Nota: este escrito no expresa posturas dicotómicas.
La historia está plagada de hombres cuyo arquetipo encaja casi a la perfección en el personaje del medioevo, Robin Hood. Con un corazón tan noble, dicho personaje, era capaz de atracar a la casta noble para dar el botín a los más necesitados, los desfavorecidos, los incómodos.
En mayor o menor brecha, la desigualdad social se ha hecho presente desde tiempos remotos. Pero ahora, con políticas encaminadas a la concentración de las riquezas en sólo unos pocos, esa brecha se ha abierto más. Como herida mal suturada, que en lugar de cicatrizar únicamente se abre más ante cualquier movimiento, la desigualdad social y económica sigue creciendo. Pero al igual que la herida, la desigualdad guarda otra relación aún más tenebrosa con ésta: la herida abierta se infecta, víctima de patógenos, sucumbe a las inclemencias de un ambiente contaminado. El médico puede tratar de reparar su error, aplicar tópicos que desinfecten, ungüentos que esterilicen la zona afectada, medicamentos que aceleren la cicatrización, pero la realidad es que, si no vuelve a coser de manera correcta la herida, ninguna medida contingente salvará la lesión.
Son menos los ricos y más los pobres, pero la política se concentra en hacer más ricos a los que ya los son y más pobres a los que nunca han tenido nada o muy poco; y quienes tienen lo mínimo logran conseguirlo con el trabajo diario, se atesora y se cuida, incluso hay un nivel de respeto para aquello que se consigue con el sudor de la frente. No es raro que uno se sienta agraviado si se le despoja, no tanto del objeto, sino del esfuerzo.
Toda una era de medidas excluyentes empiezan a menguar la herida maltrecha, pero sucedió algo curioso, llegó una infección a modo de solución. Los incómodos, decidieron arreglar el mal trabajo de un gobierno desinteresado y tuerto (su ojo funcional sólo ve lo que quiere ver). Los heridos tomaron la aguja y el hilo y por su propia mano comenzaron a tejer el error, desesperados por una infección grave que les arrebate lo poco que tienen. Pero sin conocimientos y guiados por la desesperación y la ira, el trabajo no resulta del todo bien.
La anterior metáfora creo ejemplifica bien la problemática que se vive en estos momentos: solucionar el problema a mano propia. El ojo tuerto del Estado ve que la inseguridad va disminuyendo, se regodean diciendo que la incidencia delictiva va a la baja. Patrañas. La gente, el ciudadano común, no sólo lo ve, lo vive, lo ha vivido y a muchos les tocará vivirlo; víctimas, heridas sangrantes que reflejan el problema latente de la inseguridad en México. El Estado ha fracasado rotundamente en hacer su trabajo, no hay seguridad social, porque la estrategia, según Chomsky, es desaparecerla a la larga. No hay seguridad ciudadana, las instituciones encargadas de resguardar nuestra integridad como seres humanos, son un chiste. La justicia murió mucho antes de que Nietzsche pronunciará su popular aforismo: “Dios ha muerto”.
Medidas temporales agraviaron el problema. La infección creció a tal punto que se volvió incontrolable, el Estado perece lentamente víctima de su propio engendro. Se derrama sangre en exceso, familias completas de las que no se tiene rastros, jóvenes secuestradas y ultrajadas, robos con violencia. Violencia, bestialidad.
Ahora toca ser las bestias que defienden lo suyo. Tomar el problema en nuestras manos es la consecuencia de nunca haberlo atendido, los llamados vengadores anónimos son el resultado de una vida de políticas fútiles que se empeñaron en aplazar el problema; lo pusieron en nuestras manos.
Desafortunadamente la solución no es la correcta, la bala nunca es la respuesta y menos para una problemática tan compleja que se ha venido incubando desde hace varios inviernos. Aquí hay víctima tras víctima, cada una tan desesperada como la otra, buscando la respuesta que no nos han querido dar.
Vivimos en la incertidumbre, en la duda continua que nos obliga a salir de casa pensando si volveremos con la cartera vacía, sin el celular o sin la vida, víctimas de un sujeto que se pregunta cómo mantener a su familia si nunca se le dieron los medios legítimos para empeñarse como hombre con un trabajo lícito, pero no sólo eso, sino bien remunerado; o cómo mantener su vicio, el cual nunca recibió tratamiento ni la ayuda adecuada, víctima de falta de oportunidades, familia disfuncional y otros elementos que confluyen para tomar la decisión de crear víctimas, siendo él también, una víctima más. Somos el país de las víctimas.
Victimarios que devoran victimarios. Ninguna de las dos partes queda eximida de culpa. Víctimas que callan la identidad del victimario salvador, porque está bien que el problema sea resuelto por alguien que tiene las agallas que las instituciones de seguridad no tienen, ¿por qué no tienen? El policía es un ser humano, ni todos son corruptos, ni todos son matones, ni la solución la tienen ellos. Víctimas del sistema, se convierten en carne de cañón y ¿quién vela por ellos; quien los voltea a ver tratando de entender un poco su situación? Si no los fulmina el delincuente, los lincha el pueblo enardecido buscando encontrar alivio y respuesta a la situación que ronda este manuscrito: la inseguridad.
