Elegir en Francia

Lectura: 8 minutos

Así, este domingo 23 de abril nos ofreció una sorpresa-esperada, anticlimática, natural, lógica si se prefiere. ¿Cuál es entonces la conclusión de la elección francesa?, ¿qué podemos esperar para la segunda vuelta el próximo 7 de mayo?

Observamos en el proceso electoral lo siguiente:

En la derecha, François Fillon (20%), fue el candidato del status quo hasta el final; en el subconsciente colectivo de las clases acomodadas se buscó el pendular de la presidencia normal de François Holland, desde una izquierda conceptual, ineficaz en lo político y restringida en lo económico, hacia una derecha menos facinerosa e imprudente que la de Sarkozy, a una posición más austera, contenida, mejor formada. Fillon representó esta austeridad, su discurso fue sensible a la necesidad de asegurar una imposición menos onerosa para quienes gozan de un ingreso capaz de incentivar el consumo, de dinamizar el negocio inmobiliario y de fomentar la inversión. Su discurso fue siempre del tono que esperaba el establishment francés, hizo la tarea de adaptación, no se salió de la línea discursiva que se esperaba de un candidato de la derecha, católico declarado. Gustó su despertar después de haber jugado el papel gris, que le valió la confianza de su jefe Sarkozy. Fillon, instalado como primer ministro en el Hotel de Matignon, fue tolerante, supo bajar la cabeza, hacerse de la vista gorda, dejar el protagonismo a su jefe Sarkosy. Ese papel le fue reconocido por los votantes que veían en él a aquél hombre que, habiendo aceptado, en favor de un “republicanismo” a modo, mucha presión, mostró el temple la retenue que tanto admira el pueblo francés. Gustó que ahora, se expresara con vehemencia, con claridad con convicción. ¿Qué falló entonces?, de nuevo, lo oscurito, lo negociado en la sombra, el apoyo a su mujer, sus sueldos menos escandalosos que negociados en discreción. Las cosas normales… de haber aceptado obsequios, apenas inconvenientes. Esa duda para algunos fue punta de un iceberg que no se quiso indagar y que condenó a Fillon, a un interesante, amplio para ser rival, 20 por ciento, que quiere ahora vender caro para la segunda vuelta a su correligionario también formado con los jesuitas, Emmanuel Macron.

Benoît Hamon, (6.3%) el candidato oficial de la izquierda, del Partido Socialista de la calle Solferino, (PS), el de la rosa, muy en el consenso de las buenas maneras de la tolerancia, la apertura y la inclusión, mostró cierto radicalismo en su vocación por convencer a ciertos sectores de la población. Dio marcha atrás a medio camino, cambio de ruta. Su campaña fue teórica y poco enraizada, mucho trabajo de escritorio y poco de campo. Terminó por no gustar. El mismo Holland, le desdeñó en varias ocasiones, acudiendo al teatro mientras los candidatos de la izquierda debatían, mostrando así su indiferencia y su falta de favoritismo. Quizá porque sus preferencias estaban en un candidato rebelde, su discípulo preferido, su escogido y al mismo tiempo quien le desobedeció construyendo su propia plataforma: Emmanuel Macron.

El candidato oficial de la izquierda republicana está en el primer escalón de los candidatos, lejos, muy lejos con su 6 por ciento y sus 2 millones doscientos mil votantes, de los márgenes de las grandes figuras. Quizá su posición le garantice una continuidad en el partido, tal vez su dirigencia, su refundación en el mejor de los casos. Entendió pronto que la Presidencia – en esta ocasión- no será suya, y jugó un papel que deja para él un espacio de dignidad y de reconocimiento, incluso de quienes no le votaron.

Francia es así, sintiéndose aún en el mundo como la aleccionadora patria de todas las democracias; pensándose a sí misma como esa sociedad que está a la cabeza de la humanidad en codificación civilizatoria; no puede, no quiere en el fondo, caer en ese populismo con el que el pueblo quiere aleccionar a sus gobernantes.

