Época de cambios

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Miguel Ángel Fernández deberá gestionar la posibilidad de hacer algunos cambios al reglamento taurino en vigor con algo que parece ser un cambio sutil, pero que realmente es de fondo.

Ciudad de México.- La presión de las personas que prefieren la suspensión de las corridas de toros aumenta en los países que los disfrutamos y por eso leímos con mucho interés la propuesta madrileña de modificar algunos aspectos que parecían intocables en la lidia y que reflejan que no se quiere poner oídos sordos y moverse a modificar aquello que remueva algunos momentos desagradables para los tiempos modernos y por otro lado, tal vez por lo incómodo de los asientos de la plaza de Madrid, expeditar el tiempo del espectáculo.

La colaboración pasada me referí a Carlos Abella, quién hasta hace unos días era director gerente del Centro de Estudios Taurinos de Madrid y ahora le tocará a quién tomó su lugar, Miguel Ángel Fernández, el gestionar la posibilidad de hacer algunos cambios al reglamento taurino en vigor con algo que parece ser un cambio sutil, pero que realmente es de fondo; el limitar el uso de la espada de descabellar y la puntilla, ésta última tarea delegada al tercer subalterno del espada en turno para que sea como en México, que lo realiza uno o dos puntilleros quienes ejecutan la suerte y recuerdo para ejemplo como lo hiciera hasta los setenta del siglo pasado en México, el inolvidable y elegante Emilio Rodríguez, llamado el Petronio por su percha, vestimenta y manera de ejecutar, el también, llamado cachetazo.

Ese sería un cambio de fondo y me voy a la historia del toreo y hasta hace menos de un siglo, cuando para picar en los caballos no se utilizaba el peto protector. Durante todo el siglo XIX y principios del XX, los ruedos se cubrían de caballos muertos o agonizantes despanzurrados en la arena. La proporción de caballos muertos en las plazas cada temporada era tres veces superior a la de los toros. El periódico taurino madrileño El Enano, sin ir más lejos, daba en 1855 la noticia de que en esa temporada se habían matado en Madrid 191 toros, mientras en ese ruedo habían muerto por asta de toro 412 caballos, 14 de ellos en las cuadras a consecuencia de las heridas producidas por los toros. Es más, la bravura de los toros se calificaba también por el número de caballos muertos en la suerte de varas.

Sin embargo, la sensibilidad del público fue cambiando con la llegada del nuevo siglo y ya a principios del siglo XX los aficionados veían desagradable la muerte de tanto caballo en los ruedos. Oficialmente se implantó en el año 1928, estando como ministro de la gobernación el general Martínez Anido, que dispuso en La Gaceta de Madrid, que a partir del día 8 de abril de ese año se prescribía el uso obligatorio de los petos protectores para los caballos de picar en las plazas consideradas de primera categoría, entre ellas la de Tetuán de las Victorias en Madrid, una plaza en la que anteriormente y durante un año se habían llevado a cabo las pruebas del peto. Esta disposición fue después ratificada por Real Orden de 13 de junio, que ya extendía su obligatoriedad a todas las plazas de España.

Así pues, ya en 1927 se celebraban corridas con petos de prueba y hubo incluso un concurso de ideas en la Plaza de Tetuán de las Victorias con varios modelos de distintos materiales como cuero, caucho, rejilla metálica, tela o guata. A aquel concurso se presentaron petos de la Viuda de Bertoli, de Manuel Nieto Bravo, de Esteban Arteaga y de Juan Andrés Yuste, que a la sazón fue quien ganó el concurso de ideas. Su peto presentado era de una sola pieza, con la parte exterior de paño fuerte, de color gris y la interior de lonas de algodón y se terminaba con guarnición de ribetes de cuero. Llevaba también un faldoncillo enguatado de una cuarta de largo para proteger la bragada del caballo.

En México, en el Toreo de la Condesa, ahora dónde se ubica El Palacio de Hierro Durango, el 12 de octubre de 1930 se utilizó por primera vez el peto con toros de Atenco que lidiaron sin mucha brillantez Luis Freg, Pepe Ortiz y Gil Tovar.

Se proponen en Madrid también cambio de forma, entre otros; ya decidieron quitar el traje de luces al torilero y el encargado de las banderillas; hacer más corto el trayecto del caballo en la suerte de varas saliendo por una puerta más cercana; dejar los pañuelos visibles en el otorgamiento de los trofeos hasta el arrastre de la res; que los jueces, allá llamados presidentes, tomen en cuenta que ya muchos asistentes no usan pañuelo y demandan trofeos con otros objetos o con la voz. Tal vez aplanar el montículo que le hemos comentado, existe en el centro del ruedo de Madrid.

Como verán parece un asunto menor, pero no lo es y al tiempo lo veremos.

En cuanto a la novillada en La México, que agradable es relatar la presencia de los novillos de De Haro, bien presentados, con acometividad y codicia el segundo, con nobleza y largo recorrido el tercero, con un primero soso; lástima que parece tener pacto con Tláloc la ganadería, pues como algunos años se suspendió el festejo antes de lidiarse el cuarto novillo por lo imposible del ruedo para la lidia.

Actitud de Edgar Badillo, verdor de Macías que no pudo con el segundo y buenas sensaciones dejó Juan Pablo Herrera con el tercero de nombre Mil Canciones, dio merecida vuelta al ruedo el de Aguascalientes. Como siempre deja un agradable sabor de boca la ganadería tlaxcalteca y esperemos a saber qué pasará con sus otros novillos no lidiados.

María Félix y Agustín Lara en Toreo de La Condesa
María Félix y Agustín Lara en Toreo de La Condesa
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