A más de 130 días de que en México se detectara el primer caso de COVID-19 y después de 110 días de confinamiento y con 40 días de lo que se denomina una nueva normalidad, es momento de reflexionar sobre las lecciones que nos está dejando esta pandemia. En ésta como en otras situaciones, es obvio que no es lo mismo vivir en las calles que tener una vivienda donde guardarse; gozar de salud que tener algún padecimiento físico o mental; ser mujer que varón; tener un empleo con seguridad social que formar parte del sector informal; vivir en un hogar con violencia que en uno sin violencia; tener a su cuidado hijos, ancianos o enfermos que no tenerlos; o bien, contar con pocos o muchos ingresos que nos permitan sobrepasar la crisis económica y social de peor o mejor manera.
La emergencia sanitaria de una enfermedad que en unos meses ha matado a más de 30 mil personas en México y a más de medio millón en el mundo, ha evidenciado problemáticas sociales que es preciso atender en el corto y mediano plazos. Problemáticas que combinan, entre otras, desigualdad y pobreza; malnutrición, obesidad e inseguridad alimentaria; inequidad de género y violencia intrafamiliar; rezago educativo y brechas informáticas; desempleo, informalidad y precariedad en el empleo; así como padecimientos de salud reforzados por la desigualdad socioeconómica.
Estas problemáticas se han recrudecido o evidenciado con la emergencia sanitaria generada por el coronavirus tipo 2 del síndrome respiratorio agudo grave (SARS-CoV-2). Son problemáticas preexistentes y persistentes que, lamentablemente, han sido olvidadas, unas veces, y mal atendidas, otras tantas, por autoridades gubernamentales irresponsables, omisas o, en el mejor de los casos, que han sido superadas por la compleja realidad. No obstante, la situación actual se nos presenta como una oportunidad, o si no es que como un llamado urgente para que sociedad y gobierno actúen para revertirlas.
Es imprescindible que las autoridades gubernamentales en países emergentes como México, formulen agendas públicas que, por una parte, no simplifiquen las problemáticas y, por la otra, las atiendan a cabalidad mediante acciones que trasciendan el clientelismo demagógico y el cortoplacismo.
El pasado 13 de junio el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) presentó un decálogo para salir del coronavirus y enfrentar la nueva realidad. Mantenerse informados, actuar con optimismo, dar la espalda al egoísmo, alejarse del consumismo, prevenir riesgos de salud, defender el derecho a gozar de la naturaleza, alimentarse sanamente, hacer ejercicio, eliminar actitudes discriminatorias y buscar un propósito en la vida son los diez puntos señalados por el mandatario.
Las propuestas del decálogo de AMLO, lamentablemente, simplifican la realidad. Además, para ser viables, tendrían que haberse presentado con acciones públicas o como parte de programas gubernamentales específicos. No basta con que un presidente nos recuerde las bondades que pueden tener estos puntos, sino que debe garantizar que la población pueda gozarlos y para ello es necesario implementar políticas públicas adecuadas. En este sentido, a continuación hago una reflexión en torno a aquella serie de recomendaciones que, reflejando la polaridad política de nuestra sociedad, despertó críticas y vítores.
El decálogo: lo dicho, lo olvidado y lo simplificado
AMLO presenta su discurso “de manera respetuosa” como una serie de “actitudes que podríamos experimentar para salir con seguridad a la calle, realizar nuestras actividades de siempre y vivir sin miedos ni temores”. Al respecto el mandatario no consideró que la cuarentena apenas redujo un 20% la movilidad comunitaria, por los millones de mexicanos que no dejaron de salir a las calles para ocuparse en empleos informales y precarios. Tampoco pensó en aquellas personas que no tienen un hogar donde pasar el encierro. Es así como desde un inicio de su discurso el presidente olvidó (de manera irrespetuosa) que, en México, 56.7% de la población labora en condiciones de informalidad; y que tan sólo en la Ciudad de México hay un total de 6,754 personas en situación de calle.
En su mensaje AMLO también olvidó que, de no tomarse medidas adecuadas, la economía mundial y mexicana seguirá cayendo, lo cual incrementará el número de personas en situación de pobreza. Ello dificulta asumir una actitud optimista. ¿Cómo podemos tener un “buen estado de ánimo” si la desigualdad y la pobreza incrementará a raíz de la crisis sanitaria global? Asimismo, el presidente habla de la importancia de que la población se mantenga informada, pero cómo mantenernos informados en un país donde la desconfianza en las instituciones genera un ambiente poco favorable para la transparencia de la información pública; así como en un país marcado por una brecha digital que impide a los ciudadanos informarse activamente.
