El peor argumento posible

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En la revista Letras Libres del mes de julio, “tres jóvenes intelectuales” hacen un análisis sobre el libro de Mario Vargas Llosa La civilización de Espectáculo, entre ellos “una especialista en arte contemporáneo”. Se me cita en el artículo varias veces y mal, como es costumbre en esa revista.

Los escasos argumentos de la “especialista” son los lugares comunes de la defensa que hacen del arte contemporáneo o VIP (video, instalación, performance), que esto ya sucedió en el pasado con los Impresionistas y la Academia. Que se les acusa de organizar un complot para sacar al verdadero arte de los museos. Que estas obras son más difíciles que el arte que sí se reconoce como tal.

Analicemos. El arte contemporáneo es la Academia. Decir lo evidente y negar que eso sea arte ocurre desde la marginalidad. Las instituciones, los museos, las escuelas de arte, la crítica, las convocatorias de apoyos, están dirigidos a oficializar, legitimar y divulgar esas formas sin inteligencia como arte. La Academia aplaude furiosamente a estas obras, las respalda con retórica y referencias filosóficas y, además, hace de todas sus limitaciones ejemplos a seguir, cada torpeza intelectual es un canon, cada ocurrencia una ley.

El arte VIP es el arte de las clases dominantes y sus instituciones. Los que están fuera de la Academia son los pintores, escultores y grabadores, las formas artísticas de evidente inteligencia y talento. La misma pintura que exiliaron hace cien años de los “salones” sigue hoy exiliada. Entonces fue por diferencias estéticas y hoy es por una imposición ideológica. Por lo tanto, la Academia no necesita armar un complot. Este arte no es inaccesible, ni difícil, al contrario, es de una simpleza apabullante. Es una repetición sistemática y obsesiva de la realidad, falto de invención, riesgo, interpretación y visión crítica.

Desde la publicidad, los objetos cotidianos hasta excrementos, todo se coloca en el pedestal del museo y se protege con burocracia, curaduría y una construcción retórica.

En un siglo de creación han reciclado descaradamente las mismas ideas y los artistas alcanzan la fama con la replicación de una sola obra. Las instituciones trabajan sin descanso en el proselitismo ideológico o la “formación de públicos”.

Hay la obligación de ver eso como arte, no existe disyuntiva. Este es el arte de las contradicciones: cuestiona al mundo pero no le gusta ser cuestionado; motiva el diálogo pero sólo si lo halagan; enaltece la zafiedad y la vulgaridad, pero quiere que le hablen con delicadeza; explota formas digeridas y prefabricadas pero se considera innovador; dice ser crítico pero rechaza que lo vean críticamente; exige la reflexión del espectador, pero si este duda de la obra lo acusan de ignorante. Tal vez si nuestra sociedad se barbariza aun más, si la inteligencia sigue en franco desprestigio y si la facilidad y la mediocridad continúan dirigiendo el lenguaje artístico, entonces en eso sí tendría razón la “especialista”: este es el mejor arte posible.

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