El hombre a quien no le entraba un problema más

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A ese hombre no le entraban más problemas, lo había dicho él, lo había dicho claro, ya no le entraba un problema más, un solo problema más. Claramente lo había dicho, en más de una reunión, de amigos, de consorcio, en las fiestas, en los viajes. A los que lo paraban para contarles algo. Les decía: “Chst chts, no me entran más problemas”. Le apodaban el loco del barrio. El hombre andaba con medias, una de cada color y ojotas arriba de las medias. Pantalón roto en la parte de la cola y quemado por el calefón, arriba del pantalón, un calzoncillo. Camisa de vestir, mitad puesta, mitad salida para afuera. Arriba de la camisa una camiseta blanca de las que estaban agujeradas en el torso. Barba de varios días sin afeitar, escarbadientes en la boca, lapicera en la oreja, diario recién comprado abajo del brazo, y dos valijas que estaban a medio cerrar y llenas de cosas.

Y así andaba por la ciudad. Cualquiera que lo veía pensaba que ese hombre estaba lleno de problemas. “Pobre hombre”, decían al verlo, “está lleno de problemas”. Lo veían lleno de problemas en la ropa que tenía puesta, en el modo de ponerse la ropa, en las valijas que llevaba, en el modo en que caminaba. El hombre caminaba muy lento, como yendo a ningún lado mirando las plantas y los pájaros. Y cada tanto hacia algún comentario sobre algún brote nuevo, o alguna nueva actitud que le veía a los pájaros. Generalmente hablaba con ellos y con las plantas. La gente cuando lo veía decía “ese hombre tiene muchos problemas, pobre”.

problemas
Imagen: Mr. Bob.

“Y claro” –comentaban los que solían saber de las cosas–, “cuando uno está lleno de problemas, los problemas se acumulan encima de uno (como a ese hombre), y lo aplastan”. “Ése es un hombre aplastado por los problemas”. “Él no lleva a sus problemas, los problemas lo llevan a él”. Pero el hombre lleno de problemas sonreía, andaba por la calle y sonreía. Y hablaba a veces en castellano, a veces se le daba por hablar en un idioma raro, medio inentendible, a veces bufaba como un caballo, y a veces se quedaba en el banco, tirado al sol, horas y horas. “Lleno de problemas”, decía un amigo que lo había conocido de otra época. “En un momento no le entraban más problemas”, decía el amigo, “le había entrado tantos que ya no le entraban más”.

Llenó el cuerpo, la ropa, el pelo, las valijas, los pensamientos de problemas. Llenó hasta arriba como se llena un recipiente de agua, que llega al tope, y cuando llega al pico, se rebalsa, así se rebalsó él. Ése es un hombre al que no le entraron más problemas. Y cuando no le entraban más problemas se ajustó solo, bajó hasta el máximo, ya no rebalsó más. Pero quedó al tope de problemas, al máximo. No le entra un problema más. Por eso lo ven así, problema nuevo que aparece, él no lo agarra, porque no le entra más. Nada más. Ni uno más.

Ver al hombre que no le entraban más problemas en la calle era una imagen impactante. Era como si un tipo hubiese chocado con un ropero, con una oficina y una casa de valijas, todo junto, y hubiese quedado eso, una pila de ropas, papales, y bolsos, como tirados o puestos arriba de un hombre. El hombre estaba debajo de una montaña de cosas. Era un monumento al desorden. Muchos ordenados lo iban a ver para descansar de sí mismos, y se daban cuenta de que la visión de ese hombre extrañamente era relajada.

Pero la gente seguía comentando que a ese hombre no le habían entrado más problemas. Ya está lleno; hasta arriba de problemas y no le han entrado más.

Y por ahí se cruzaba a un hombre prolijo, de traje, todo arreglado, acicalado, planchado, que pasaba al lado de él, con cara seria, teléfono en el oído, apurado para acá o para allá. Y decían, “ése es un hombre sin problemas. El otro está lleno de problemas”. Pero lo extraño es que no estaba claro de cuál se hablaba.

el hombre con problemas
Imagen: Emanuele Ronco.

El hombre lleno de problemas hasta el tope generalmente hablaba con animales, y con los perros que lo seguían, pero ya estaba lleno de perros y tampoco le entraba un perro más. Este hombre tampoco solía hablar mucho con personas. Y si alguien lo paraba para algo, por ejemplo, para preguntarle dónde quedaba la plaza principal, les respondía: “Su problema no me lo pase, a mí no me entra un problema más”. Y si recibía visita para algo, simplemente decía, “No, no, estoy lleno, no me entra más”. Así que, de poco a poco, al hombre lleno de problemas le fueron dejando de hablar. De golpe los problemas viejos se fueron gastando, cansando y yéndose.

Los problemas se van con el tiempo, como si un día llueve, otro día deja de llover. Y los problemas nuevos no fueron llegando porque él ya no recibía más problemas y en poco tiempo pasó a estar hasta tres cuartos de problemas. Él lo sintió en el peso de cómo caminaba o las cosas que podía ver. Después se dio cuenta de que tenía la mitad de los problemas. Y, luego, sólo un poquito de problemas. Hasta que en un momento se levantó totalmente liviano, pensando en nada, y se dio cuenta, él, solo nadie más, que estaba vacío de problemas. Y así fue que el hombre que estaba lleno de problemas para todos, en realidad estaba vacío de problemas. Y lo más interesante para él es que no le entraba un problema más. Porque cuando uno se vacía de problemas, hay un momento en que ya no toma más problemas en su responsabilidad, son difíciles de cuidar, ocupan mucho espacio, y tarde que temprano, ciertamente se van, por más que uno los quiera agarrar.

Y así andaba por la calle el hombre vacío de problemas, mientras el mundo pensaba que no le entraba un problema más. Tenían razón, no le entraba un problema más.


La reciente publicación del autor: Pérez y otros relatos de humor (editado por Círculo Rojo).


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Juan LuisMonjaraz R. juanluismonjaraz@hotmail.com

Cándida parábola para reflexionar !! . Cuantas personas andamos por la vida comprando o tomando problemas de forma gratuita, problemas que desgastan la salud mental , tan sencilla que es es la vida pero tan complicado que es el ser humano !!

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