Nuestro sistema de pensamientos determina la forma en la que interpretamos la realidad. Este sistema incluye valores, creencias, prejuicios, estereotipos y conocimientos. Cuando las personas se comunican, los sistemas de pensamientos interactúan para compartir, disentir o coincidir.
En este sentido, la mente clasifica a los pensamientos en dos grupos: los que son afines a nuestra realidad interna y los que no. Todas esas ideas que resultan lógicas bajo nuestra particular forma de comprender la realidad las asimilamos y, en el mejor de los casos, alimentan nuestro sistema de ideas. Por otro lado, rechazamos o combatimos las ideas que son contrarias a nuestra interpretación del mundo.
En esta interacción encontramos de forma regular argumentos conocidos como falacias. Estas proposiciones están equivocadas en las ideas que las componen o en las conclusiones que arrojan pero, sin un riguroso análisis, pueden aparecer como verdaderas.
Si no tenemos la información necesaria para identificar las falacias, éstas entran a nuestro sistema de pensamientos. En el caso de la comunicación pública, los políticos recurren a las falacias para defender sus argumentos y justificar políticas a favor de sus intereses. Cuando en la comunicación pública se usan falacias, se atenta contra la transparencia y el derecho a entender de la ciudadanía.
Ningún político está libre de falacias. De hecho, todos las usan como blindaje político para no ser cuestionados. Por eso, como ciudadanos es necesario estar en un permanente ejercicio de qué se dice y cómo se dice para cuestionar lo que no entendemos. Sin duda, este compromiso de observación es un primer paso para replantear la participación ciudadana en la vida pública.
Si me centro en esta administración, es interesante cómo AMLO, en su Plan de Anticorrupción y Austeridad (https://www.forbes.com.mx/estos-son-los-50-puntos-del-plan-anticorrupcion-y-de-austeridad-de-amlo/), tiene a la transparencia de información como una prioridad. Por supuesto, este objetivo tiene buenas intenciones pero habría que preguntarnos qué estamos haciendo nosotros, los ciudadanos, para cumplirlo.
López Obrador es una de las figuras políticas que provoca mayor controversia ciudadana. El ejercicio crítico de sus declaraciones debe ser muy certero para no perdernos en bajas pasiones. Es increíble cómo su agenda, que dictamina en las “mañaneras”, propicia debates interminables en redes sociales que no aterrizan en nada y sólo fomentan la polarización.
Mencionaré algunas declaraciones del presidente y encontraré cómo cumplen el formato de distintos tipos de falacia:
1. Hizo evidente la falta de apoyo de la revista Proceso a su administración:
AMLO: “Proceso no se portó bien con nosotros”.
Repotero: “No es papel de los medios portarse bien, presidente”.
AMLO: “No, pero estamos buscando la transformación y todos los buenos periodistas de la historia siempre han apostado a las transformaciones”.
Aquí se usa una falacia de ambigüedad[1] por no explicar de forma clara en qué consisten ciertas palabras. Éstas son “bien” y “buenos”: ¿la bondad del periodismo sólo existe cuando apoya al gobierno? Cuando AMLO fue una fuerza disidente, ¿él no era una fuerza buena? Todos los periodistas que lo apoyaron como candidato, ¿tampoco cumplían los criterios de bondad?
Además, supone que, como él, por definición y porque encarna la voluntad del pueblo, hace lo correcto, cualquier crítica en su contra es una muestra de maldad. Esto es una falacia de autoridad.
2. Caricaturiza al periódico Reforma a través de la siguiente declaración:
“¿Conocen el edificio de Reforma? Es un palacio. Y yo diría –con todo respeto– de mal gusto, porque también los fifís no tienen tanta sensibilidad para la arquitectura”.
En este caso, el presidente cae en una falacia de Hombre de Paja[2] al caricaturizar a uno de los medios emblemáticos de la derecha. Con el término “fifís” lo deja en una posición vulnerable ante toda la carga ideológica sexenal que los sataniza y remata con un chiste de sus gustos arquitectónicos sin entrar de lleno a una discusión de política editorial del periódico. Con esta crítica dirigida a las personas (fifís, corruptos, adversarios o mafiosos) evade el debate sobre los argumentos de esas personas.
3. Declara en su primer informe de gobierno en materia de educación:
“La austeridad nuestra, para tenerlo claro, se inspira en el criterio del presidente Juárez que decía (…): “bajo el sistema federativo los funcionarios públicos no pueden disponer de las rentas sin responsabilidad; no pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes, no pueden improvisar fortunas ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo resignándose a vivir en la honrosa medianía…”.
En este caso, AMLO ocupa una falacia de autoridad[3] (ad verecundiam), donde la veracidad de un argumento depende sólo de la autoridad de una figura sin profundizar en las razones para serlo. En apariencia, el deseo de Juárez suena una gran idea, pero ¿qué significa en acciones precisas para los políticos mexicanos del siglo XXI?
4. Advierte sobre la incidencia delictiva en Tamaulipas:
“…Falta todavía como el mismo gobernador lo ha mencionado y tenemos este asunto que es un reto, un desafío de este grupo de delincuentes que amenazaron hasta los distribuidores de gasolina de que no le vendieran gasolina al ejército. A la policía. Están mal. Así no es la cosa. Yo los llamo a que recapaciten, que piensen en ellos pero sobre todo que piensen en sus familias. Piensen en sus madres. Sus mamacitas. ¿Saben cuánto sufren las mamás por el amor sublime que se le tiene a los hijos? Y ellos deben pensar en eso…”.
El presidente en medio de un análisis sobre la delincuencia en Tamaulipas habla sobre las madres de los “enemigos” en un acto por valorar a la familia. Aquí la falacia populista o de la popularidad[4] (ad populum) apela a la opinión de la mayoría de la gente (de un pueblo o sociedad), y pierde el foco de las cifras de este fenómeno en el Estado y sus tácticas para combatirla.
Si bien López Obrador no es el único político que emite argumentos falaces, dado su poco gusto por los datos y las explicaciones que no le favorecen, así como su preferencia por los símbolos y los actos de fe, las falacias le van muy bien. El ejercicio crítico de las palabras de nuestros representantes es permanente y no puede estar sujeto a nuestras filias políticas. Ojalá nos podamos convertir en cazadores de falacias de la comunicación pública y, en este sentido, exigir con acciones contundentes más transparencia en la información pública.