Los estilos del desarrollo y la pobreza

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El concepto de desarrollo relaciona el crecimiento económico con el mejoramiento del nivel de vida.  La idea del desarrollo asume que un país, una economía, verá mejorar las condiciones de vida con trabajo bien remunerado y  por la vía impositiva para que el Estado garantice un piso de bienestar social para toda la población.  De allí que a los países ricos se les identifique como países desarrollados.

Para los países que se encuentran en un proceso de desarrollo se asume que, deberán abatir sus niveles y condiciones de pobreza, empeño en el que China y otros países, como es el caso de un buen número de países sudamericanos, han tenido buenos logros en los últimos diez años.  No así México.  Independientemente de los criterios aplicados para definir cuando la población ha migrado de la pobreza, se ha equiparado el mejoramiento de vida a parámetros urbanos e industriales, de un modelo occidentalizado de vida.  Sin embargo, aún en los países ricos existen diversos estilos de desarrollo.

Con la crisis financiera internacional, ha quedado de manifiesto el contraste que existe entre el estilo de desarrollo de Estados Unidos (USA) y el de Europa, no sólo por el rol del Estado en el bienestar social, sino también en el estilo de vida de los ciudadanos.  Aspecto, que parece ser olvidado al “combatir” la pobreza en países como México.  Evidentemente, el estilo de desarrollo paradigmáticamente asumido está más cercano al norteamericano que al europeo.

El concepto de desarrollo es relativamente reciente, mayormente asociado a la mitad del siglo XX, especialmente después de la segunda guerra mundial.  Así, lo que los economistas denominan desarrollo puede anclarse dinámicamente en el tiempo.  Es posible decir que inicialmente el concepto se identificó con el progreso, posteriormente con la evolución económica, hasta desembocar en los 1960´s, cuando se vinculó el crecimiento económico y el bienestar social plenamente, denominando tal conjunción desarrollo económico.

El progreso económico se vinculó esencialmente a la industrialización, a la vida urbana, a la modernidad, evidente a fines del siglo XVIII en Europa y con visos manifiestos en Estados Unidos (USA).  Con la evolución económica se conjeturó en el siglo XIX, casi organicista y biológicamente, que los países irían mutando de etapa en etapa hasta alcanzar un mejor estadio de riqueza y bienestar.  Mutación que llevaría a un país de una vida rural y agraria a una vida urbana e industrial.  Finalmente en la segunda mitad del siglo pasado, con el gran auge económico de la postguerra y en plena reconstrucción Europea, se enfatizó que no bastaba crecer económicamente si los frutos de la producción y el empleo no se traducían en mejores condiciones de vida para la mayoría de la población.

En ese devenir, en la segunda mitad del siglo XX se cuestionaron tímidamente los criterios urbano-industriales y occidentales para identificar el mejoramiento de la vida material de la población, asociado al proceso de desarrollo.  Tal cuestionamiento se dio sobre condiciones materiales concretas, entre países atrasados y desarrollados.  Por ejemplo, se preguntaban algunos economistas: ¿una población asentada en zonas tropicales que calce huaraches en lugar de zapatos debería ser asociada a condiciones de pobreza?  ¿Una familia que habite una casa con techo de palma debería catalogarse como de baja condición de vida?  ¿Quién duerma en hamaca o en catre de tijera con lona, en lugar de cama, debería ser sacado de esa pobreza?

Ya entonces se cuestionaba el estilo de desarrollo que se pretendía imponer a nuestros países, hoy se diría para sacarlos de la pobreza.  Obviamente el cuestionamiento se sustentaba en las condiciones objetivas de dotación de recursos con los que contaban y cuentan los ahora países en desarrollo, como México, y los requerimientos materiales que impone un estilo de desarrollo urbano-industrial, esencialmente como el de USA.  En el mismo sentido, la interrogante es si las demandas reales y sentidas de la población “pobre” corresponden a las pautas de vida asociadas política y burocráticamente al desarrollo.

Es obvio que el estilo de desarrollo y de vida que varios países han emprendido no corresponde a la dotación de sus recursos, sus capacidades productivas y cultura imperantes.  El modelo de desarrollo urbano industrial seguido, mayormente asociado a USA, es disfuncional para muchos países.  Aún más, puede hacer que entren secularmente en proceso de estancamiento económico, con graves consecuencias sociales y de agudizamiento de las finanzas públicas, por las restricciones que el gasto corriente impone a la inversión productiva.

No se ha acabado de comprender que el american way of life es irrepetible, tanto histórica como económicamente, que significa una gran cantidad de recursos y un gran derroche de los mismos.  Recursos con los que no cuentan la mayoría de los países en desarrollo.  De igual manera, que el mismo estilo de desarrollo seguido en USA es hoy cuestionado en ese país, por el elevado costo impuesto para la movilización de personas y cosas, así como por el costo económico y social que implica llevar servicios a poblaciones asentadas unifamiliarmente.

