No tiene miedo al arte chiquito
Hay gente que no tiene miedo al arte chiquito, comentaba en el banco de la plaza donde estaba sentada la Chichina, y señaló a diez hinchas que iban a la cancha con trompetitas, silbatos, vuvuzelas. Esas personas son trompetistas, saxofonistas, trombonistas. Es una Orquesta de Cámara, pero lo hace con arte chiquito. Digamos, hacer arte con poquito. Y cuando se hace el arte con poquito “queridaaa” –decía–, es mucho el arte. Y seguía diciéndole a su amiga que la miraba: porque el arte para ser arte no necesita vestirse de gala y grandes estridencias.
“Nooo querida, es lo que nos han hecho creer”. Aquél muchacho que pasa golpeándose rítmicamente el pecho, ¿para qué se va a comprar una batería? La lleva en el alma. Y ese otro muchacho que va allá, el que siempre canta alguna canción y se le olvida la letra y canta algunos pedazos aislados repitiéndolos una y otra vez. No necesita cantar bien para cantar, ni instrumentos, ni siquiera necesita toda la canción, con una sola frase que repite una y otra vez le alcanza para hacer una ópera. Y ni siquiera necesita de su memoria, porque siempre se olvida la frase y la inventa.
También aquella señora que pasa por el negocio, ése que tiene los parlantes con la música, cada vez que pasa por la verada con dos o tres pasos va bailando la música que está sonando. No necesita una discoteca, ni una pista, ni siquiera toda la canción. Y ni hablar de los guitarristas que imitan una guitarra con una escoba y siguen el ritmo de una canción. “Esos son guitarristas querida”, porque tocar con la guitarra lo hacen todos, pero tocar con una escoba que no saca un puto sonido, eso es animarse a tocar la guitarra, o los que tocan la guitarra en el aire, y el violín en el aire, y en el aire hacen la batería, como si le hubiesen sacado los instrumentos hace instantes. Ni hablar de los escritores que escriben en el baño, en los pupitres, o las paredes pequeñas, partes de libros, muy pequeñas frases que, si tuvieran que escribir un libro, así necesitarían todas las paredes de la ciudad, o los baños de todas las casas. Eso querido, también es arte, el pequeño arte que está en todas las cosas. Porque para buscar en lo grande hay que buscar en lo pequeño.
La mujer que tenía muchas palabras adentro
Eso pasaba con esa mujer, tenía muchas palabras adentro, y las quería decir todas, ella no podía dejar de decir las palabras que tenía adentro. Estaba educada desde chica en que las palabras se decían todas, frases completas, bien armadas, bien pensadas, bien trabajadas, en la escuela y la casa. No sabía que de esa manera no se hablaba, que lo que motorizaba a la palabra no era el intelecto sino la emoción, sobre todo la velocidad de la emoción, y que ahí podía salir cualquier cosa, cualquier palabra, menos las que quería decir. Eso estaba muy bien si hablaba sola, pero si hablaba con otras personas, que también hablaban, y casi todas las personas hablaban más que lo que escuchaban; ella estaba lejos de poder decir toda la cantidad de palabras que quería porque era interrumpida, no escuchada, completada, cortada, tapada. Así que sus palabras salían en partes, tapadas, cortadas, divididas, susurradas.
Algunas se perdían saliendo, otras las cortaba por la mitad. Pero más que nada, la mujer no era escuchada. Se encontraba con que los otros, la mayoría, más que incorporar, sacaban. Entonces empezó a buscar quién sí la escuchaba. En su casa tenían dos perros que había criado de chicos, y observaban con atención todo lo que hacía, la seguían con la mirada por toda la casa como si fueran un sistema de vigilancia. Y empezó a hablarles a ellos, y ellos la empezaron a acompañar con movimientos de orejas, leves quejidos, ladridos, movimientos atentos, según cambiaba el tono de voz de ella. Le gustó hablarles a los perros, y se dio cuenta de algo, sus perros hablaban con el tono de su voz, pero no con su voz. Y se dio cuenta de otra cosa, su tono de voz hablaba también.
Cuando se cansó de hablarle a los perros, todavía le quedaban palabras por sacar y se fue a hablar con una oveja que tenía afuera, que de lejos hacia como que no la escuchaba, pero la escuchaba con atención, como si ella fuese un ser que acababa de ser concebido y sus palabras algo que acababan de ser lanzadas al mundo. La escuchaba como si la descubriera. Cuando se cansó de la escucha curiosa de la oveja, aun le quedaban más palabras, entonces se puso a hablar con las plantas; parecía que no escuchaban, pero escuchaban todo y mucho, sólo aparentaban como si no lo hicieran. Después de esa escucha gentil, amable y suave de las plantas, se quedó sin una sola palabra pero se sintió contenta de la experiencia. Y se dijo que que a partir de ahora le iba a hablar a los animales y las plantas, que ellos lejos de interrumpirla, cuando lo hacían era de manera tan suave que se volvía una conversación entre ellos.
Corrientes de aire
Todo cambió cuando en ese lugar empezaron a comprender las corrientes de las cosas. Todo empezó con una profesora de escuela le dijo lo que nunca le habían dicho: las personas están en corrientes, las cosas tienen corrientes y en los lugares hay corrientes, por eso existen cosas con corrientes de las cosas. Por ejemplo, cuando alguien está enojado no es porque está enojado, está en una corriente de enojo, que es algo muy diferente, decía la profesora. Hay que pensarlo como un accidente climático, es como si estuviera en un huracán. No nos llega él, sino el huracán en el que está. Uno ante un huracán se manejaría con prudencia. Y cuando alguien está deprimido está en una sequía, no hay que ver a la persona deprimida sino a la corriente de sequía en la que están las cosas. Uno ante una sequía se manejaría con paciencia y espíritu constructivo.
Y así, aprendimos de la profesora a tratar a las personas como accidentes climáticos, corrientes que van por el aire, parte de un sistema de corrientes. Por ejemplo, el vecino, que siempre estaba alegre, se manifestaba como un día de campo, o una temporada de vacaciones en la playa con días templados. Siempre se manejaba como si estuviera en un día templado, hasta en invierno, si hasta andaba descalzo todo el día.
Así, la vecina de más allá que llegaba y te contaba sus desastres llorando y llorando sin parar, era un tsunami. Llegaba como un tsunami porque te revolvía todo, y te arrastraba como éste y luego se iba. Si sabíamos tratarla como un tsunami, o como una marejada alta los días más tranquilos, sabíamos que teníamos que encontrarnos con ella sobre alguna tabla de windsurf. El vecino de más adelante era una pedrisca, hablaba y caían piedras, y lo seguían las piedras. Encontrarse con él era como encontrarse con una tormenta de granizo, mientras él se quejaba y se quejaba, y criticaba y criticaba todo, recibía su pedrada. Hasta él mismo que se sentía mal haciendo eso, y el que lo escuchaba que se iba como cagada a palos.
Y otros vecinos, por ejemplo, o los mismos vecinos, pero en otro momento del accidente climático de su espíritu, era un amanecer con rocío y los pájaros cantando. Después de que uno hablaba con ellos, salía levemente mojado, con pequeñas gotas de rocío con olor a los más exquisitos perfumes, porque eran de los que se ponían en sí mismos esencias de flores para agradar a los otros. Así que hablar con ellos era como hablar con un bosque.
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