La psicología del optimismo es interesante. Se trata de una actitud, las más de las veces consciente, que utiliza cualquier subterfugio lógico para construir una salida positiva frente a una dificultad, por más difícil que sea el escenario que se enfrenta.
Por sí mismo, ser optimista no constituye un problema mayor, por el contrario, ser una persona entusiasta ayuda a ser proactivo, a tener fuerza y hasta coraje para encarar situaciones y pérdidas mayores. Sin embargo, hay ocasiones en que la lógica del “vaso medio lleno” se transforma en una negación de la realidad, una herramienta adaptativa antes que una auténtica posición reflexiva. Es así como, el conjunto de bienintencionados intentos por afrontar un momento de profunda precariedad social, política, económica y sanitaria, como la que enfrentamos hoy, la mayoría de quienes vivimos en nuestro planeta, puede convertirse en un peligroso juego que, antes que superar dichas situaciones, termine por agravarlas severamente.
Al igual que el “buenismo”, con su tolerancia y benevolencia hacia conductas inadecuadas y la consiguiente falta de rigor intelectual para analizar los hechos producto de éstas; el creer que las pulsiones desiderativas son suficientes para cambiar el devenir de una situación, constituye una posición psíquica adolescente. La necesidad, el deseo, las ansias, sin esfuerzo y sacrificio, rara vez logran el resultado deseado.
Latinoamérica, históricamente ha pasado anhelando y fantaseado lo que queremos que ocurra o deje de acontecer, pero rara vez nos hemos tomado en serio a nosotros mismos. Por lo general, de México a Chile, pasando por Argentina, el Perú, Venezuela o Cuba, todos nosotros nos hemos dejado encandilar por soluciones cortoplacistas, por caudillos, guerrilleros heroicos, movimientos sociales efervescentes y recetas varias sean estas socialistas, nacionalistas o libre mercantilistas.
Desde siempre, nos hemos llenado de espejismos optimistas y hemos buscado rendijas de esperanza en los pequeños porcentajes de luz que, nuestras precariedades endémicas, nos muestran, cada cierto tiempo, encandilándonos y haciéndonos creer una y otra vez, en Papá Noel, los reyes magos, Santa Claus, o cualquiera de los arquetipos del facilismo que, como niños, buscamos para, por “arte de magia”, cambiar nuestra realidad y futuro.
No se trata de no tener fe o esperanza, muy por el contrario, las utopías, personales y colectivas nos son esenciales para alcanzar nuevas etapas de crecimiento y desarrollo. Pero la visión, los sueños, que como individuos y sociedades podamos tener deben estar cimentadas sobre la realidad, no sobre la meta a la que queremos llegar.
Hoy por hoy y en particular, mañana, cuando la primera ola de la pandemia comience su retirada de nuestro continente, nos encontraremos frente a un desafío de proporciones gigantescas. Todo lo que construimos durante las últimas décadas estará amenazado, no sólo por la gran crisis económica que experimentaremos, sino por una nueva epidemia: el populismo. Sea éste de izquierda o de derecha, nos ofrecerá y prometerá soluciones simplistas, superficiales, cortoplacistas. Lleno de consignas y “fuegos de artificio”, la retórica populista utilizará la rabia, la frustración y el miedo de los millones de desempleados y ciudadanos empobrecidos de nuestras naciones, para ofrecer optimismo y esperanza fácil.
Como tantas veces en nuestra historia, pocos líderes políticos hablarán de “sudor y lágrimas”, de esfuerzo colectivo, de planificación, de reflexión, ni mucho menos de grandes acuerdos nacionales.
Nuestros países, con sus distintas idiosincrasias, culturas, estado de desarrollo basal y propia historia, tendrán en el corto plazo la oportunidad de elegir, cada uno, a su ritmo y manera, si quieren seguir viviendo en la eterna promesa del optimismo y su comodidad inherente, o se toman en serio su destino, rechazan la oferta populista y aceptan que el futuro se sueña, diseña y construye. Improvisar para la urgencia o planificar para lo importante, el camino inevitablemente se abre en dos.
El optimismo, si quiere cimentarse sobre bases sólidas, necesariamente, debe desconfiar de sí mismo.
También te puede interesar: Houston, tenemos un problema, llegó el siglo XXI.