En los países en donde se practica el toreo, desde hace siglos, existen quienes despreciando su significado en las tradiciones nacionales, pretenden abolirlo –yendo en contra de muchos aficionados que apreciamos sus valores– con el apoyo de aquellos que, en hacerlo, creen estar en lo correcto.
Tal es el caso de Puebla, en donde –me platican aficionados poblanos– la alcaldesa de Puebla, Claudia Rivera Vivanco, intenta presentar una iniciativa en las próximas semanas, misma que pretende se autorice prohibir en la capital poblana los festejos taurinos, después de siglos de ser un importante enclave del toreo mexicano.
En una de sus antiguas plazas, para dar un dato que lo recuerde, Fermín Espinosa Armillita, el 6 de noviembre de 1938, le confirió la alternativa a uno de los más grandes ídolos de México, el compadre Silverio Pérez, teniendo como testigo a Paco Gorráez, con toros de La Punta.
La alcaldesa se suma a los grupos que intentan prohibir, en detrimento de quienes entendemos los impactos culturales y económicos de su práctica.
Una eventual prohibición se traduciría en la pérdida directa e indirecta de empleos, producto de la celebración de festejos taurinos que –como tantas otras actividades– han sufrido el golpe de la pandemia, y Puebla lo que necesita –como todo mundo–es el impulso gubernamental, no restricciones a actividades que legalmente se han practicado por siglos.
La fiesta brava es una rama que, de acuerdo con datos corroborados por instituciones como la Secretaría de Agricultura, en 2019 fue generadora, a nivel nacional, de un flujo económico de 6,900 millones de pesos. Creó más de 80 mil empleos directos y 146 mil indirectos, y representó más de 800 millones de pesos en materia de impuestos.
Según me han platicado aficionados, en su campaña la alcaldesa prometió ser incluyente y respetar divergencias. Y, se percibe, que sumarse a la petición de quienes pretenden prohibir, lo hace asumiendo porque tal vez le sirva como un argumento más en busca de su reelección en el próximo período, dado que su gestión actual ha sido cuestionada por diferentes medios locales.
Así las cosas, ya veremos qué sucede en la capital de uno de los más bellos estados de nuestro país, con una medida –que a quienes disfrutamos del toreo– de hacerse realidad, nos parece desmesurada e inoportuna. Ya veremos y diremos.
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En su artículo del 23 de noviembre del año pasado, ya le había hecho una recomendación para que vean que históricamente y si le quiere llamar “tradición” (que no los), fue algo impuesto a los indígenas.
Le recomiendo el libro Juan Pedro Viqueira Albán, ¿Relejados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el Siglo de las Luces, México, Fondo de Cultura Económica,.
el autor explica la creación y significación de la corrida de todos, pues los nobles participaban a caballo supuestamente con el fin de proteger a los peones que eran de origen plebeyo, es decir, los primeros se mostraban como los protectores de los segundos, y servía para legitimar el derechos de los guerreros a mandar sobre los labradores. En la Nueva España la primer corrida se da el 13 de agosto de 1529, y simbolizada el derecho de los españoles a dominar a los indígenas. El orden jerárquico se representaba por el lugar que ocupaban los dignatarios y funcionarios, siendo el principal, el ocupado por el rey. Para los miembros de la élite resultaba una cuestión de suma importancia el que se les ofreciese o no un palco para asistir a las corridas que se realizaban en las fiestas reales. El honor de las personas o corporaciones se medía también por el tipo de palco que recibían. Pero con la Ilustración esto cambio, pues para ellos los toros no eran otra cosa que una sangrienta y bárbara diversión que sólo podía agradar a aquellos que se oponían al progreso y a la civilización, e incluso se prohibieron por algunos años y solo quedó como símbolo de la reacción, es decir, de los que querían regresar al antiguo régimen. Al retirarse los nobles de las plazas, el hombre a caballo dejó de ser el principal protagonista y su lugar fue ocupado por el antiguo peón.