrial. El presente nos pone contra las máquinas y sus algoritmos; el futuro, incierto y líquido, diluye las profesiones. Hoy debemos cuestionarnos, sin caer en el terror, ¿la educación para qué y hacia dónde? Tenemos que  imaginarnos hacer un plan con un código aún no inventado y con un destino desdibujado: con el maquinista y su tren, andando buscando un nuevo silbido, entre montes, en el horizonte, en la neblina del tiempo.

confinamiento casa, crisis mental
Imagen: La Tercera.

Pero que no se apresuren los críticos. No estoy eliminando de un pincelazo los aciertos del invento prusiano. La institución educativa trajo, como su contemporáneo el tren, la posibilidad de unos cuantos a muchos. Hizo del conocimiento la locomotora de nuestro tiempo, por eso vivimos la era del conocimiento. Recordemos las palabras que Robert  Stephenson,  el creador de la locomotora de vapor, dirigía a sus críticos en la madrugada de hace dos siglos: Los caminos de hierro reemplazarán pronto a los demás medios de transporte, y servirán lo mismo para el rey que para el último de sus vasallos. No está lejos el tiempo en que será más ventajoso para el operario ir a su trabajo en tren que marchar a pie. Habrá dificultades, pero tú verás con tus ojos, hijo mío, lo que estoy ahora prediciendo. Estoy de ello tan seguro como de que estamos vivos. La escuela prusiana logró eso de la educación pero su combinación con la fábrica desarmó a la tribu de su centro emocional.

Los padres, por lo menos de las clases medias, hemos vivido en una zona de confort. Nuestros hijos salían de casa y regresaban educados por otros: los especialistas de la educación. En el hogar, si acaso, el espacio educativo se destinaba a las maneras y a la ética, a  los valores, a repasos y tareas. En la escuela se aprendían las materias: las ciencias y  las lenguas, y ahí Mateo y Ana jugaban con sus amigos. A la espera en casa,  en el mantel, el  agua de jamaica, la sopa y el postre esperaban las palabras del padre consciente: ¿cómo  te fue en la escuela?, ¿qué aprendiste? Esas charlas mecánicas, de almuerzo de lunes, nos hacían sentir comprometidos, además de cuando en cuando, una junta con la maestra o las calificaciones nos advertían sus avances y así aceptamos al sistema. Éramos espectadores de su futuro.

mama con muchas actividades cuarentena
Imagen: The New Yorker.

El confinamiento ha revelado muchas cosas. La madre que pedalea su bicicleta fija –mientras su hija toma una lección remota– añora su tiempo libre. El padre que con autoridad llegaba a revisar la boleta, hoy se jala de los pelos al ser el oyente arrimado de una clase que no imaginaba. Pero la maestra no puede controlar a la niña sólo con apretar dos teclas: Ctrl+Esc. La niña ve la pantalla, silencia y juega; la madre se detiene sin llegar al ritmo deseado, el padre busca culpables y se molesta. La videollamada grupal muestra los errores pedagógicos a la vez que nos demuestra lo incapaces que somos los padres para contenernos y contener a nuestros hijos. Se nos invita a no ver la obra de teatro sino a actuar en ella.

Varios amigos docentes me han contado de terribles jalones al otro lado de la pantalla. Padres y madres desesperados por no saber cómo hacer para que su hijo esté atento, la tabla del dos –piensan– entrará a regaños. A la par el jefe del trabajo les pide entren a Zoom para una reunión y el caldo la olla se desborda en la cocina. La división de labores, el trabajo y el estudio, los quehaceres de casa y los  deberes de la escuela, se diluyen en los cuarenta metros de nuestros modernos departamentos, esos que fueron diseñados para que no estuviéramos ahí salvo para dormir y ver desde el noveno piso la vista majestuosa de luciérnagas eléctricas de la ciudad y las chimeneas industriales de las fábricas comiendo el snack nocturno. Hoy, un microbio nos delata que los espacios comunales de las torres inteligentes que contienen nuestras habitaciones son tan peligrosos como los vagones atiborrados del metro.

