El llamado por parte de las Naciones Unidas en Tegucigalpa a la clase política hondureña para iniciar un diálogo de “altura” con el objetivo de “sanar las heridas” producidas en noviembre del año pasado no ha tenido eco y ha resultado infructuoso; tal es así la instalación formal del mismo, programado para este martes 14 de agosto, fue suspendido debido a discrepancias ideológicas entre los participantes. El reciente 9 de agosto el presidente Juan Orlando Hernández emitió y, posteriormente, firmó un decreto ejecutivo para que los acuerdos desprendidos del tan “promocionado” diálogo nacional tengan fuerza de ley. Unas quince reuniones previas se han desarrollado para posibilitar el conversatorio que aún no arranca. Como reseña, cabe mencionar que solamente en los últimos ocho años, Honduras ha padecido de dos choques políticos antagónicos de connotaciones apocalípticas que han dividido a la familia hondureña. El primero, en junio de 2009, con el derrocamiento del, entonces mandatario, Manuel Zelaya Rosales. Un segundo enfrentamiento entre bloques políticos, a finales de noviembre del año pasado, en el contexto poselectoral de las elecciones generales de este país centroamericano, en donde por vez primera fue reelecto el actual presidente.
En primera instancia, para que un diálogo tenga éxito es importante que prime la confianza y el entendimiento entre las partes involucradas a fin de evitar llegar prejuiciados a citas de esta naturaleza, en las cuales lo que se busca es generar acuerdos para alcanzar la armonía y el encuentro fraterno en la sociedad.
Creo que esto pasa por un afán desmedido de ambiciones personales por parte del equipo cercano al presidente de turno; pero, por otra parte, una oposición que busca persuadir con un espíritu mesiánico, tal es el caso del veterano presentador deportivo Salvador Nasralla, quien impulsa la inscripción del partido El Salvador de Honduras, ante el Tribunal Supremo Electoral (TSE), órgano que arbitra las elecciones “catrachas”.
Bajo mi punto de vista, lo que pasa actualmente con la falta de decisión de los actores políticos hondureños tiene su origen en que no se reconocen las virtudes y habilidades que tienen los adversarios y que podrían coadyuvar a sentar las bases apropiadas de tolerancia y liderazgo en pro del bienestar de la colectividad. Ya lo señaló hace unos dos mil años Yeshúa ha-notsrí, Jesús el de Nazaret, conocido universalmente como Jesucristo, quien sugirió que “todo reino dividido contra sí mismo, es asolado”. Es, por lo tanto, impostergable alejarse en estos momentos de aquellos extremismos nocivos que afectan la construcción de relaciones sociopolíticas armónicas y tan necesarias en la nación para empujar en conjunto hacia la dirección del desarrollo.
Pienso que el hecho de que un organismo internacional como Naciones Unidas facilite mediadores y asesoría técnica debe ser aprovechado para recrear las condiciones que permitan desarrollar interlocuciones respetuosas y alejadas de los improperios, a fin de generar mecanismos normativo-institucionales que faciliten las reformas político-electorales para avanzar en la construcción de la democracia y mejoras en los índices socioeconómicos en un país que “expulsa” anualmente, de acuerdo al Observatorio de Migraciones Internacionales en Honduras (OMIH), entre sesenta y cinco mil a cien mil hondureños, quienes salen del país casi siempre buscando oportunidades sociolaborales y de seguridad que no tienen en el país.
Para finalizar, los representantes de gobierno (actores centrales de la crisis a raíz de la reelección presidencial) y la oposición deben dar muestras sustanciales de madurez y cordura a través del respeto irrestricto a las ideas ajenas y la búsqueda de consensos para generar el clima de distensión que requiere Honduras para generar la certidumbre sociopolítica que se necesita para apuntalar las inversiones, para propiciar el desarrollo de sus habitantes y disuadir la emigración desordenada hacia los países norteamericanos, México, Estados Unidos y Canadá.
