La inteligencia y la peculiar capacidad de relación son las características propias del ser humano. Éstas de suyo, son neutras, las puede emplear tanto para construir como para destruir su identidad, su comunidad, su entorno. En ambos casos es su propia intención, consciente o inconsciente, la que articula las diferentes variables que le proporciona la existencia para dirigir su destino hacia una u otra dirección.
Definir y medir la inteligencia humana ha sido un problema que ha acompañado a los especialistas por mucho tiempo. De todas ellas, son especialmente significativas las propuestas que surgieron a finales de siglo XX, a saber: la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner (1983); la publicación del libro de Daniel Goleman “Inteligencia emocional” (1995)[1] y en los albores del nuevo mileno, la inteligencia espiritual propuesta por Danah Zohar e Ian Marshall (2001). Las características comunes de estas tres teorías están en la posibilidad de desarrollarlas intencionalmente y en el bienestar concreto que proporcionan.
Para Gardner todos los seres humanos poseen diferentes inteligencias interrelacionadas entre sí, que se desarrollan de forma independiente tanto por factores biológicos como sociales. Actualmente se reconocen ocho tipos de inteligencias: Inteligencia lingüística (capacidad de usar correctamente el lenguaje de forma oral y escrita); inteligencia lógico-matemática (capacidad de razonar y usar los números de forma efectiva); inteligencia visual-espacial (capacidad de pensar en tres dimensiones); inteligencia corporal-cinestésica (capacidad de utilizar el cuerpo para expresar ideas y sentimientos); inteligencia musical (capacidad para percibir, discriminar, transformar y expresar las formas musicales); inteligencia intrapersonal (referida al conocimiento de uno mismo); inteligencia interpersonal (capacidad para percibir estados de ánimo, intenciones, motivaciones y sentimientos de otras personas); e inteligencia naturalista (facultad para distinguir, clasificar y usar elementos del medio ambiente).
Por su lado, la inteligencia emocional es “la capacidad de monitorear los sentimientos y emociones propias y ajenas, discriminarlas y utilizar esta información para guiar el pensamiento y la acción” (Salovey y Mayer, 1990).
Como se puede ver, cada una corresponde a espacios específicos de la vida humana lo cual ayuda a su comprensión y orienta de suyo a su desarrollo. En el mundo académico, ambas propuestas son vistas con desconfianza por considerar que no aportan evidencias empíricas firmes y consistentes que las validen. El problema parece estar en llamarlas inteligencias pues para algunos estudiosos son habilidades. Sin embargo, sin importar del nombre que se les otorgue, su perfeccionamiento genera indiscutiblemente mejores condiciones de existencia.
La inteligencia espiritual, por su parte, se relaciona con la capacidad de encontrar un sentido profundo en la existencia, es el dinamismo que mueve hacia la plenitud del ser humano. Si bien suele estar relacionada con las religiones, su desarrollo se encuentra más allá del fanatismo, el sectarismo, el dogmatismo e incluso de una confesionalidad específica.
La inteligencia espiritual se caracteriza por:
⋅ un alto nivel de consciencia de uno mismo el cual se alcanza por medio de la práctica de la soledad y el silencio exterior e interior;
⋅ el reconocimiento de la interrelación de todo lo existente y la responsabilidad personal que esto implica;
⋅ el esfuerzo de causar el menor daño posible en todas las circunstancias;
⋅ la flexibilidad ante la vida y las circunstancias;
⋅ la capacidad para enfrentar y superar el dolor y el sufrimiento;
⋅ el desarrollo sin obsesión de virtudes y valores, las cuales cuestiona, reflexiona y pondera su pertinencia,
⋅ el gozo de la contemplación de la belleza del mundo en todas sus expresiones;
⋅ la búsqueda de las similitudes y lo que une con lo cual relativiza las diferencias que separan;
⋅ la entrega solidaria de la propia existencia sin permitir el abuso ni la manipulación;
⋅ el desarrollo de la compasión hacia sí mismo y hacia los demás; y,
⋅ el desarrollo de la paz interior.
La inteligencia espiritual es la capacidad de encontrar la armonía del mundo, de conectarse con ella, fluir en ella y de ser partícipe activo.
Notas:
[1] El libro de Daniel Goleman le dio popularidad a un término acuñado anteriormente por Salovey y Mayer (1990), concepto similar al usado por Edward Thorndike como “inteligencia social” (1920).
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