Una de las conversaciones de niños con mi padre, José Luis Carazo “Arenero”, era escuchar los mil y un avatares que habían ocurrido en sus años de maletilla en los que intentó ser figura del toreo; fueron de todos sabores y colores en la época de los cuarenta y cincuenta del siglo pasado, cuando prácticamente en todos los pueblos taurinos se celebraban festejos con toros cebús y a veces con toros de lidia.
Distinto desde pasada la década de los setenta, hoy en día en muchas poblaciones como las de Hidalgo, Morelos o las de Jalisco, entre otros, se presentan corridas de toros y muy pocas novilladas, con el modelo actual de que la mayoría de los toreros se forman en las escuelas taurinas.
El llamado toro de once –por a esa hora ser lidiado–, era generalmente de media casta y decían que con piloto, pues iba el toro montado por un jinete; así se formaban los toreros.
La “legua” le decían, por lo que implicaba ir por esos caminos de Dios con su hato, los llamados “maletillas”, donde además de sus viejos avíos, guardaban las ilusiones de llegar a ser figuras y que tenían al “Tupinamba”, el café de la calle de Bolívar como recinto sagrado del toreo y junto al “Cantonés”, más barato, para informarse dónde y cuándo iba a darse la próxima toreada.
El Bardo de la Taurina mantiene vivo el primer nombre y Luis Spota retrata con fidelidad aquél mundo de la legua, inspirado en las vivencias de Jesús “Ciego” Muñoz en su gran novela Más cornadas da el hambre, que concluye con el novillero, listo para partir plaza, en el túnel que conduce a la puerta de cuadrillas de La México.
En fin, recuerdos de niñez y de quien lo vivió a plenitud, por ello me es entrañable aquél mundo de soñadores de gloria y al adelantarse en el paseíllo hace unos días Don Pedro Moreno. Lo recuerdo y platico de quien conocí hace algunos años en las barreras de La México, durante la celebración de un festival donde actúo su hijo Pablo y, entre otros, Sergio Hernández Weber.
Al saludarlo me dijo, “Te voy a platicar algo sobre tú papá que probablemente desconoces”. Intrigado le pedí de favor que me lo contará, y antes de la anécdota me preguntó: “¿Sabes que José Luis toreó mucho en Puente de Vigas?”. Le dije que sí habíamos escuchado de aquella plaza que se ubicaba en el Estado de México y hoy es parte de la mancha urbana extendida de la ciudad capital.
Luego respondió: “entonces oyeron el nombre de Guillermo Martínez ‘El Pilón’”. “Su empresario, Don Pedro”, le comenté. En alguna corrida que se dio en la Plaza Norte cuando escaseaban los festejos en la capital, Pepe San Martín en los ochenta le había organizado un homenaje, y ese día nos lo había presentado “Arenero” con mucho cariño.
“Pues ahí te va”. Y parece que estoy escuchando sus palabras nostálgicas: “En aquella época no había celulares y cuando me hablaron que toreaba en Puente de Vigas, me vine de Guadalajara el sábado para estar listo el domingo y ese día me presenté en la puerta de cuadrillas, sólo para enterarme que no me tocaba ese día, sino hasta el siguiente domingo”.
Ya te imaginas la cara que puse y en eso tu papá, me dijo: “Venga, te dejo un quite, para que no hayas venido de balde”; detalle que nunca se me ha olvidado, y hoy que finalmente te conozco puedo platicártelo, como uno de la legua”.
Desde entonces le guardo un gran afecto a quien me dio semejante regalo sucedido en una plaza de toros dedicada a Esteban García, novillero rival de Carmelo Pérez, el hermano de Silverio y que trágicamente se fue a la gloria, por una cornada el 2 de noviembre de 1929.
La plaza fue inaugurada el 8 de febrero de 1942 con una novillada lidiada por Miguel Uribe, Alfredo González, Enrique Carreño y Franklin Domínguez “El Yucateco”. Los novillos fueron de la ganadería de Cerro Viejo.
Atraía a la afición por su cercanía a la Ciudad de México y finalmente desapareció, dejando anécdotas como la que me relató Don Pedro, pues también me dijo que ahí había alternado con Joselillo, de quien fue muy amigo. Por cierto, Guillermo Martínez “El Pilón” –empresario del redondel de Cerro Viejo–, fue apoderado de Abel Flores “El Papelerito”. Pero es otra gran historia.
Pedro Moreno debutó en la Plaza México la tarde del 12 de octubre dentro de la decimonovena novillada de la temporada de 1950, cuando alternó al lado de Fernando Brand de Aguascalientes, y el costarricense Rafael Mata, quienes lidiaron ejemplares de Milpillas.
Fue promotor taurino y, sobre todo, una persona de carácter, tuvo diez hijos, con uno de los cuales tengo muy buena amistad, mi estimado Pablo; socio de Casa Toreros. Es un momento duro para todos los que le conocimos y nos tocó la fibra, siempre lo vamos a recordar con su pasión y amor, por la más bella de todas las fiestas.
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