En la modernidad global entramos como hace miles de años a la intimidad de una cueva que nos exige vernos y olernos sin salir de ahí. En esa ardiente intimidad, los padres debemos trabajar a la vez que preparamos a nuestros hijos para no ser devorados por las bestias de allá afuera. Cuando lo más peligroso son los demonios internos que nos devoran, esos actos reflejo incontrolables, la intimidad se ensancha como un océano nunca antes explorado.

La pandemia nos muestra la incapacidad de todos para jugar en un tablero distinto. Funcionábamos como autómatas en una fábrica con roles establecidos. La convivencia y la formación no vienen en el manual de operación. El miedo a ser actores y protagonistas de una obra, que veíamos y aplaudimos al final de cada ciclo escolar, nos nubla el presente. ¿Y nos queda la duda de si ésa es una crisis pasajera? ¡No! Es el indicio de una señal que exigirá repensar el presente para adecuarnos a una nueva normalidad del mañana. El COVID-19 es un tráiler de nuestras vidas futuras, es el silbido de un tren que parte sin un destino claro. La escuela para padres es más clara hoy que la de los hijos. En España una página de niñeras virtuales ha tenido un boom analgésico y anestésico: comprar su tiempo es el prozac de la pandemia de los padres, la salida a su depresión es el escape a su responsabilidad.

caos casa coronavirus
Ilustración: NBC News.

Poco a poco los raros padres inconformes y precoces, los que no encajaban, serán los adaptados: los practicantes de homeschooling. Como parte de sus rutinas, sus vidas serán las de blogueros educativos que dictarán la nueva currícula y el pulso a una paternidad abierta y sin antifaz. La duda será si éstos logran meter en sus contenidos los logros de la educación prusiana.

La pregunta de fondo es ¿cómo nos conectamos con nuestros hijos y su futuro? El comando no está en el teclado. Regresemos a festejar su inteligencia, a ver sus capacidades y curiosidades. El fuego de la cueva, ése que ilumina y espanta a las bestias, es su fuego interior. Una mosca vuela cerca del comedor. Jerónimo, mi hijo de siete años, pregunta de manera casual: ¿papá pueden los bichos traer al COVID-19 en sus patas?

No tengo respuesta. Su curiosidad nos pone en evidencia. El COVID-19 arrastra, todavía más inmundicia que las patas de las moscas: los deshechos y errores de nuestro tiempo. El mayor  fracaso de la educación prusiana fue haberse combinado con la fábrica, y como resultado  haber separado a los padres de su deber más profundo: conectar con sus hijos.

El 1%, los gigantes tecnológicos y la pandemia

Lectura: 8 minutos

De los 50 millones de dólares reunidos para apoyar a la Organización Mundial de la Salud (OMS), con el concierto One World Together at Home –“Un mundo Juntos desde Casa”–, e incluso antes de su transmisión por streaming el sábado 18 de abril, “…la mitad de esa cantidad provino de voltear y sacudir a Jeff Bezos para recoger el cambio [que traía en sus bolsillos]”, bromeó Jimmy Fallon, uno de los anfitriones del concierto. Posteriormente se alcanzó más del doble de esa cantidad gracias a muchas otras contribuciones.

En medio de la proliferación del COVID-19 en el mundo es indispensable saber con quiénes contamos para sobrevivir no sólo en términos de salud sino también económica y socialmente.

Nuestra primera reacción, como ciudadanos de un determinado país, es ver qué está haciendo la nación para salvaguardar a su población y evitar la sobrecarga de sus hospitales y servicios básicos de salud, además de apoyar a las empresas y a la población que está perdiendo masivamente sus empleos. Más allá de las fronteras esperamos que organismos internacionales, especialmente la OMS, acudan a nuestro rescate. Pero cada día está más claro que todo ello es insuficiente incluso para países industrializados como Estados Unidos, Italia o España. Demás está decir que la máxima vulnerabilidad la encontramos en los países en desarrollo.

