Lo sagrado y lo profano son dos vocablos asociados a las tradiciones religiosas que tienen relación con el tiempo, el espacio y los objetos principalmente. Dos términos opuestos que se colocan en los extremos de la existencia. El primero vinculado a la divinidad, el segundo a lo mundano que una vez definidos se establecen rígidamente y se mantienen como realidades absolutas; sin embargo, su existencia es de otro orden.
En efecto, la experiencia de vida humana es práctica y busca aquello que le es necesario para su existencia de acuerdo a su entorno y, al mismo tiempo, posee un impulso que le lleva más allá de sí misma, inclinándola a una relación de otro orden, la cual establece de acuerdo con el imaginario simbólico dominante en su entorno que comparte con sus contemporáneos.
Así, se reconoce como sagrado aquello que es digno de veneración por su carácter o relación con lo divino, y profano lo que se entiende como puramente secular, pero no porque tenga ese valor de suyo a diferencia de otras realidades, sino porque el ser humano le ha otorgado esa categoría.
En ese sentido, el descuido, la desconsideración, el desprecio, la indiferencia, el abuso, etcétera, que se desarrollan de forma personal o comunitaria sobre situaciones, entornos, objetos, animales, personas o naturaleza, son producto de comprensiones utilitaristas, arbitrarias y egoístas en donde lo otro es sólo un objeto de utilidad. Esto ocurre incluso dentro del ámbito de cualquier religión cuando ésta se ha vaciado de sentido.
Sin embargo, más allá de la visión utilitarista que podemos hacer de la realidad, todo, absolutamente todo, posee una significación que supera los límites estrechos con los cuales se aprecia y que provocan abuso. Cuando se descubre y se comprende esto, la vida humana alcanza en sus relaciones una dimensión trascendental porque les otorga una significación más allá de su propia necesidad, cuando contempla su maravilla, cuando venera su existencia y respeta su ser.
Es entonces cuando el ser humano se da cuenta que en realidad su comportamiento construye y alimenta tanto lo sagrado como lo profano. Cuando entra en el primer caso, su vida y la vida del otro se armonizan, crecen de acuerdo a la dinámica que corresponde, se penetran cada vez más en el misterio de la existencia y ambas partes se nutren más allá de la apariencia. Cuando opera bajo el segundo, ambas partes se deterioran, la insatisfacción domina el panorama, el sinsentido crece, sólo cuenta la inmediatez y la satisfacción propia y se destruye tanto la relación con lo otro. El punto neutro no existe, la conducta humana se mueve siempre hacia uno de los extremos, porque la vida siempre está en movimiento.
Santificar o profanar superan por mucho el ámbito de lo religioso, aunque lo incluye. Moverse en dirección de lo sagrado genera una espiritualidad luminosa, que es la que generalmente entendemos como espiritualidad. Dirigirse en dirección de lo profano no es en sentido profundo moverse en el ámbito secular, es en realidad devaluar la existencia, tanto la propia como la ajena y eso alimenta la espiritualidad oscura, mejor entendida como carencia de espiritualidad.
Dirigir la vida hacia cualquiera de las dos direcciones puede ser un acto autómata, producido por una conciencia dormida que se deja llevar por influencias externas sin haber reflexionado más allá de la apariencia, o una conducta intencional impulsada por una conciencia despierta, que desea expandirse y crecer todo el tiempo porque reconoce que el límite se encuentra más allá de sí misma, en una totalidad de la que todo y todos forman parte.
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