Un sujeto es atracado por dos individuos, desenfunda su arma y los mata, recupera lo que es suyo, nadie vio nada, pero vieron todo. Uno de esos que vio todo/nada, se despoja del miedo, deja la duda atrás para emprender la respuesta. La justicia es un espejismo seductor, la venganza nunca supo mejor.
La brutalidad nos arrojará al precipicio, al derramamiento de sangre excesivo. La ira desbordada no sabe de razones, dispara contra el primero que ve. Un altercado vial que renuncia al diálogo acaba en un muerto, deja una viuda y dos hijos.
El vengador anónimo es la cúspide del hastío, no es un Robin Hood que roba a los ricos para dar a los pobres, es un individuo que mata a los pobres para recuperar lo suyo y de paso recuperar lo de otros y quedar erigido como héroe. Cuando parecía que nunca nos podríamos unificar, aparece este fenómeno donde todos acuerdan no decir nada, el engranaje que nos hace funcionar como sociedad parece encontrar un punto de encuentro, se constituye un nuevo tipo de contrato donde el agradecimiento se paga con el silencio. Sí, es un delincuente, pero solucionó otro tipo de delincuencia, es un delincuente social que cuenta con la aceptación del populum porque nos devuelve lo nuestro.
El vengador no es la panacea, violencia no soluciona violencia. Siguiendo la metáfora biológica que creamos al principio, la violencia es un problema medular. Comprensible es la consecuencia si somos las víctimas. Trabajamos para conseguir lo que hemos obtenido, nos levantamos cada día y vamos por el pan, regresamos cansados, para que alguien con la mano en la cintura nos quite lo que con esfuerzo adquirimos, se siente enojo e impotencia. Volvemos a salir, ya con el temple calmado, pero vamos con miedo, miramos atrás, adelante, con recelo vemos cualquier vehículo que pasa cerca de nosotros, observamos a las personas esperando encontrar algo que nos alerte su próximo movimiento. Qué molesto es vivir así.
El vengador anónimo nos quita el miedo y realza el discurso del odio, “¡muerte a los rateros!”, dicen unos. Las redes sociales hierven de muestras de apoyo a estos ciudadanos antihéroes ¿pero quiénes son?, ¿por qué con tanta facilidad jalan de un gatillo? Por qué no pensamos que podemos ser las próximas víctimas de estos justicieros cuya máscara es el silencio de los inocentes. Pero el discurso del odio ya está lanzado al fervor popular y cuando el odio entra en juego, la razón se retira.
En un país donde la normalización de la violencia ha invadido terreno, ya no nos sorprende la muerte, esto no quiere decir que se le haya perdido el miedo, simplemente esperamos no ser los próximos, pero ver un cadáver ya no asombra. Esperamos que la violencia no nos toque. Pero sí nos toca ver una violencia justiciera, tal vez con ésta sí haya asombro, sorpresa, un espectáculo poco visto, que merece la ovación y el aplauso. Pero en principio, nunca nos debimos acostumbrar a la violencia y mucho menos festejarla.
La solución es complicada, no merecemos justicieros, pero sí justicia, no necesitamos un arma, pero sí seguridad, algo que nos asegure que mañana regresaremos vivos de nuestros deberes, un cambio sustancial, que suture la herida de tajo, que no haya riesgo de infecciones y que no haya necesidad de agarrar el agua y el hilo por mano propia. La prevención se encuentra en las soluciones menos pensadas, pero cuando un gobierno está empecinado en querer hacer uso de la fuerza como método de prevención único, está acabado, se condena el mismo, su ojo debe mirar a otros lados donde no ha querido ver, la prevención también es creatividad, por eso el criminólogo tiene una labor importante, quitarse los paradigmas arcaicos que el Estado ha proporcionado como soluciones absolutas y buscar en otros horizontes la respuesta que nadie ha podido encontrar y que falsamente se cree, está en los llamados vengadores anónimos.
No se trata, aquí, de volver a dar voto de confianza e inclinarnos ciegamente a que el Estado y sus instituciones solucionarán el asunto, es normal que ya no creamos en nuestro gobierno, parte de la solución implica la exigencia de los ciudadanos, desplazar su inconformidad a la queja vehemente y organizada. Si todos podemos callar cuando vemos a justiciero anónimo actuar, también todos podemos gritar y exigir más seguridad, porque la verdad es que el vengador nunca tuvo por qué actuar, porque el delito que desencadenó su acción nunca debió suceder. Ya demostramos que la unión sí genera fuerza, encaminemos nuestra unión hacia los caminos correctos, no seamos partes de la consecuencia violenta, sino de la consecuencia social que exige un cambio, un trasplante medular.
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