Jeff Bezos, gigantes tecnologicos
Jeff Bezos (Imagen: The Street).

Los países están realizando esfuerzos importantes, con paquetes económicos notables como en Estados Unidos, con más de dos billones de dólares de ayuda y la Unión Europea con una cantidad de más del doble para la región, y los países en desarrollo con apoyos infinitamente más modestos.

En paralelo se encuentran las empresas tecnológicas gigantes a las que no se les pide entrar con todo su poderío económico a ayudar, debido a que no están sujetas a normas nacionales porque operan en el ámbito supranacional donde prevalece la ausencia de reglas. Está claro que cumplen una función esencial en la cuarentena mundial, pues la población depende como nunca de las comunicaciones a través de las redes digitales. Casi la vida entera, empezando por el simple contacto con los seres queridos, trabajar, estudiar, hacer teleconsultas médicas, realizar transacciones bancarias, conseguir esparcimiento y entretenimiento, entre muchas otras actividades capitales por medio de Internet. Para el propio combate al coronavirus, el Internet está siendo indispensable, por ejemplo, al propiciar una enorme colaboración a nivel mundial para acceder a fuentes abiertas de información sobre el COVID-19 como la base de datos de la Universidad John Hopkins, de las más grandes de su tipo; para rastrear la enfermedad, como el proyecto Covid Tracking Project en Estados Unidos; y para realizar investigación colaborativa sobre medicamentos y vacunas para combatir el virus, lo que es importantísimo para encontrar una solución que erradique la pandemia.

El valioso rol que tienen estas grandes compañías –sin duda esencial– no justifica los ingresos desmedidos que obtienen y que les proporcionan un poder económico que las sitúa individualmente en un nivel equivalente a un país. Hay 25 compañías gigantes que son más grandes que países enteros. Por ejemplo, los ingresos de Walmart eran mayores que el Producto Interno Bruto (PIB) de Bélgica y lo ubicaban como el “país” Nº 24 en el mundo en 2017 (Business Insider). Algunas otras compañías tenían ingresos superiores al PIB de Chile, de Portugal o de Kuwait, según la misma fuente.

Estas empresas no solamente se han vuelto jugadores formidables en el mundo, sino además están ganando como nunca en esta pandemia, pues la humanidad entera depende de ellos para comunicarse con el resto del mundo desde su aislamiento y para que la ciencia avance en su control. A modo de ejemplo, la actividad de Facebook ha aumentado 50% en los países más afectados por el virus, y Amazon no se da abasto y está contratando 100,000 empleados adicionales para responder a la solicitud de pedidos (The Economist).

zoom, videoconferencia

Hay nuevos jugadores dentro de este terreno, como Zoom que ofrece el servicio de videoconferencias a través de la web. Eric Yuan, fundador de esta empresa en San José, California, entró en la lista de multimillonarios de Forbes este año (The Guardian). La empresa ni siquiera cuenta con las medidas de seguridad para salvaguardar la privacidad de sus clientes. Esto ha sido puesto en evidencia por más de 500,000 cuentas de Zoom que han sido vendidas en foros de hackers, por lo que empleados del Pentágono, de Google y otras entidades tienen prohibido el uso de este software.

Si nos enfocamos a las compañías de Silicon Valley más tradicionales (Amazon, Apple, Facebook, Google, Microsoft y Netflix) vemos que su forma de operar limita la contribución económica que deberían hacer. Estas seis grandes empresas pagaban entre 10 y 17% de sus ganancias en impuestos en 2018. De acuerdo a una entidad sin finalidades de lucro, Fair Tax Mark (citado por Fortune), entre 2010 y 2019, estas compañías evadieron el pago de impuestos por alrededor de 155 mil millones de dólares en sus transacciones globales, utilizando para ello estrategias legales que se han vuelto prácticas comunes en este tipo de corporaciones. Frecuentemente se declaran las ganancias como obtenidas en sus sucursales fuera de Estados Unidos y donde se cobran bajos o nulos impuestos, evitando así pagar lo que realmente tendrían que contribuir al fisco del país al que pertenecen y de otros países donde hacen negocio.

