Las grandes urbes han sido sometidas en los últimos años a múltiples diagnósticos en los laboratorios de planeación y desarrollo urbano de universidades, en los gremios de arquitectos, urbanistas e ingenieros, ONG’s, cúpulas empresariales y por las instituciones gubernamentales o legislativas. Y sin duda, los estudios ubican con claridad los problemas que enfrenta la población en su entorno, principalmente en aquellas ciudades que han crecido con grandes deficiencias en la planeación urbana.
¿Pero qué ha pasado? ¿Por qué los proyectos, ya que provengan de académicos o expertos, no se concretan en planes maestros de desarrollo urbano de largo plazo con un marco jurídico que garantice el desarrollo sustentable y la calidad de vida de la población?
Todo sigue descuadrado y sujeto a los vaivenes políticos de los gobiernos en turno. El cemento continúa su carrera en la superficie, pero eso no implica que seamos modernos ni sustentables o que tengamos una población con alto índice de bienestar. Nada de eso, el caos urbano que vivimos contradice cualquier discurso halagador.
Hoy las zonas metropolitanas del país, principalmente, tienen grandes desbordamientos sin orden ni control de la mancha urbana. El arrasamiento de los recursos naturales es abrumador como ocurre con el Estado de México que lleva un crecimiento acelerado (por la política centralizadora del país) devorando superficie natural que es vital para la recarga del acuífero y para la captura del dióxido de carbono (CO2), entre otros servicios ambientales que están en riesgo.
Distinguidos personajes en el ámbito nacional e internacional le han puesto la lupa al tema, y uno de ellos fue el arquitecto César Pelli (1926-2019), a quien entrevisté en junio de 2011 en su estudio en New Haven, Connecticut.
El especialista centró con precisión el problema de las metrópolis como la Zona Metropolitana de la Ciudad de México: “El crecimiento ha sido desordenado, anárquico, y se toleró por años la afectación de áreas naturales, se descuidó a la gente y su convivencia, se construyeron edificios y viviendas alejados de los centros de salud, trabajo, comercios y de sistemas de transporte público masivo. Se crearon ‘parches urbanos’ y se olvidaron del peatón, de los ciclistas, de los estudiantes y trabajadores. Ahora se tienen estéticas torres habitacionales o de oficinas que son ‘fríos’ sin vida en su entorno inmediato. Y todo esto incide en la salud de la gente”.
Pelli, el diseñador del World Financial Center de Nueva York; de las Torres Petronas en Kuala Lumpur, Malasia, y la Torre Mitikah, en la Ciudad de México (la más alta de América Latina), entre otros proyectos más, remató su comentario: “Los planes urbanos deben garantizar hacer ciudad dentro de la ciudad para mantener un nivel óptimo en la calidad de vida de sus habitantes”.
La desarticulación urbana se ha convertido en un serio problema que complica la movilización, una de las actividades fundamentales de los habitantes. Los traslados a centros de trabajo, de salud o educativos son largos y le llevan a la gente a invertir en promedio 3 horas en viajes redondos. Los urbanistas señalan que cuando una persona invierte más de 30 minutos en trasladarse a un destino, el estrés, la angustia, el malhumor y la desesperación catalizan el deterioro en la salud.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que el 75% de la población de México sufre estrés y esto impacta seriamente en el sistema inmunológico provocando serias enfermedades crónicas. Los padecimientos más comunes son alta presión arterial, dolores de cabeza, alteraciones a la memoria, disminución en la capacidad intelectual, diarreas, cansancio, diabetes, obesidad, afectaciones en la piel y males cardíacos.
Y estos males son sin tomar en cuenta los que genera la mala calidad del aire que, en el caso del Valle de México, más del 90% de los días del año son de alta contaminación por ozono y partículas finas. “La ciencia sigue avanzado rápidamente y es probable que, a mediano plazo, se alcancen alternativas de solución a la contaminación del aire, pero lo que no podremos recuperar ya, es el suelo natural que ha sido arrasado por la mancha urbana. Ese daño es irreversible y con ello se cancelan importantes servicios ambientales en la región del Valle de México”, me dijo en una entrevista el Premio Nobel de Química Mario Molina.
Con la reciente crisis sanitaria por el virus SARS-CoV-2, es el momento en que los diseñadores de proyectos urbanos, los hacedores de leyes y los encargados en aplicarlas integren un modelo de desarrollo basado en la salud de la población, orientado al transporte, a la vivienda y a la distribución inteligente del espacio público, así como en elevar la calidad de los servicios para abatir la desigualdad social, como lo recomiendan los urbanistas.
La gente que hoy invierte 3 o 4 horas en traslados y trabaja jornadas de 12 a 14 horas debe ser tomada en cuenta en los futuros planes de desarrollo. Las ciudades y el país en su conjunto necesitan dar saltos cualitativos antes de que el estrés, las enfermedades crónicas y los virus, producto de malas políticas urbanas, sigan matando más gente.
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