A partir de este miércoles 17 de junio México inicia la ruta formal y vinculante que lo convierte como miembro no permanente en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Durante 2021 y 2022 el país norteamericano será el representante selecto de la región latinoamericana en el cónclave que busca gestionar los conflictos armados internacionales. Después de diez años, México busca profundizar en la gestión del cambio que coopere a la reforma de esta comisión élite de la ONU a través de la promoción de nuevos mecanismos de participación y votación.
En un principio, se me ocurre pensar que no es justo que cinco potencias permanentes, Francia, China, Estados Unidos, Rusia y Reino Unido, decidan sobre los grandes asuntos humanos –lo cual es irónicamente antidemocrático y “atenta” contra la igualdad humana–, y quiérase o no, se ha observado en este siglo, por ejemplo, la falta de soluciones adecuadas a conflictos desgarradores como el sirio, libio, etcétera.
Es importante resaltar la importancia geoestratégica y política de México en el orden internacional, lo cual “legitima” su incorporación al debate relativo a la desactivación de los grandes problemas de conflictividad global, que a mi parecer se mantienen debido a que imperan criterios de “hacer valer” ciertas nociones ideológicas sobre otras que tienen un menor peso geopolítico, y que en consecuencia imposibilita la rúbrica de acuerdos universales.
Vemos ejemplos claros en nuestros países como la inacabada desmovilización de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), las cuales quiérase o no y paradójicamente han creado “sufrimientos” a sectores marginados rurales por quienes dicen “levantar” las banderas de la sublevación en contra del sistema. Es el caso también del levantamiento armado en 1994 de los pueblos indígenas mexicanos en Chiapas en la exigencia de condiciones de vida dignas.
Ciertamente, los avances científicos y tecnológicos han aportado “tibiamente” a la mejora progresiva en las condiciones de vida de nuestros sectores marginados, tanto en el campo como en la ciudad, debido a que solamente algunos sectores pueden acceder a los mismos. Por eso, es importante buscar el impulso de acuerdos desde instancias como el Consejo de Seguridad de la ONU, que interiorice la lucha global contra “epidemias” locales como la segregación, la desigualdad y la opresión como células replicadoras del descontento popular.
En segunda instancia, creo que éste es un momento “propicio” –y creo que así lo han entendido 187 de 192 representantes que han apoyado a México–para relanzar un nuevo liderazgo que permita reposicionar los valores, culturas e identidades de nuestros países a fin de incursionar en un mercado global de identidades, lo cual a la postre debería potenciar los diversos intercambios interpaíses.
Ahora bien, si algo ha caracterizado a la diplomacia mexicana en la historia contemporánea es aquella que busca la paz a través de la mediación y el diálogo para encontrar posturas comunes a desafíos de diversa índole que afectan la sana convivencia y el desarrollo democrático de nuestros ciudadanos –debido a retos tan disimiles como terrorismo, narcotráfico, corrupción institucionalizada, etc.–. Ya lo subraya el embajador mexicano en la ONU, Juan Ramón de la Fuente, para quien su lógica de acción está cimentada en pilares básicos como: la resolución pacífica de conflictos, la autodeterminación de los pueblos, la lucha contra la desigualdad, y la regulación de armas.
En conclusión, la tarea mexicana en este escenario global debe ir enfocado a las necesidades de resignificar las labores de acción “sobre el terreno” de las actividades de instancias como la ONU, al buscar sobre todo la desideologización de las iniciativas impulsadas en procura de dar respuestas acertadas a problemas de complejas y diversas raíces socioculturales de nuestro mundo.
Posdata: El Consejo de Seguridad de la ONU fue fundado en 1945 al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Ésta es la quinta ocasión que México ocupa un sitial como miembro no permanente en la asamblea. Ya lo había hecho durante los períodos: 1946; 1980-81; 2001-02; y 2009-10. En 1982 el entonces embajador Alfonso García Robles fue premiado con el Nobel de la Paz por trabajar en la negociación del desarme nuclear.
También te puede interesar: Erradicar el virus del racismo: meta humana impostergable.