El cinismo de la crueldad: Hermann Nitsch

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La obra de este hombre es un espectáculo gore que se sostiene en ideas falsas que el “gremio artístico cultural” defiende sin avergonzarse.

Ciudad de México.- Es ominosa la protesta y la sumisión intelectual por la clausura de la exposición de Hermann Nitsch. La obra de este hombre es un espectáculo gore que se sostiene en ideas falsas que el “gremio artístico cultural” defiende sin avergonzarse.

Afirman que su performance indaga en la ritualización del sacrificio. Falso. El sacrificio tenía una razón: la ofrenda era una demostración de fe a una divinidad para que ésta se mostrara benévola, no era un acto estético o recreativo. Sin esa intención esta acción se reduce a matar por matar, es la exhibición de las patologías de una persona. Nitsch y sus supuestas orgías “dionisiacas” son un invento que carece de bases documentales. No hay ritual puesto que no hay misión, no existe una fe o religión que sacralice sus descuartizamientos. Las ofrendas humanas o animales fueron expulsadas de las religiones cuando la civilización entendió el valor ético de la vida, entonces el sacrificio fue metafísico. Matar en nombre de un credo o una ideología es criminal. Las atrocidades de Nitsch son intelectualizadas, incompatibles con la salvaje o primitiva “fe ciega” que cree e ignora. Cada vez que él ha matado a un animal para jugar con la sangre y las entrañas, lo hace con la consciencia de que los argumentos teóricos alrededor de su “ritual” son un disfraz que le permite complacer sus apetitos. Con premeditación manipula un estilo artístico y pervierte el valor de la libertad creativa y de expresión como el fanático que esgrime la religión para asesinar, los dos lo hacen bajo la impunidad de la “libertad de las ideas”.

Es un cinismo descomunal afirmar que está retomando sacrificios cristianos. Históricamente la crucifixión existió antes de Cristo, siguió existiendo después y nunca fue un ritual religioso, era una ejecución judicial pública. Las crucifixiones que hacen cada año en Iztapalapa son performances colectivos con énfasis en un voluntario que se prepara para personificar al profeta, y la exacerbación del sufrimiento es un ritual religioso para una divinidad. Las crucifixiones con personas y cadáveres de animales de Nitsch son la apología y el divertimento de un castigo que se prohibió por su crueldad. Los académicos tendrían que ser congruentes, si es que eso es posible, y también aceptar como arte contemporáneo las de Iztapalapa. Ante la protesta de los defensores de los derechos de los animales, Nitsch advirtió que él es un “amante de los animales”. Es la eterna demagogia del estilo contemporáneo VIP. Si denuncian daños ecológicos lo hacen contaminando; hacen obras feministas reduciendo a la mujer al más inmediato estereotipo y critican el hambre desperdiciando alimentos. Es el caso de Nitsch y de muchos artistas VIP que “aman a los animales” y gozan maltratándolos, matándolos o manipulando sus entrañas. Cualquier persona que respete la vida es incapaz de utilizar restos mortales para hacer un show con algo que invariablemente significó dolor. La muerte no se recrea porque la muerte es única.

Clamaron mundialmente que lo “censuraron” y cancelaron su exposición. No hay censura, hay indignación social. En Nueva York en el 2011 presencié uno de sus performances y ahí se disciplinó, lo hizo con pintura de colores y esa memorabilia la vendieron como “obras pictóricas”. En cambio acá trató de aprovecharse porque no hay ley que detenga la barbarie artística y delincuencial. La tolerancia ante la impunidad nos ha llevado a la degradación social que padecemos, la indignación es un gesto de civilidad, de urgencia para tomar consciencia de que la crueldad es insoportable.

La sangre derramada siempre significa muerte y violencia. El que exhibe esa sangre hace escarnio del dolor de otro, de su indefensión y su tragedia. Durante milenios los animales han sido víctimas de los humanos, esa vulnerabilidad, nobleza y generosidad no merecen el menosprecio del “arte”. La antropocéntrica arrogancia de Nitsch y su irracional superioridad sitúa a los animales como indignos de respeto y que tienen la función de soportar los caprichos patológicos de los seres humanos. Es intolerable que un matadero y su memorabilia sean llamados arte, y es abyecta la defensa de los “intelectuales” a una “obra” sociópata.

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Boris Tabaré Ayala Gándara

Problemático el caso de Nitsch para quienes no comemos carne ni aceptamos el maltrato animal, pero no somos indiferentes a las obras plásticas del austriaco, las cuales impresionan por potentes, una vez que se ha sabido discernir lo plástico de lo político. Considero que axiológicamente los valores éticos imperan sobre los estéticos. Acaso en eso sí estaría de acuerdo con Lésper; pero no es aseado intelectualmente desacreditar a Nitsch en cuanto a artista, o al “arte contemporáneo”, arguyendo motivos de otro orden distinto al estético, lo cual ya es un método consagrado en el ejercicio crítico” de Lésper.

Exacerbada la postura de Avelina, que en absoluto toca ni tangencialmente ningún carácter estrictamente estético y se centra exclusivamente en lo ético (los cuales bastan en una diatriba moral, pero no estética). Hasta ahora no veo que sus argumentos “ecologistas” contra su llamado “estilo VIP” hayan logrado crear el vínculo necesario que ella ve entre ciertos modos materiales de expresión y lo eticamente reprochable; su argumento es totalmente artificial, como lo sería reprobar la serie de obras de Picasso o Goya sobre la tauromaquia “por ser apología de un espectáculo cruel”, el cual, por supuesto, es.

La frase “la ofrenda no era un acto estético” es debatible, por cuanto que no es fácil discernir del ritual religioso los elementos míticos de los estéticos. Acaso estaban indiferenciados en el amplio contexto de lo “simbólico”, como enseña Cassirer. En cualquier caso, este artículo de Avelina Lésper vuelve a caer en lo manipulador y maniqueo que ya es su sello personal.

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