Varias de estas grandes compañías están haciendo donaciones millonarias para el combate del COVID-19. Sin embargo, los montos son mínimos si se comparan sus ganancias con los impuestos que deberían haber pagado y que podrían haber mejorado las condiciones sanitarias, así como los cuidados médicos en los países donde operan con anterioridad al estallido sanitario. Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo –con una fortuna de 113 mil millones de dólares– donó recientemente 100 millones de dólares a los bancos de alimentos en Estados Unidos, pero eso es lo que él gana en 11 días de trabajo, según Robert Reich, exministro del trabajo en Estados Unidos –The Guardian–. La compañía ha hecho otras donaciones. Por ejemplo, Amazon Web Services (AWS) lanzó una iniciativa global de desarrollo de diagnóstico (Diagnostic Development Initiative) para acelerar la investigación sobre diagnósticos, así como la comprensión y detección del COVID-19, lo que está muy bien, pero para ello aportó 20 millones de dólares, que contra la fortuna que tienen es insignificante.

gigantes tecnologicos Microsoft, Facebook, Google, Amazon
Imagen: The New York Times.

Amazon también ha hecho donaciones que casi dan ternura por alrededor de 300,000 dólares americanos para el Book Trade Charity (Beneficencia en Comercio de Libros), que se ocupa de apoyar a librerías y personas vinculadas a la preservación de libros. Alguna culpa le surgió a Bezos, en medio de la pandemia, quince años después de haber lanzado Kindle. Y con razón, pues si bien Amazon hizo una innovación verdaderamente revolucionaria para la humanidad con la introducción del libro electrónico, que puso la lectura al alcance masivo, las campañas desleales para borrar del mapa a millones de librerías y muchas editoriales no se justificaban, pues esta nueva tecnología le garantizaba un mercado propio sin tener que usar tales métodos.

Por mucho, es Google la empresa tecnológica que ha hecho las mayores aportaciones para hacer frente al COVID-19 –alrededor de 850 millones de dólares–. Es importante notar, sin embargo, que la gran mayoría de estos aportes –y eso es verdad también para los demás gigantes tecnológicos– consisten en descuentos a instituciones o empresas que se anuncian en sus páginas web.

Las cinco grandes de Silicon Valley –Alphabet (Google), Facebook, Amazon, Microsoft y Apple– hasta el 12 de abril habían aportado 1.3 mil millones de dólares en apoyo al combate del COVID-19. Este total se distribuía así (Visual Capitalist):

a). La mitad para apoyar, a través de subsidios o créditos, los anuncios que las pequeñas y medianas empresas (PyMEs) hacen usualmente en estas plataformas para vender sus productos o servicios;

b). La cuarta parte estaba destinada al apoyo a la salud, la mayor parte de la cual consiste en difundir anuncios de la OMS referentes al COVID-19 –y otros organismos de salud– gratuitamente a través de sus plataformas;

c). Sólo el 9% de total consistió en donaciones a grupos vulnerables, trabajadores de la salud y fondos de creados por la OMS para combatir la pandemia;

d). Finalmente, un monto menor fue destinado a los medios de comunicación, para revisar la veracidad de la información, al apoyo del periodismo local y a ayudar a los medios que ven fuertemente reducidos sus ingresos por el recorte de los anuncios.

