El ejército de las mujeres

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Nadie sabe para quién trabaja. Ésta es una de las máximas del oficio del dramaturgo: en algunos casos los personajes poco complejos desarrollan situaciones poderosas o, por el contrario, cuando una premisa no está lo suficientemente firme se desencadenan personajes maravillosos.

El texto puede provocar carcajadas en momentos demasiado serios o ningún entusiasmo en episodios diseñados para hacer reír; ciertos personajes secundarios pueden robarse el corazón de la audiencia mientras que los protagonistas quedan opacados. En fin, los efectos del escritor nunca se pueden predecir del todo.

En el teatro siempre hay un factor de riesgo que no puede ser controlado por la visión de quien escribe, de quien actúa o de quien dirige. La magia siempre viene de la relación del montaje con el público; éste, cuando se involucra con una historia, determina circunstancias no previstas en el papel o en el ensayo.

Al asistir a una función de “El malentendido” en el Teatro Julio Castillo pude darme cuenta que su autor, Albert Camus, no contempló la fuerza avasalladora de su texto. Su premisa es imponente: el amor sobrepasa cualquier código ético-moral. En los lugares donde exista una lógica clara y precisa, ésta queda ensombrecida cuando se dejan andar las pasiones más escondidas.

No obstante, la fuerza de “El malentendido” no nace de esta sugerente idea, sino de los personajes femeninos que se presentan. Camus teje una historia donde son ellas las responsables de los actos más atroces y, en paralelo, de los más amorosos: después de veinte años de abandonar su hogar, un hijo decide reencontrarse con su madre y hermana.

Sin revelarles su identidad, en una parte para reconocerlas a la distancia y por otra para saber si lo podían ubicar a pesar los años, Jan decide hospedarse en el hotel de ellas, sin saber que se han convertido en asesinas de sus huéspedes para quedarse con el dinero. Toda esta situación se complica con la llegada de María, esposa de Jan, con el único objetivo de ayudar al reencuentro familiar.

La madre y la hermana, Marta, sin reconocer a Jan, deciden matarlo como sus víctimas anteriores y es ahí donde surge el conflicto. El autor plantea una discusión sobre los alcances del amor en decisiones éticas sin maniqueímos o planteamientos chantajistas o tramposos. Envuelve al espectador de tal forma que es imposible señalar a un culpable ante las circunstancias.

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No existen personajes unidimensionales; lo más sorprendente del texto es cómo todos los involucrados en la historia tienen razones de peso para decidir lo que deciden. El público se horroriza con sus actos y, unos minutos después, empatiza con ellos sin posibilidad de incluir un juicio de valor.

Se nota que Camus tenía un principal interés por el personaje de Jan, sin embargo, nunca advirtió el nacimiento de tres personajes femeninos extraordinarios dentro de la dramaturgia occidental; toda la acción dramática avanza y se vuelve interesante por las decisiones de la madre, Marta y María para impregnarle al argumento una atmósfera profundamente femenina.

El montaje mexicano tiene conciencia de esta condición y no es gratuito  que una mujer comande este proyecto. Marta Verduzco, la directora, presenta un escenario blanco, frío, limpio que poco a poco se va ensuciando de las pasiones de estos personajes. La ambición de madre e hija, la necesidad de afecto de Jan y el amor incondicional de su esposa desatan un torbellino imposible de contener, que arrasa con la frágil quietud.

Verduzco sabe que las mujeres son los personajes más interesantes, sin embargo, hace un gran lucimiento del hijo pródigo. Todos los trazos escénicos sostienen una actoralidad efectiva, verosímil y honesta. EL ritmo y el tempo son perfectos porque conducen a un clímax arriesgado y explosivo. La atmósfera es funcional para representar esta tragedia moderna.

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La participación de Rodrigo Vázquez como Jan resalta una técnica vocal depurada. Con ciertos tintes cómicos, construye un personaje ingenuo y desolado. Su energía nunca decae y juega con los textos para darle más volumen a su personaje. Farnesio de Bernal, quien es el criado, juega un papel importante porque en él recaen  todos los momentos más abstractos del montaje. Su trabajo expresivo es cuidadoso.

La actriz Ana Ofelia Murguía, la madre, es excepcional en todos los sentidos; nunca cae en obviedades o arrebatos emocionales; el mayor logro de su interpretación es el nivel de contención (y tensión) en cada uno de sus textos. Su última escena deja sin aliento a la audiencia.

Emma Dib como Marta hace uno de los mejores trabajos de este año. Su energía y peso actoral desarrollan un personaje atormentado y sumido en una profunda tristeza; en todo momento su trabajo técnico con la voz, el cuerpo y el análisis del texto es magistral.

Por último, Érika de la Llave, María, merece una ovación de pie en primer lugar porque participa sólo en dos escenas (una al principio y otra al final) y se incorpora al ritmo y al tempo de sus demás compañeros de forma sorprendente.. Su lado emotivo se encuentra sujeto a una técnica precisa y clara. Ésta interpretación hace que el personaje de Érika de la Llave sea entrañable para la audiencia.

“El malentendido” de Camus en el Teatro Julio Castillo es uno de los montajes más funcionales e impactantes de la temporada. Es un espectáculo difícil por el tema pero resuelto de manera efectiva. No obstante, el rasgo más valioso es la participación de estas actrices quienes demuestran una técnica insuperable al ser su fuerza y poética equivalentes a un ejército entero.

“El malentendido”

De: Albert Camus

Dirección: Marta Verduzco.

Teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque (Reforma y Campo Marte s/n)

Jueves y viernes 20:00 hrs., sábados 19:00 hrs., y domingos 18:00 hrs.

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