Si tiene fallas el Estado mexicano

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A los rescatistas incansables…

A los dichos de John Kelly sobre el estado mexicano fallido -sin ofrecer argumentos- hay que prestarles atención porque representan la amenaza de que la caída de México en el caos sería considerada un riesgo para la seguridad interna estadounidense, ante lo cual no se detendrían ante nada para imponer el orden por la fuerza.

Poniendo aparte los motivos de Kelly -jefe de gabinete de Trump– para amenazar al gobierno de Peña Nieto, se tiene que aceptar y corregir el hecho de que hay regiones del territorio en las que el Estado mexicano está material y políticamente incapacitado para ejercer su autoridad; no tiene ni los recursos fiscales ni la capacidad administrativa, ni el monopolio eficaz de la fuerza, ni la autoridad moral -erosionada por la corrupción- para imponerse a poderes particulares de todo tipo, desde narcotraficantes hasta corporaciones financieras y de otro tipo, y uno que otro gobernador.

Debajo de tales incapacidades del Estado en estos aciagos tiempos, hay un nivel más profundo de fallas: las del estado de derecho; el principal atributo del poder es legislar, o sea, normar las relaciones económicas y sociales para encauzarlas a propósitos de interés nacional.

¿Quién puede convocar hoy por hoy a una mínima cohesión social en torno a cuál interés de la nación? Lejos de eso, el derecho ni siquiera logra abatir la impunidad delincuencial, que abarca casi la totalidad del espacio en el que debería imperar la justicia.

Para corregir es necesario reconocer que, en lo interno, el Estado tiene una existencia precaria en varias regiones del territorio, de escasa autoridad y menor capacidad para convocar a la cohesión social.

En lo externo, tenemos a un canciller Videgaray que, como dice Raymundo Riva Palacio, en su columna de ayer en El Financiero, no ha aprendido que “eso de andar de ‘queda bien’ con el presidente de Estados Unidos, (…) nunca ha sido una buena idea”.

Hubo en México un Estado que se consideraba a sí mismo revolucionario, que fue económica y socialmente estatista, republicano aunque con escasos límites al poder presidencial; en la práctica dominaban en el ejercicio del poder los criterios corporativos, clientelistas, y un discurso naciona­lista y justiciero.

¡Era el PRI populista que Enrique Ochoa, líder nacional del PRI, en su ignorancia, le quiere endilgar a López Obrador!

El neoliberalismo (del propio PRI) desmanteló todo eso y a cambio estableció el pluralismo político (que no democrático), junto con la idea de que el mejor destino al que podía aspirar México era el de integrarse plenamente, no sólo económicamente, a Estados Unidos.

Para buena suerte del país, las majaderías de Trump tendrán que hacer mella en ese propósito y, quizás permitir que resurjan fuerzas políticas con capacidad para diseñar una trayectoria de la nación acorde a valores y principios que nos sean propios.

http://estadoysociedad.com

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