Puede deducirse de lo anterior que el apoyo de las grandes empresas tecnológicas al combate al COVID-19 y al alivio de la crisis económica y social, es bastante mezquino y, como menciona Robert Reich en el artículo ya citado, varias de sus acciones son en apoyo a sus propios intereses. Por ejemplo, el otorgar anuncios gratuitos o de pago diferido para las PyMEs les conviene, pues el negocio de varios de los gigantes tecnológicos existe gracias a la compra-venta de servicios y productos de terceros a través de sus plataformas.

Bill Gates, Melinda y Warren Buffett
Bill Gates, Warren Buffett y Melinda Gates (Imagen: El País).

Bill Gates, fundador de Microsoft y segunda persona más rica del mundo en 2020, según Forbes –98 mil millones de dólares–, presenta una historia bastante distinta que la de los CEOs de otras grandes empresas tecnológicas, aunque ciertamente sería esperable que hiciera aun mucho más con la fortuna que tiene. Sin embargo, es destacable que él, su esposa Melinda y Warren Buffett, hayan montado la Fundación Gates en 2006 –aunque sus antecesoras se crearon desde los años noventa– haciendo uso, en gran parte, de sus fortunas personales. Con un fideicomiso de cerca de 47 mil millones de dólares, la Fundación Gates realiza un trabajo muy importante en la siguientes áreas: reducción de desigualdades a nivel mundial en el área de salud, con enfoque específico en la reducción de enfermedades infecciosas y de las causas de la mortalidad infantil en países en desarrollo; la distribución de productos y servicios de salud a las comunidades más pobres internacionalmente; impulso a innovaciones para alcanzar un crecimiento económico inclusivo y sostenible; y un programa de educación dentro de Estados Unidos.

Es decir, la contribución Gates ha hecho un aporte a la humanidad, incluyendo la gran prioridad de hoy: reducir o amortiguar el impacto de una pandemia como la que se ha presentado. De hecho, Bill Gates en un Ted Talk en 2015 alertó sobre el gran peligro que corría el mundo ante una pandemia. Equiparó la amenaza de la dispersión del virus de la influenza en nuestra época con aquella que predominó en los años 50 y 60, es decir, la bomba atómica. Gates estimaba que con una epidemia como la que él describía podía llegar a perderse 3 billones de dólares –trillones en el formato inglés– de riqueza económica mundial y millones de vidas. Pero nos dijo que estábamos a tiempo de prepararnos para una pandemia, lo cual habría que hacer como si se tratase de una guerra: ejércitos de personal de salud listos para ello, equipo, simulaciones de dispersión de la enfermedad, investigación científica, entre otros esfuerzos.

vacuna covid-19
Imagen: Alliance DPA-Geisler-Fotopress.

Lamentablemente no se hizo lo aconsejado por los epidemiólogos y por Bill Gates, este último haciendo eco en ellos, y ahora estamos sufriendo las consecuencias. No estamos preparados para esta guerra y debemos combatir a marchas forzadas y sin armamento suficiente. Está claro que los países a partir de lo que ha sucedido reorientarán sus recursos –ya lo están haciendo–, y con ayuda de la revolución tecnológica actual estarán más preparados. Pero nada de lo que están realizando es suficiente con una caída económica casi sin precedentes, y un mundo en desarrollo que entrará en una fase cataclísmica, por lo que se necesitan mayores apoyos. Es indispensable que la población más rica del mundo, el 1% formado por los más adinerados –los CEOs de las grandes compañías, entre otros–, y los gigantes tecnológicos, creen fundaciones y aportes como los de Melinda y Bill Gates y pongan sus fortunas al servicio de la humanidad, riquezas que irónicamente están incrementándose gracias a la propia pandemia.

En ausencia de gobernanza supranacional, los países tendrán que poner condiciones para que dichas empresas operen en sus territorios exigiendo pagos de impuestos realmente proporcionales a las ganancias que hacen en ellos, y contribuciones adicionales a la ciencia y tecnología, especialmente la vinculada a la salud y en tiempos normales a otras necesidades extremas.


También puede interesarte: El uso y abuso de los gigantes tecnológicos y sus límites.