Considerando el tercer punto de su decálogo podemos advertir que no sólo basta con recomendar darle la espalda al egoísmo y al individualismo a fin de ser solidarios. Para ello es necesario crear programas gubernamentales fundamentados, por ejemplo, en una economía circular o en el comercio justo. Estos ejemplos, por una parte, han dado buenos resultados en el plano internacional, pero han sido poco impulsados por las acciones del gobierno nacional. Por la otra, estos ejemplos materializan en buena medida lo que se sugiere en otro de los puntos: alejarse del consumismo y, en su lugar, propiciar circuitos de producción y consumo responsables.
En el quinto punto el mandatario le recuerda a la población que “ante el peligro de contagio y de la enfermedad, la mejor medicina es la prevención”. Para ello recomienda cuidar la salud tratando de bajar de peso y disminuir el estrés. Para que estas recomendaciones sean viables es preciso generar políticas públicas que garanticen la seguridad alimentaria y atiendan la desnutrición y malnutrición, producto, entre otros factores, del consumo excesivo, si no es que exclusivo, de alimentos ultraprocesados con altos contenidos de grasas, azucares y sales. Si bien el año pasado se avanzó en una iniciativa de etiquetado, aún faltan muchas acciones para regular la venta y publicidad de los productos nocivos para la salud; así como para favorecer una vida activa y saludable.
Este punto es de urgente atención debido a que en México la obesidad y el sobrepeso coexisten con el hambre. Mientras que 28 millones de personas, 22.4% del total nacional, tienen carencia de acceso a la alimentación, México ocupa el segundo lugar de países con más adultos obesos y el primero en niños. Así, tres de cada cuatro niños entre 5 y 11 años tienen obesidad, y 35% de los adolescentes entre 12 y 19 años padecen sobrepeso u obesidad; mientras que siete de cada 10 adultos (71.2% de la población) tienen sobrepeso y obesidad.
Aunado a lo anterior, el mandatario en el séptimo punto de su decálogo habla de alimentarse bien: con productos naturales, frescos y nutritivos. Si bien ésta es una de las recomendaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) en su iniciativa Hambre Cero, también es cierto que la política pública en México ha fallado en potenciar una productividad sustentable en el campo. Por ello no es raro que la principal causa de la migración interna y externa en México sea la búsqueda de empleo. Si no hay oportunidades productivas en el campo, la población buscará opciones laborales en otros sectores. Ésta parece ser una tarea pendiente incluso del programa Sembrando Vidas implementado por el gobierno federal, cuyos resultados no han sido del todo satisfactorios.
En otro orden de ideas, en el noveno punto de su decálogo el mandatario habla de eliminar “actitudes racistas, clasistas, sexistas y discriminatorias en general”. Para ello, dice, se deben reforzar los “valores culturales, las lenguas, las costumbres, las tradiciones, la organización social comunitaria”. Esta afirmación, empero, dista mucho de ser tan sencilla. La complejidad social y cultural de nuestro país hace que algunas de las actitudes racistas, clasistas, sexistas y discriminatorias estén incrustadas en nuestros valores culturales y en nuestras tradiciones. Frente a un 20% de mexicanos de 18 años o más que se ha sentido discriminado por diversas causas, o frente al incremento en la violencia de género, no es bueno simplificar el problema. Tampoco es oportuno que se quiera desaparecer al organismo público que se ha encargado de atender esta problemática. Frente al dicho de López Obrador en su decálogo sobre eliminar las actitudes discriminatorias, contrasta la declaración que hiciera sobre la posible desaparición del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación: “Claro que se tiene que combatir el racismo y se tiene que combatir la discriminación, pero no crear un organismo para cada demanda de justicia”.
En el noveno punto López Obrador lanza otra afirmación simplista: “no olvidemos que la familia mexicana es la mejor institución de seguridad social en el país”. La realidad, de nueva cuenta, es más compleja de lo que el mandatario cree. Cuando AMLO habla de la familia (en singular), olvida que hay muchos tipos de familia; y cuando dice que ésta es la mejor institución de seguridad social del país, por una parte, se ‘cura en salud’ al trasladar esta responsabilidad a los individuos (nada más neoliberal que eso); y, por la otra, omite los alarmantes datos de violencia intrafamiliar que, justamente con la pandemia, han relucido. ¿Cómo podemos pensar que “la familia” es el mejor lugar para cuidar a niños o a adultos mayores cuando hay violencia? También, cómo trasladar esa responsabilidad a los padres (o hijos), cuando éstos deben trabajar más de ocho horas diarias.
Sin duda, las recomendaciones que hace el mandatario son ciertas en un mundo ideal, pero en países como México, deben, por una parte, ir acompañadas de políticas que las hagan realidad y, por la otra, deben evitar simplificar la realidad para ser efectivas y dejar de ser una lista de buenos deseos. Sería interesante que López Obrador complementara su decálogo de recomendaciones con una decena de acciones estratégicas para resolver las problemáticas evidenciadas y recrudecidas por la pandemia.
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