La extrema posición nacionalista y cerrada al diálogo que representa Marine Le Pen, es sólo un llamado de atención en lo interno. La clase media se siente amenazada por otras formas de civilización. Sí, por el mundo musulmán ciertamente, pero también por otra cultura, con sus códigos también, con otra inteligencia, arte y literatura. En la calle se han vuelto a escuchar -las fomentan ella y su partido- apelaciones que se habían inhibido desde finales de los años 70 cuando comenzó a hacerse evidente una presencia que no podía menos que reconocerse y que la corrección política obligó al menos en lenguaje, a frenar. Igual lo hizo toda Europa occidental con los judíos después de la guerra. El sentido de culpa (der schuld) inhibió en la forma; si sólo (mucho) en la forma, en el caso de Francia, el antisemitismo que, por cierto, ha vuelto a emerger, aunque con más recato. Le Pen no tiene grandes posibilidades de ganar la elección el 7 de mayo. Cuenta paradójica e indirectamente con un callado apoyo de Jean-Luc Melanchon (La France Insoumise), el candidato que se catapultó en las últimas semanas (19.5%) y que inhibió después del resultado el llamado a sus votantes para asociarlos a la plataforma de Macron; esto a pesar de representar a la izquierda. La razón es que se trata, la suya, de una izquierda radical que se muerde la cola y que al hacerlo se vincula con la ultra derecha de Le Pen.

Debemos tener cuidado con las geometrías ideológicas. Izquierda, derecha y ultras son términos que refieren más a nacionalismos (palabra que debe ser leída desde la óptica histórica con sus connotaciones xenófobas) y populismos irracionales, que a posiciones frente al individuo y la sociedad. De igual forma, el término derecha fue remplazado por la noción de republicanismo en la plataforma de Fillon (vinculación evidente de por medio con el Partido Republicano de Estados Unidos).

Emmanuel Macron reina por el momento con su 24 y pico por ciento, por encima de su rival en la segunda vuelta que le dista en 950 mil votos con un 21 por ciento. Su plataforma En marche (andando) funcionó sin convencer radicalmente. Sus negativos están en la falta de experiencia y su reactividad en el debate, su juventud. Macron, sigue la tradición de la buena educación de los políticos franceses que rompió Sarkosy. Estudió con los jesuitas hasta la secundaria. Hizo su preparatoria en el Liceo Henri IV, la referencia liberal en Francia y sin duda una de las tres mejores escuelas del país. Nombrada a partir de Henri IV, quien hizo la paz entre católicos y protestantes, siendo él mismo, producto de la unión de dos figuras en cada una de estas prácticas del cristianismo. Macron se forma en Filosofía y presenta una tesis sobre Hegel y continúa sus estudios hasta convertirse en enarca, es decir, egresado de la Escuela Nacional de Administración Pública (ENA), formadora de los principales cuadros del gobierno francés. Macron se casó con su maestra de literatura en la secundaria, mayor que él por 20 años. La verdad que, viéndoles en pareja, percibimos a una mujer sin edad y a un hombre joven, serio. No brinca el contraste etario en la pareja y me parece ridículo que este tema haya dado motivos incluso para acusar a Macron de homosexual. Su trayectoria profesional como funcionario de la Banca Roschild, primero, como Consejero Económico del Presidente F. Holland, posteriormente, y Ministro de Finanzas antes de lanzar su candidatura, son el aval de una carrera profesional exitosa y comprometida.

Las promesas de campaña de Emmanuel Macron, ofrecen como referencia su capacidad de trabajo, su entrega y compromiso de meditar y conciliar los problemas. Así, si bien debemos estar atentos al resultado final de la elección en donde no me cabe duda que En Marche obtendrá la Presidencia de la República francesa, el número de votantes que apoyarán a Marine Le Pen, no será menor a 8 millones. Los 15 millones de votantes de Fillon, Melanchon, Hamon, Dupont (Débout la France) y Lassalle (Résistons), serán quienes definan, a fin de cuentas, el margen de maniobra del siguiente gobierno.

Pero, ¿qué hay detrás de Le Pen y sus actuales 7 millones de seguidores?, ¿quién es esta mujer furibunda, gonádica, impulsiva, inteligente, sensible, orgullosa, que lo mismo tiene querellas internas con su familia, que sabe hablar fuerte en un mundo político dominado por hombres o ganar terreno con los miembros de su propio partido y casi su partido propio, hecho a su modo, ni siquiera al de su padre que lo fundó?

