Cada día estoy más convencido de que hay una campaña o estrategia mundial, desde hace muchos años, para que no podamos expresarnos libremente y por ello se fomenta y promueve, por múltiples medios, el silencio.
Si bien creo que, en algunos casos, muy pocos, el silencio es fundamental, en la mayor parte de los quehaceres humanos, el silencio sobra y faltan las palabras, el diálogo, la comunicación, las preguntas y en algunos casos hasta el grito, el reclamo.
Es curioso cómo hay decenas, miles, y en realidad, millones (más de 149 millones) de entadas en Google y en Pinterest de frases o letreritos “muy lindos” definiendo, explicando, poniendo imágenes y sobrevalorando al silencio.
Hay obviamente muy buenos textos sobre el silencio y vale la pena leerlos, entre ellos destaco el de mi buen amigo y gran filósofo, Eduardo Garza, quien hace referencia en alguno de sus últimos libros de la Serie Gozo, sobre ocho formas de utilizar el silencio.
Pero como mi artículo no es sobre el silencio, sino al contrario, sobre por qué no debemos guardar silencio, pues dejo de hablar de él.
¿Por qué es muy importante dejar de guardar silencio y expresarnos? Les aseguro que el tema tiene muchas implicaciones físicas, químicas y emocionales en todos los seres humanos. Hay muchas investigaciones serias sobre el tema. Quien se guarda lo que tiene o quiere expresar, es muy probable que sufra una u otra enfermedad, en algunos casos “algo sencillo” como una úlcera, a temas mucho más complicados ligados al cerebro.
Es obvio, además, que en lo emocional y en lo espiritual, el hablar y expresarnos nos hace muy bien.
Ya sé que a estas alturas del artículo habrá gente que piense en la meditación, en rezar u orar y que esto se tiene que hacer en silencio: FALSO. Otra vez, nos han vendido que ésas son las únicas formas de hacerlo. Yo hago “meditación activa”, no me pongo en mi tapetito en la mañana, tarde o noche con música repensada o inclusive evitando que haya sonidos cercanos, con ropa cómoda y demás. Me parece que en muchos casos hay más show y se cuidan más las formas que el fondo.
La meditación activa que yo hago es caminar a paso acelerado viendo a mi alrededor y ubicándome en él, sintiéndome parte de mi entorno urbano o rural, en el campo o en la ciudad, sin música, oigo lo que sucede a mi alrededor y eso es parte de mi proceso. No me aisló, soy parte de… Y ya tomando esa consciencia me veo hacia adentro y tengo muchas reflexiones valiosas e importantes. Te invito a hacerla.
Las personas van por la vida con muchas dudas porque no se atreven a preguntar o a cuestionar algo que le dijeron, que le pidieron que hicieran, etc. No sé cuándo, ni por qué, en algún momento de nuestra historia se nos hizo creer que preguntar era malo, era de tontos. Por ello, en mis talleres, casi siempre pongo una lámina que me encanta y que dice “Más vale una pregunta pendeja, que un pendejo que no pregunta”. Y es curioso cómo gusta la lámina y lo que dice. Como anécdota les puedo comentar que, en un taller reciente, el grupo me pidió tomarse la foto al final de la sesión con esa lámina atrás, para todos acordarse de que muchos de los problemas que tenían eran por falta de una buena comunicación y por ende muchos se resuelven haciendo preguntas y no quedándose callados.
Las parejas se aplican la “ley del hielo”. ¿Y con ella van a solucionar sus problemas? NO, es exactamente al revés como los van a solucionar: Hablando. Cada minuto que una pareja enojada entre ella no habla, sólo se hacen más grandes los problemas. Así de sencillo, por ello digo “hazlosencillo”.
En mi libro Políticamente incorrecto, notas de viaje tengo un capítulo relacionado a este tema y a la sobrevaloración que le damos a los dichos populares y ahora les comparto algunas reflexiones al respecto.
Un gran asunto es el de la sabiduría popular contenida en dichos, refranes, máximas. Como se han repetido por tanto tiempo, la gente se los suele creer, los asume como verdades absolutas. No se cuestionan, por ejemplo, si es cierto eso de que El que es perico (loro, cotorro) donde quiera es verde. Suponen que quien funciona en un lugar lo hará siempre en todas partes. Para empezar, si nuestra ave viajase al África es muy posible que sea devorada por alguna bestia y le quitaría de tajo la posibilidad de mostrar su verdor en esas tierras. Cuidado: si voy a otro entorno laboral podría ser un fracaso si no me adapto a las condiciones locales. Un consultor que repita su misma presentación en otro país, aunque hable el mismo idioma, podría ser una gran decepción ante sus nuevas audiencias. El contexto físico y social, la cultura, los referentes, las sutilezas del idioma, el ambiente socio-político, obligan a un análisis previo del nuevo entorno para actualizarse, para no perder vigencia, para seguir siendo verde, como el perico.
¿Han escuchado eso de Chango viejo no aprende maroma nueva? Claro que es falso. Hay muchísima gente que puede probar lo contrario. He visto a miles de personas en sus 50, 60 o 70 años de edad tomando cursos de capacitación. Seguro todos tienen o conocen a algún abuelito o tío abuelo que maneja con destreza su computadora, tableta o teléfono móvil inteligente, en vez de resignarse a matar el tiempo mirando telenovelas insulsas en casa.
Está también el dicho de que Hay maderas que nomás no agarran barniz, dando a entender que hay casos perdidos de gente que no puede cambiar, superarse y también es falso.
Me cansa, por otra parte, oír cómo algunos machacan con el trillado dicho de que El sentido común es el menos común de los sentidos. Jamás deberíamos reclamarle a alguien con esta expresión si no le hemos dicho qué esperamos de él/ella. Es que cada quién usa su sentido común personal, el propio. Se trata, pues, de una cuestión de expectativas. Caso parecido es el de los jefes que regañan a sus subordinados y les espetan cosas como “Es que no es lógico…”. A ver, momento, ¿lógico para quién? Todo es relativo.
Otro caso: muchos juran que es mejor quedarse callado que decir una tontería. Ya lo saben, hay infinidad de dichos que aconsejan cerrar la boca para no quedar mal. Bien, contra la sabiduría popular, yo sostengo que es mejor hablar, aprovechar la oportunidad, y decir algo.
Es muy malo el silencio cómplice: no hablar y nunca gritar, además de no cuestionar las injusticias, nos puede enfermar y producir muchos trastornos. Mucha gente se resigna a su situación y aguanta estoicamente las cosas. No hay nada como liberarse y decir y gritar nuestra verdad.