Hace escasas dos semanas el Papa Francisco pronunció un excelente discurso en el 75 aniversario de la ONU, argumentando la necesidad de un nuevo multilateralismo. El fin de semana pasado, celebrando el día de los Franciscos, presentó su Encíclica Social Fratelli Tutti, en la que destaca la importancia de la fraternidad y la amistad social para construir un mundo mejor, más justo y pacífico, con el compromiso de todos los pueblos. Al mismo tiempo hace profundas reflexiones sobre las responsabilidades de los gobiernos y los diversos actores sociales que ofrecen alimento para la reflexión interna en todo país, incluyendo el convulsionado México nuestro de cada día.
Es un documento bien estructurado y actualizado que nos recuerda que todos los habitantes del planeta somos parte una misma familia humana globalizada e interconectada, donde sólo podremos encontrar caminos y soluciones juntos, para los retos políticos, sociales, económicos, sanitarios o ambientales. Un factor de inspiración que cita varias veces es el Documento sobre la Fraternidad Humana firmado por el Pontífice y el Gran Imán de Al-Azhar en febrero de 2019.
La Encíclica consta de ocho capítulos que aclara, están basados en sus propias reflexiones, pero recogen también documentos, cartas y opiniones de muchas personas y agrupaciones de todo el mundo.
El primer capítulo, “Las sombras de un mundo cerrado”, destaca las múltiples distorsiones del mundo contemporáneo: la manipulación de conceptos como democracia, libertad y justicia; la pérdida del sentido de lo social, marcada por el lucro y la cultura del consumismo; el desempleo, la pobreza, el racismo y aberraciones como la esclavitud, la trata de personas, el tráfico de drogas y órganos, y “la cultura de los muros” que estimula la proliferación de mafias, alimentadas por el miedo y la soledad.
El segundo destaca la necesidad de construir puentes con los olvidados y marginados a partir del ejemplo del Buen Samaritano. Todos somos corresponsables en la construcción de un mundo incluyente y en “reconocer a Cristo en el rostro de todos los excluidos”. Después de todo “la estatura espiritual de la vida humana está definida por el amor, que es siempre lo primero y nos debe llevar a buscar lo mejor para la vida de los demás. A partir de esa definición aborda la necesidad de la ética en las relaciones internacionales.”
El tercer capítulo, “Pensar y gestionar un mundo abierto”, actualiza el significado de los valores de libertad, igualdad y fraternidad; enfatiza la necesidad de promover el bien moral y el valor de la solidaridad; reitera la función social de la propiedad y recuerda que “los derechos humanos no tienen fronteras”.
Parte del segundo y todo el cuarto capítulo, “Un corazón abierto al mundo entero”, están dedicados a los migrantes; plantea la necesidad de una nueva gobernanza mundial que otorgue importancia al diseño de estrategias y acciones concertadas de largo plazo para abordar la tarea pendiente de las migraciones internacionales, refugiados y los desplazamientos internos por pobreza, desigualdad, ausencia de salarios dignos y los que huyen de guerras, persecuciones, desastres naturales y traficantes sin escrúpulos.
Los migrantes, señala, deben ser acogidos, protegidos e integrados. Hay que evitar migraciones innecesarias mediante la generación de empleos, salarios dignos y seguridad humana en sus poblaciones y países de origen. En los países de destino, se buscará el equilibrio adecuado entre la protección de los derechos de los ciudadanos y la garantía de acogida y asistencia a los migrantes. El Papa señala algunas “respuestas indispensables” y acciones concretas, particularmente para los que huyen de grandes crisis: desde concesión de visados hasta creación de corredores humanitarios con garantía de vivienda, seguridad y servicios esenciales. Lo crucial es una colaboración internacional para las migraciones que ponga en marcha proyectos de largo plazo de desarrollo solidario, más allá de las emergencias individuales.
El quinto capítulo se refiere “a la mejor política” que debe estar al servicio del bien común y conoce la importancia del pueblo, que requiere ser escuchado, como una categoría abierta, disponible para la confrontación y el diálogo. Éste es el “popularismo” indicado por Francisco, que se contrapone a ese “populismo” que atrae consensos para instrumentarlos a su propio servicio. Pero la mejor política es también la que tutela el trabajo, “una dimensión irrenunciable de la vida social” y busca que todos tengan la oportunidad para desarrollar sus capacidades y permitirles una vida digna.
Insiste que el mercado solo no puede resolver todo, aunque haya quien esgrima ese pobre dogma neoliberal, que propone siempre las mismas recetas y supone el mágico goteo como único camino para resolver los problemas sociales. El derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social. Se requieren dos cosas: una política económica activa orientada a promover la inversión, la diversidad productiva y la creatividad empresarial; y una forma interna de solidaridad y de confianza recíproca, sin la cual el mercado no puede generar consumidores y cumplir su propia función económica.
La fragilidad de los sistemas económicos mundiales frente a la pandemia ha evidenciado que no todo se resuelve con el mercado y que la dignidad humana debe ser el pilar sobre el que se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos”. No aprendimos la lección de la crisis de 2007 que apuntaba a la necesidad de una economía ética que regulara la actividad financiera especulativa y la riqueza ficticia. Remendamos las instituciones y continuó el deterioro a favor del individualismo.
Hoy Francisco insta una reforma tanto en la ONU como en la arquitectura económica y financiera internacional –las Instituciones de Bretton Woods– para que, a 75 años de su fundación, se dé concreción real a “la familia de naciones”. Para evitar la tentación de “apelar al derecho de la fuerza, más que a la fuerza del derecho,” propone “fortalecer los instrumentos normativos y los acuerdos multilaterales porque garantizan el bien común mejor que los tratados bilaterales”.
El capítulo sexto, “Diálogo y amistad social”, destaca el concepto de la vida, como el arte del “encuentro” con todos en cada país, incluso con las periferias del mundo. El verdadero diálogo (siguiendo a Mandela y a Desmond Tutu de Sudáfrica) es el que escucha y permite respetar el punto de vista del otro e incorporar sus intereses legítimos. En esta óptica, los medios de comunicación desempeñan un rol clave; deben evitar sacar lo peor de nosotros y orientarse a promover el encuentro y la cercanía.
El capítulo séptimo, “Caminos del reencuentro”, realza el valor y la promoción de la paz. Enfatiza su vinculación con la verdad y la justicia y su lejanía de la venganza. La paz es proactiva y tiene como objetivo la reconciliación y el desarrollo mutuo. “La guerra no es un fantasma del pasado, sino una amenaza constante, la negación de todos los derechos”. Con el dinero invertido en armamentos propone crear un fondo mundial para eliminar el hambre.
“Las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo”, el octavo y último capítulo, reitera que la violencia no cabe en las convicciones religiosas, sino en sus deformaciones; condena las expresiones terroristas y las que llevan a hambre, pobreza, injusticia, opresión y discriminación.
La Encíclica concluye rememorando a Luther King, Gandhi, Tutu y al Beato Carlos de Foucauld, “el hermano universal”, que inspira al Papa Francisco.
Concluyo. Se trata de una Encíclica muy sólida y oportuna que aconsejo leer completa en sus 132 páginas y valorar para reconstruir la gobernanza mundial, pero también nuestras atribuladas sociedades nacionales. Este México polarizado, para comenzar, tan urgido de un diálogo efectivo y un reencuentro nacional.
*Este artículo fue publicado por primera vez en el periódico El Financiero
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Muy importante documento magníficamente resumido. Gran pluma la de Mauricio.