¿Por qué el 2 de octubre no se olvida?
No pocos son los frentes de confrontación que cotidianamente se abren en el diverso escenario nacional que, al menos desde la ruptura de la unidad política del partido hegemónico en 1988, no habían tenido tanta sonoridad e impacto mediático como el que se observa hoy e incluso repercute en el ámbito noticioso internacional, no necesariamente con buena referencia.
La década de los 70, tras los eventos de 1968, marcó indudablemente un parteaguas en el camino a la democracia pretendida por la sociedad mexicana. Fue, desde luego, un periodo importante para la transformación del país, por la trascendencia de los hechos que se sucedieron a partir de entonces en lo político, económico y social (guerrilla, grupos armados, confrontación ideológica, etcétera).
El México actual, plagado de modelaciones temporales, hacia adelante y hacia atrás, tiene aún como referente la confrontación y las rupturas de esos candentes periodos de nuestra historia reciente que parecían superados, pero que a la luz de los acontecimientos, se renuevan y se reciclan, enrareciendo el ambiente con un sabor de conflicto, en donde se mezclan actores supervivientes y ambiciosos debutantes, herederos o no del viejo sistema, pero con actitudes casi idénticas.
La ruptura de 1988 modeló un cambio en el sistema político que no acaba de cuajar pero que, a ojos vistas, fue el génesis de la vía de acceso al poder de corrientes ideológicas en apariencia emergentes, aunque cargadas con un ADN vernáculo. Una alternancia que si bien se entiende, no fue otra cosa que la heredad dispersa de la misma idea, el mismo plasma y práctica de antaño (Le Roi est mort. ¡Vive le roi!),con sus naturales adaptaciones, necesarias sin duda, a los tiempos, circunstancias e intereses de los nuevos tiempos y, sobre todo, de los nuevos objetivos, con un colmillo más afilado.
Todos los eventos dramáticos posteriores a la ruptura del 88: el levantamiento zapatista, coincidente con la entrada de México a las grandes ligas, los homicidios políticos, la catástrofe económica, el error de diciembre, el FOBAPROA, las grandes capturas de importantes delincuentes, las extradiciones, los escándalos de corrupción, las alternancias, los grandes fraudes electorales, y otros sucesos que seguimos padeciendo y pagando, siempre fueron usufructuados, hábilmente, por un poder indiscutiblemente elocuente y, en apariencia, cercano al soberano que heredó, cotidiana y periódicamente, hasta nuestros días, bajo la promesa de la justicia social, la honestidad, la honradez, el patriotismo y el férreo combate a la corrupción, un país cada día más depauperado, capturado por el rencor del engaño reiterado, secuestrado siempre por la esperanza de cambio y, finalmente, amordazado por la imposición, en cada etapa, de una cosmovisión esquizofrénica propia, que no racionaliza o que minimiza virtualmente, la realidad patente.
L`État c`est Moi. En cada espacio, en cada periodo, han surgido paladines que con índice flamígero señalaron, con tino irrefutable, los males de la república y ofrecieron las más loables soluciones durante la respectiva campaña que, según la experiencia, no pudieron cumplir durante su encargo y causaron, reiteradamente, la desilusión y el rechazo popular. Historia por demás conocida.
Pero hoy, ante la falibilidad de la norma, la realidad se transforma y se oferta al bueno y sabio soberano, la gracia de acudir, en fecha próxima, a expresar su deseo o negación, en popular y legal consulta, de colocar las cabezas de esos malos gobernantes que le han desilusionado en el pasado en la picota de la plaza pública, digitalmente ampliada, donde el pueblo podrá regodearse con el macabro y entretenido espectáculo.
En su cándida expectativa de que “por fin se hará justicia” el pueblo satisfará la ira largamente contenida, canalizará su frustración, no sólo por el pasado, sino por su caótico presente (pandemia incluida), experimentará una profunda catarsis, seguramente tan virtual como el virtual juicio: señalamientos, trascendidos, vituperios, videos, frivolidades, excesos, pero nada más.
Tal pareciera, en este momento crucial, que las ideas de los clásicos de la política y el derecho con que se han construido las sociedades modernas, de institucionalizar las reglas del juego para ordenar de la mejor manera la convivencia de las personas en comunidad, con los derechos y obligaciones inherentes, humanos y fundamentales, con las sanciones respectivas a su incumplimiento establecidas en el contrato, en el pacto entre sociedad y gobierno y plasmado en sus leyes, se hubiera extraviado en algún trayecto de nuestra evolución política y nos viéramos en peligro inminente de retornar al estado de naturaleza.
La promoción del conflicto, del rencor y la revancha como herramienta de gestión y rating suele ser una manera muy riesgosa para ejercer el poder cuando se aplica a una sociedad desesperada.
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