Sin embargo, empeñados en alcanzar el desarrollo y el abatimiento de la pobreza algunos países han terminado por agravar adversamente las condiciones de vida de la población, especialmente aquella asentada en el medio rural.  México puede ser un buen ejemplo de tal perverso proceso.  Desde los 1980´s, el gobierno federal mexicano se empeñó en llevar maíz y frijol a la población rural, en cuyo medio tradicionalmente se producían tales granos.  Otros productos del abasto rural terminaron por desalentar la producción tradicional de traspatio, haciendo a la población rural más dependiente de los programas oficiales.  Hoy es difícil encontrar gallinas criollas en el medio rural mexicano, obtener el llamado huevo de rancho, o acceder al tradicional maíz blanco mexicano.  En el extremo, el país importa frijol negro de cualquier país que lo oferte.  En tanto el abasto popular oficial comprende hasta marcas trasnacionales.

Una década después, donde llegaba la Conasupo llegaban las grandes empresas de productos alimenticios, muchos de ellos catalogados hoy como “chatarra”.  Los programas de abasto oficiales, que debieron ir acompañados de programas de mejoramiento productivo y tener un carácter complementario a la producción local, terminaron por incrustar la satisfacción de las necesidades locales y rurales a los grandes mercados nacionales e internacionales.  Ni los mercados regionales pudieron sobrevivir a tal proceso de “destrucción creativa”, deliberadamente seguida por el gobierno, en el afán del desarrollo y de paliar la pobreza nacional.

Ya para entonces el Banco Mundial (BM) había emprendido una clara política de abatimiento de los subsidios para la producción agropecuaria y una agresiva política para focalizar los subsidios al consumo hacia familias y beneficiarios preferentes.  Lo primero terminó, se justificó bajo el supuesto de las ventajas comparativas entre los países ricos y los países pobres, sin asumirse deliberadamente el enorme subsidio que USA y Europa destinaban y destinan a la producción de alimentos.  Esta recomendación junto con el tratado de Libre Comercio, terminaron por hundir en la pobreza a buena parte de la población rural.  Lo segundo hizo emerger de manera generalizada en todo el país la pobreza urbana, que entonces era mucho menor que la localizada en el medio rural y en las zonas indígenas.  Sólo hasta muy recientemente ha sido reconocida de manera oficial.  Así, de manera muy simple, la pobreza como tijera fue cerrando las opciones no sólo de desarrollo del país, sino también de mejoramiento de su nivel de vida.

Finalmente, desde mediados de la última década del siglo pasado se optó por dar dinero público de manera directa a cierta población, en virtud de ciertas características y condiciones sociales y de pobreza que enfrentaban.  Tal acción fue en acordanza con las recomendaciones internacionales, una vez más del BM.  Hoy se da como subsidio dinero directamente a ciertas familias y personas, para que vayan los niños a la escuela, para que tengan acceso a ciertos alimentos, para que complementen sus ingresos, se han fortalecido las tiendas rurales Conasupo, etc.  Además, se han habilitado cocinas comunitarias, preferentemente en el medio urbano, y se ha extendido a una mayor población el acceso a la leche subsidiada de Liconsa.  Amén de proporcionar “pisos firmes”, “estufas ecológicas”, letrinas, techos y tinacos para dar “vivienda digna” a la población en estado de pobreza.

Con la Cruzada Nacional Contra el Hambre, de Enrique Peña Nieto (EPN), tales acciones se han fortalecido preferentemente en los municipios más pobres, para beneficiar a 7.4 millones de mexicanos.  Para ello, se han utilizado 70 programas ya en marcha, generándose con ellos la llegada a tales municipios de un sin número de miembros de “organizaciones sociales” contratistas.  Tales acciones, aceleradas en su realización, han creado una demanda artificial de satisfactores por parte de la población, al extremo de generar sorprendentemente escases de mano de obra local y encarecer los productos básicos.

Además de la desorganización de la operación de SEDESOL que priva en los municipios objeto de la Cruzada, es irrebatible que los “rotoplas”, las tasas de baño, los techos y otros satisfactores materiales no corresponden a las necesidades sentidas de la población supuestamente beneficiaria.  Son un claro ejemplo de un estilo de vida urbano-industrial que no corresponde a la población mexicana que se debate realmente entre la miseria y el hambre.  Cuando termine la Cruzada: ¿que habrán logrado los más pobres de los pobres y México?

Sin duda, el desperdicio de recursos público va a ser el resultado final de la Cruzada Nacional Contra el Hambre y la pérdida de una oportunidad para alentar y apoyar a que los más pobres produzcan para el autoconsumo, mejoren la producción de traspatio, reparen ellos mismos sus aljibes e hidrantes de sus comunidades, mejoren sus viviendas con los materiales de zona y región.  Por ejemplo, los baños al interior de las casas en Francia y el drenaje público subterráneo en los pueblos y el medio rural se generalizaron después de la segunda guerra mundial.

Bien hizo Blair, en su momento, en comprometerse a destinar los recursos de la seguridad social destinados a paliar el desempleo y la pobreza hacia la producción y el empleo.  Para que haya desarrollo es necesario que haya producción y empleo, que es la forma más barata de abatir la pobreza.

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