Nunca en la historia de la humanidad hemos enfrentado un enemigo común en tal magnitud donde el COVID-19 nos plantea un reto de evolución y subsistencia. En esta lucha no existe distinción entre color de piel, cultura, dinero, ideología, fronteras, género, religión o poderío bélico, tampoco existen ambiciones o deseo de imponer nada, ni siquiera se le considera un organismo vivo, sólo hace en forma constante, eficiente e implacable, aquello para lo que está diseñado: infectar; no existe negociación.
En este escenario es fundamental entender cómo se puede combatir un enemigo de esta naturaleza y posteriormente cómo construir los caminos de recuperación a realizar, para regresar a una normalidad de vida ¡que será diferente! Las grandes guerras han demostrado que después de ellas el mundo que resurgió no era igual, este caso no será la excepción. Las medidas para combatir al COVID-19 y después reconstruir las sociedades, son dos, el liderazgo y la inteligencia.
Revisemos el primero, el liderazgo:
La pandemia a la que nos enfrentamos ha dejado al descubierto fracturas en las instituciones, que no son evidentes hasta que se ponen a prueba, la OMS no ha logrado establecer un liderazgo que ordene el quehacer de todas las naciones, algunas han seguido sus recomendaciones y otras sencillamente han preferido sumar infectados y muertos. Por otro lado, cada uno de los líderes de las naciones ponen sus agendas de salud con una visión más de economía y política, que con una visión de resguardo social. Consecuencia de ello, sumar más infectados y muertos.
En algunas naciones vemos decisiones de sus líderes que nos parecen aberrantes por su falta de sensibilidad, donde el imperio de la demagogia priva por encima del bienestar social, sin entender que las consecuencias van a ser catastróficas. Por no entender que prevenir siempre será más eficiente y barato que enfrentar consecuencias.
En otras naciones vemos líderes que atienden las recomendaciones de las instituciones responsables de esta circunstancia, de los jugadores sociales, y llegan a consensos justos, donde se busca mitigar el impacto de esta batalla y principalmente el involucramiento de todos.
Revisemos el segundo, la inteligencia:
Las decisiones más eficientes están basadas en el conocimiento tecnológico y científico, aquellas que se toman fundamentadas en el análisis de datos y el correcto planteamiento de los problemas, aquellas personas que se encargan de plantear, recopilar y analizar los datos son gente que por la experiencia y el estudio se les considera expertos en cualquier área del conocimiento. Dejar de escuchar a estas personas argumentando percepciones o ideologías es peligroso, porque los expertos tienen el conocimiento para prospectar comportamientos o tendencias.
Ellos, en la figura de organismos internacionales, instituciones especializadas, universidades, etc., son los que deben señalar los caminos más eficientes para combatir esta crisis y las mejores formas de recuperación económica y social.
Sumemos el liderazgo y la inteligencia:
Cuando un líder a nivel institución global, nación, división geográfica, empresa, entidades sociales, de seguridad o iglesias suman a sus decisiones información científica y datos de cada uno de los factores involucrados, dejando a un lado percepciones individuales, podremos estar seguros de que esas decisiones serán las mejores que podrán tomarse en ese momento y en tales circunstancias. Si a lo anterior se agrega la participación de todas las estructuras sociales, se logrará que estas decisiones funcionen, y para ello es fundamental, además, tener credibilidad.
Estamos ante una situación única en la historia, de esta batalla resurgirá una sociedad diferente, donde todos los participantes habrán evolucionado por la imperiosa necesidad de sobrevivir. Hoy más que nunca necesitamos líderes y decisiones inteligentes, menos que eso será iniciar esta nueva época con desventaja.
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