Es claro que la pandemia del COVID-19 ha desencadenado una problemática inédita, por su magnitud, a nivel global. Las repercusiones en la vida, la salud y en la economía son de enormes dimensiones en todo el mundo.
Algunos países de la región del Asia-Pacífico como China, Japón, Corea del Sur, Hong Kong y Singapur parecen estar actuando adecuadamente. Por otra parte, en Europa, en particular en Italia y en España así como en los Estados Unidos, la reacción parece haber sido tardía. Pero lo peor puede venir para las naciones con economías emergentes como muchos países asiáticos, en África y en América Latina que carecen de los sistemas sanitarios, de la fortaleza económica y de la estructura institucional para hacer frente rápido y con éxito a las amenazas de esta pandemia y a las consecuencias económicas y sociales generadas por la misma.
La Organización Mundial de la Salud, la ONU, la OCDE, el Fondo Monetario Internacional, entre otras instituciones internacionales, al igual que numerosos grupos de estudio, se han ocupado del análisis y de los planteamientos de solución de la nueva problemática.
De cualquier forma es claro que los sistemas de salud pública de casi todo el mundo no estaban preparados para una pandemia de estas características. Asimismo, no existen los mecanismos financieros internacionales, de carácter institucional, para hacer frente rápida y eficazmente a este tipo de contingencias.
Pero la situación humanitaria más preocupante es en los países pobres, que no sólo carecen de los sistemas sanitarios adecuados, sino que además tienen a grandes sectores de la población en pobreza y en el sector informal de la economía, lo cual hace muy difícil implementar medidas como el aislamiento social.
Ante esta situación Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, ha anunciado el “Plan Mundial de Respuesta Humanitaria al COVID-19”, cuyo objetivo es combatir el virus en los países más pobres del mundo.
Estamos frente a una crisis extraordinaria de proporciones globales. Estos nuevos retos nos deben plantear la oportunidad de solucionar graves problemas estructurales que venimos arrastrando para emerger de esta contingencia más fuertes y, sobre todo, más sabios.
No podemos seguir con un esquema de crecimiento económico global con el actual nivel de destrucción de la naturaleza, con la contaminación que generamos en todos los campos, la sobre-explotación de los recursos naturales y, principalmente, con el cambio climático. De acuerdo a toda la evidencia científica disponible el calentamiento global se continúa acelerando, exponiendo a la sociedad global a nuevos y mayores riesgos.
De igual forma, no podemos seguir con los niveles de desigualdad y persistente pobreza en numerosos países desarrollados como en economías emergentes.
Vivimos en la etapa de mayor desarrollo científico y tecnológico de la historia. Pero no hemos crecido en sabiduría. Tenemos una profunda crisis de valores que se traduce en un materialismo y en un consumismo grotesco y desbordado. Parece que hemos olvidado todas las enseñanzas de las culturas ancestrales y desterrado cualquier tipo de espiritualidad, absortos en la inmediatez, en el corto-placismo.
Ésta es una oportunidad para iniciar un movimiento intelectual hacia una nueva Ilustración, como la del siglo XVIII, que dio impulso a la ciencia y la filosofía modernas abriendo paso al mundo contemporáneo. Pero ahora toca hacer un alto en el camino y recuperar el sendero que nos permita encontrar fórmulas de convivencia más adecuadas. Encontrar las soluciones y los nuevos equilibrios para un mundo saturado. Ya no son viables las soluciones derivadas de las teorías formuladas para un mundo vacío.
Se requiere de un paradigma con nuevos equilibrios entre el ser humano y el medio ambiente, entre el corto y el largo plazo, entre el hombre y la mujer, especialmente entre el impulso individual y el interés general. Pero en esta búsqueda del equilibrio es importante no ir de un extremo a otro. Lo cual significa que, una cosa es proteger el interés general, y otra es caer, en nombre del mismo, en esquemas autoritarios.
Algunas de las señales más claras del creciente deterioro que caracteriza a la sociedad contemporánea es, además de la destrucción del planeta, una economía global fuertemente dominada por la especulación financiera y un materialismo exacerbado. Pero también la degradación de los sistemas políticos, aún en países con tradición democrática.
La solución de la problemática contemporánea debe ser de la mano del conocimiento científico y de la solidaridad. No va a ser un camino fácil. Debemos preservar el interés general evitando caer en esquemas autoritarios y totalitarios. Para mí siempre es importante insistir en que la búsqueda de las soluciones a la problemática global debe estar en consonancia con el respeto del ambiente y la naturaleza, así como con la protección y defensa de los derechos y las libertades de las personas.
Querido Magister Gil , muy oportunas tus reflexiones, A la hora de la verdad podemos hacer poco pero ya es un gran avance cobrar conciencia cabal de los que acontece, hacer un alto en el camino para entender el suceder de la crisis que nos agobia y compartirlo con los alumnos. Así lo haré. R
Exposición clara y contundente
Gracias Gerardo
Hoy más que nunca debemos estar unidos; informar a la sociedad con la verdad tal y como son las situaciones de nuestro País, Estado, Ciudad, Pueblo, Ranchería y cada Rincón de nuestra población; que todos se involucren en las acciones de bienestar para un mundo mejor.