Al terminar 2017 recuerdo la frase que pronunció la Reina Isabel II cuando comentó el año 1992, “annus horribilis”, refiriéndose a la monarquía británica. Termina 2017 y el mundo enfrenta retos inéditos de tal magnitud que nos hace pensar más en un cambio de época que en una simple época de cambios.
La destrucción de la naturaleza y la degradación del ambiente, la sobreexplotación de los recursos naturales así como el crecimiento demográfico nos obligan a pensar y actuar de forma distinta en numerosos ámbitos de la actividad humana. Esto es, no solo si queremos construir un futuro con prosperidad para todos, sino más aún, si queremos preservar la vida humana en el planeta tendremos que hacer cambios profundos en la economía y crecer sobre bases distintas de las convencionales, dejando de degradar la naturaleza y el ambiente.
Hemos rebasado todos los límites naturales del paneta. Como bien expresa el presidente de Francia, Emmanuel Macron, estamos perdiendo la batalla contra el cambio climático, el cual es sólo uno de los límites planetarios.
En ese complejo entorno México se prepara para la elección presidencial del 1 de julio de 2018. Ya están los candidatos de las tres coaliciones que se han articulado, José Antonio Meade al frente del PRI, Verde, Panal; Ricardo Anaya de la alianza del PAN, PRD y Movimiento Ciudadano, y Andrés Manuel López Obrador por Morena, PT y el inefable PES. Quien gane la elección presidencial deberá enfrentar además un entorno político y económico internacional caracterizado por la incertidumbre y varios signos de regresión autoritaria en diversas regiones en el mundo.
En el entorno hemisférico basta referir la disruptiva presencia del Presidente Trump. Su ejercicio del gobierno ha minado profundamente los principios y valores de la democracia estadounidense, ha estimulado y agudizado la división de la sociedad de su país y parece empeñado en destruir el orden internacional, articulado precisamente por Estados Unidos a partir de la post- guerra, sin que quede clara su propuesta de sustitución, más allá de un aparente nacionalismo populista. Pero sobre todo la administración Trump se caracteriza, para efectos globales, en el rechazo de la evidencia científica y su abandono de la lucha contra el cambio climático. Esto sin mencionar la persistente agresión a México por parte de Trump en todos los ámbitos de la relación bilateral. Por otra parte, al mismo tiempo que Estados Unidos pierde presencia en el escenario internacional, se fortalece la influencia de China y el polémico protagonismo de Rusia.
Asimismo, son innumerables los ejemplos de la regresión autoritaria en varios países, y el renacimiento de la ultra-derecha aún la muy violenta en Europa y los propios Estados Unidos. En el caso de América Latina es sorprendente la destrucción de la sociedad venezolana al nivel de gestar una ya prolongada crisis humanitaria y en paralelo la consolidación de una dictadura que destruye las libertades y los derechos fundamentales.
Al mismo tiempo observamos que un buen número de países latinoamericanos viven crisis políticas y económicas profundas. En este contexto, el próximo gobierno federal en México deberá asumir un conjunto de retos. Buena parte de ellos están simplificados en los objetivos del desarrollo sostenible 2030 de las Naciones Unidas. Entre algunos podemos mencionar la erradicación de la pobreza y el hambre; la consecución de la salud y el bienestar; educación de calidad e igualdad de género; agua potable y energía limpia, así como asegurar el trabajo decente y el crecimiento económico; el desarrollo industrial, la innovación y la infraestructura; la drástica reducción de las desigualdades; la transformación hacia ciudades y comunidades sostenibles, la producción y el consumo responsable, así como las metas propiamente ecológicas como la estabilización del clima, el rescate de la vida submarina y los ecosistemas terrestres.
Todo esto deberá lograse en el marco de las mega tendencias globales hacia 2050 como son el crecimiento demográfico. Pasaremos de 7,500 millones de personas a casi 10 mil en 2050, con un fuerte envejecimiento de la población y una creciente urbanización en el contexto más dinámico del proceso de innovación científica y tecnológica de la historia; una mayor globalización económica pero probablemente también con enormes desigualdades; una mayor competencia por los recursos naturales finitos y cada vez una mayor presencia de las economías emergentes.
Es ese contexto se da la elección presidencial de 2018. México definirá su destino. Optará entre un proyecto de futuro para lograr que el país sea una potencia global, por el progreso y para estar a la altura de este momento histórico o por una apuesta al pasado. Es muy importante lo que está en juego. No podemos equivocarnos ni dejarnos condicionar por la demagogia y el populismo.