El manejo político, mediático y técnico de la epidemia que abate a nuestro país y, con sus marcadas diferencias, al mundo entero, ha transcurrido entre la desestimación, la chanza, el desenfado y la manipulación estadística, hasta llegar a niveles catastróficos que evidencian, con su fatalidad, no sólo las grandes deficiencias del aparato gubernamental y administrativo que se ha visto rebasado, desde el origen, por el fenómeno sanitario que, hay que recordarlo, anunció, con bombo y platillo, desde lejanas latitudes, que nos haría, más pronto que tarde, una funesta visita.
A todas luces, la posición de México en la estadística global, en cuanto eficiencia en preparación, identificación, contención y tratamiento de la enfermedad es sumamente deficitario. La circunstancia conocida de la evolución de contagios, capacidad de tratamiento, defunciones e incluso de registro y disposición de cadáveres, dista mucho de la estadística presentada día con día en las variadas conferencias con información oficial, sujeta a un gran escepticismo, no sólo por los datos, sino por la actitud displicente de los comunicadores, en afán de mostrar al mal tiempo buena cara.
La sutil incredulidad social al inicio de la crisis se ha ido transformando en rechazo no sólo a la información vertida cotidianamente sino a las medidas adoptadas. El rechazo comienza a transformarse en abierto reclamo a las autoridades que muestran, a pesar de todo, una especie de optimismo con el que pretenden negar y transmitir esa negación artificial al auditorio, sobre la magnitud de la tragedia que se cierne sobre el país y ha sido puesta de manifiesto por diversos sectores que han sufrido de manera contundente los efectos del aislamiento y la inactividad, sin que esto haya contribuido de manera determinante a contener los contagios y las pérdidas de vidas.
La política, va quedando demostrado, prima sobre la catástrofe y subordina al interés electoral la responsabilidad que se asume con el cargo público de perseguir, por encima de todo, el bien común. Políticamente, la mayor tragedia puede caer como anillo al dedo si ésta puede servir al maquiavélico fin propuesto. La ética, la moral, la virtud exigible al servicio público puede bien esperar para un tiempo mejor, pasadas las elecciones, por ejemplo.
Mientras tanto, habrá que sortear de la mejor manera la cruel realidad para tratar de contener mayores reclamos sociales ante la incertidumbre que se acrecienta día con día en todos los ámbitos de la vida nacional, sea en lo social, lo político o económico, aunque la liga parece estar estirándose más allá de lo prudente.
La oferta de la vacuna se elige como una estrategia de contención, como una pequeña luz al final del túnel, que brinde esperanza, pero los números no cuadran con la necesidad a resolver y los tiempos se prolongan, se pretende ofrecer confianza en unas vacunas que aún no se tienen y nos piden registrarnos para apartar lugar en una plataforma que no permite el acceso. Expertos acreditados contradicen abiertamente y con argumentos sólidos, técnicos y científicos el discurso oficial, denunciando y desnudando incluso el manejo criminal de la pandemia por parte de los responsables de su atención.
El panorama que nos revelan esos expertos parece orientarnos a una macabra película que se ha ofrecido desde el inicio de una crisis sanitaria que se sabía sería inmanejable, dada la desecha infraestructura crítica del sistema de salud provocada por la determinación transformadora, así como el simultáneo y paulatino desmantelamiento de la capacidad administrativa a la que condujo la apropiación de espacios técnicos mediante la sustitución de cuadros altamente calificados y experimentados, por personajes, en no pocos casos, inverosímiles, pero ciegamente leales.
El desastre es elocuente, la ineficiencia en todo el proceso administrativo es patente, la desgracia nos consume como nación y la expectativa de solución se ve lejana, aunque el optimismo oficial señale que se ha cumplido con la misión de contar, en el futuro, con una flamante vacuna, aún en proceso experimental.
Ojalá corramos con suerte y sea la esperanza la que muera al último.
Na zdorovie!
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