Marion Anne Perrine Le Pen es de ideas fuertes. Critica el papel de las grandes instituciones bancarias internacionales que considera de un ultra liberalismo dañino, se opone al euro, a la pertenencia de Francia a la Unión Europea; su plataforma está diseñada por masones liberales y se dice antifascista. No puedo evitar el asociarla a López Obrador en México, sobre todo porque es una candidata que capitaliza la rabia, la rabia de los franceses contra la impunidad política, el abuso, la autarquía y la corrupción. Le Pen es la candidata del nacionalismo llorón de una Francia dibujada en decadencia por la voz de esta política francesas.  La eventualidad de un resultado que le favoreciera, llevaría a un Franxit, es decir, la salida de Francia de la comunidad europea y, al hacerlo, sería muy probablemente el fin de la Unión Europea, ya que Alemania sería incapaz de sostener sola. Veremos allí lo que sucederá en las próximas elecciones de este mismo año.

El resultado electoral no trajo sorpresas. Pese a los augurios de apocalípticos que anunciaron un resultado de tiempos de post verdad, los datos de la elección dieron razón a los analistas estadígrafos. La elección francesa es una de las más observadas en el mundo y sus institutos de sondeo se cuentan entre los más precisos. La voz de Francia se sigue escuchando aunque ha perdido sin duda, en el último siglo, su poder referencial absoluto. Para el individuo promedio, habitante del hexágono o de la llamada Francia metropolitana, Francia es el non plus ultra de la civilización, el país donde todas las cosas tienen múltiples referentes, y todo se mira en plurales:  ―¿Miel?, sí, de naranjos en flor de Florida. ¿Queso?, ah, sí, reblochon, de Saboya, bien afinado, para degustar al final de la semana. ¿Vino?…

Por eso ahora quieren también opciones, les gusta vivir en la pluralidad mientras la puedan observar desde su hegemonía ilustrada. Pero la migración les ha traído otras realidades, se sienten un poco secuestrados numéricamente, en la capital, en Burdeos, en Marsella o en Lyon, han aparecido en las últimas décadas nuevos barrios de alta identidad supra francesa que influyen en el cotidiano, haciéndolo pasar del folclor objetivable a la realidad inevitable. Pese a los esfuerzos flacos de integración, son marcadas las diferencias sociales, económicas, culinarias, religiosas, culturales.

Los franceses no se detienen a fuerza de dinámica del día con día, en percibir que estos movimientos de personas son en parte consecuencia de su colonialismo abusivo y de su estrategia geopolítica eficaz y redituable en el corto plazo (pero engañosa y peligrosa a la postre como lo fue la división en fracciones del Medio Oriente). Aceptan lo inevitable, desde la migración argelina después de la guerra a principios de los años 60, la subsecuente de trabajadores y la ulterior, consecuencia de la unificación familiar y de otros conflictos y crisis económicas, humanitarias y de la conciencia de una división pragmática pero injusta e insensible, tal como lo fue la separación kurda, siria, iraquí, iraní, palestina e israelita.

Los franceses quieren imponer su modo de vida sin apalancar a quienes mantienen en la marginalidad de un apartheid de facto, sin establecer un sistema sensible de inclusión en la pluralidad y la tolerancia. Nadie en Francia más desagradable que quienes se ejercen en la pretensión de ser franceses. Esos inmigrantes de primera generación, particularmente quienes vienen de Europa oriental y de las fronteras mediterráneas. La pequeña burocracia está llena de ellos porque al no tener un sistema para incluirlos en la economía real y en la meritocracia absoluta, les absorbe en funciones para las grandes agencias de gobierno.

Esa Francia que no quiere más migrantes, que se siente amenazada por un inevitable mestizaje, esa que quiere recuperar una calidad de vida que siente con rabia haber perdido, es la Francia de Le Pen. Una Francia que se ve representada no en una razón sino en una actitud.

El voto a favor de Le Pen pesará en las formas de gobierno y, en el muy probable caso que pierda la segunda vuelta, le dejará a la candidata del Front National, un margen importante de acción política que mantendrá a su partido como actor mayor de la vida política francesa y europea.

0 0 votos
Calificación del artículo
Subscribir
Notificar a
guest
0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
0
Danos tu opinión.x