La Caja de la maestría

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Este año ha sido muy bueno para la comedia en México. Se han montado desde textos clásicos hasta contemporáneos con una gran calidad escénica en la mayoría de los casos. Después de todo lo visto, no pensé que llegara a nuestra cartelera una comedia capaz de sobresalir en los estándares actorales y, mucho menos, de dirección. No obstante, este noviembre se estrenó “La Caja” en el Centro Cultural Manolo Fábregas para posicionarse como uno de los mejores montajes cómicos del 2012.

la caja

Respecto al texto, es una de las obras más difíciles para llevar a escena en dos sentidos: el ritmo vertiginoso de la historia hace necesaria la presencia de actores entrenados pero, sobre todo, con todo el colmillo del mundo para la improvisación y un despliegue energético enorme durante la función; por otra parte, todo el argumento está repleto de chistes que exigen de la corporalidad del intérprete para producir sentido e hilaridad.

La anécdota de “La Caja” es sencilla: Antonio se cambia de departamento con la ayuda de sus amigos más cercanos; Víctor, en medio de la mudanza, está a punto de ser descubierto por su novia de una infidelidad cometida la noche pasada y Antonio decide ayudarlo para que nadie del grupo se entere de esta situación. A partir de aquí, se desatan situaciones hilarantes para llevar al límite a los personajes y la estructura dramática.

Durante una hora y media, el texto nos cuenta cómo las mentiras pueden ser el fundamento de las relaciones humanas y, en este simulacro, la verdad debe ser ocultada porque podría destruir todos los intereses conseguidos y deseados. Una mentira lleva consigo otra mentira y otra y otra hasta convertirse, de forma irónica,  en lo único verdadero; creemos lo que queremos creer y aceptamos como verdadero aquélla información conveniente para nuestros propósitos.

A nivel escénico, el equipo que yo vi (porque alternan actores ciertos papeles) tiene un resultado funcional. El primer acierto radica en el alto nivel de energía durante toda la obra; aunque existen ciertos actores quienes bajan la intensidad, los demás están para ayudarlos y, de esta manera, no perder la atención e interés del público.

 En cuanto al ritmo, la obra va en un camino ascendente hasta la mitad donde se detiene; en este momento a los actores se les nota un poco perdidos porque no encuentran fluidez en las rutinas y la comprensión necesaria de los diálogos. Después de este episodio, el montaje retoma su curso y sigue escalando en una velocidad aceleradísima para hacer del final un momento explosivo.

Vale la pena destacar que esta deficiencia no es culpa ni de los actores y ni del director. Las comedias necesitan de cierto tiempo, después del estreno, para ajustarse en tono y ritmo porque varios momentos dependen de la disposición y el ritmo del público hacia la obra. La desaceleración es algo natural (y necesaria) del proceso, aunque me preocupa el cambio de elencos en diversas funciones porque cuando en cierto equipo se hayan logrado subsanar las fallas, en otro todavía no se alcanzará, y esto provocará un trabajo poco uniforme para los asistentes.

 Otro de los aciertos del grupo de actores es el cumplimiento funcional del montaje. Toda la dirección tiene tintes coreográficos: existen cadenas de movimiento para darle vida al texto. Aquí no se necesitan ajustes o balances; todos los actores están acoplados a la vertiginosa dirección. Sí es de reconocerse este punto porque un paso en falso, un movimiento fuera de tiempo o una ausencia de éste puede provocar un accidente grave a los intérpretes.

Ya había comentado del bajo nivel de energía, por momentos, de ciertos actores. Sin embargo, los personajes principales, Antonio y Víctor, interpretados por Ricardo Polanco y Alex Durán tienen la fuerza escénica adecuada para el montaje. Toda la obra descansa sobre sus hombros y en ningún momento se hacen menos frente a la encomienda.

Alex Durán merece un reconocimiento especial por su trabajo meticuloso, los matices y la caracterización de su personaje que lo convierte en el más entrañable para el público; “La Caja” le dará un gran prestigio porque, sin duda alguna, Durán es el actor revelación del año.

“La Caja” es una obra que vale muchísimo la pena. Insisto, a pesar de las pequeñas inconsistencias este espectáculo es enorme; el texto es poderosísimo para tomar tanto a los actores como al público y llevarlos a un viaje alucinante. El espectáculo es difícil en cuanto a forma y fondo pero, en ningún momento, se nota la dificultad que cargan los actores y este aspecto hace doblemente placentera la función. “La Caja” conmueve; después de haberla visto sólo puedo decir “gracias”.

 

“La Caja”

De: Clément Michel

Dirección: Lía Lejín

Centro Cultural Manolo Fábregas. Teatro Renacimiento (Velásquez de León 31, colonia San Rafael)

Jueves 20: 30 hrs., viernes 19:30 y 21:30 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs., domingos 16:30 y 18:30 hrs.

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