Houston, tenemos un problema, llegó el siglo XXI

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Hace unos días nos preguntábamos: ¿cuándo terminó el siglo XX y cuándo comenzó el nuevo milenio? Como sabemos, el tiempo es un concepto complejo que va desde la magnitud física que permite secuenciar hechos, hasta, por ejemplo, la noción gramatical que permite situar una acción en un momento determinado, lo que, a su vez, supone un saber cronológico del tiempo lineal que transcurre desde un punto inicial a otro siguiente, continuo o previo. Como se ve la cosa es algo más compleja que una fecha en el calendario.

A los seres humanos nos gustan los hitos, las conmemoraciones, los comienzos y los finales. Es posible que ello se deba a nuestra conciencia de muerte. El sabernos que, fisiológicamente, tenemos una fecha de expiración nos obliga a intentar atrapar en una bocanada de tiempo cósmico todo lo que nos sea posible. Sin duda, sin esa consciencia de límite, imaginación, creatividad, invención y evolución, como las entendemos, no tendrían ningún sentido.

siglo xxi y mortalidad
Ilustración: Dimitris Ladopoulos.

Durante décadas, siglos y milenios la idea de tiempo cronológico se mantuvo, en muchos sentidos, estable. Años, meses, días y horas resultaban predecibles. Las estaciones climatológicas estaban claramente marcadas en dos o cuatro, dependiendo del lugar del planeta donde se habitaba. Las tareas y los hechos transcurrían en forma concatenada, o, al menos, así parecía. La simultaneidad se entendía, al igual que la inmediatez, pero el concepto de presentismo no estaba en los registros psicológicos de prácticamente nadie. El aquí y el ahora existían porque había un pasado y un futuro; lo que ocurría hoy era con consciencia de memoria histórica y el mañana estaba sujeto a la naturaleza y a la voluntad de los dioses.

Con la revolución industrial y la idea de modernidad, los fundamentos del tiempo cronológico y psíquico comenzaron a cambiar. Aunque la medida lineal de éste se ha mantenido, desde entonces, la forma en que se entiende y vive el presente se hace cada vez más amplia. De algún modo, el ahora comienza a engordar, se hace obeso, apretujando el pasado contra sí mismo y, al mismo tiempo se hace cada vez más de voraz con relación al devenir. A partir de la segunda mitad del siglo XX, la idea de que el futuro es hoy se instaló como un lema global. La espera comienza a ser una experiencia cada vez más intolerable.

La aparición de internet instala el presentismo como motor, deseo y voluntad de existencia. La simultaneidad, el vértigo de creer contar con todas las posibilidades y la promesa de poder tenerlo todo, sólo por el hecho de acceder al menú que los escaparates reales y virtuales nos ofrecen, hacen aumentar la gula hasta alturas inimaginables. La web nos hace suponer que se puede contar con todo el conocimiento disponible en el instante mismo de la pregunta, lo que hace estallar la idea de reflexión por los aires. La pausa, la contemplación, el ocio sagrado de la filosofía clásica, la espera, son posiciones psíquicas que, lejos de producir templanza y carácter, generan angustia y sensación de vacío.

siglo xxi
Ilustración: Anton Kakhidze.

Y, en medio de ese ritmo desenfrenado, se nos acabó un siglo lleno de horrores autoritarios, deslumbramiento científico, artístico e intelectual. Las primeras décadas del nuevo milenio nos dieron más impulso aún, el tiempo ya no sólo volaba, prácticamente desaparecía en medio de nuevos logros sociales, económicos y tecnológicos. Las demandas de los siete mil millones de habitantes de este punto casi invisible del universo exigían respuestas concretas ahora. Y entonces, llega el freno, seco, brutal. Yéndonos casi de bruces, hemos pasado los últimos meses, llenándonos de fórmulas, hipótesis y teorías para acostumbrarnos y entender qué es todo esto.

Mientras intentamos no enfermar y sobrevivir a la pandemia, y la crisis económica gigantesca que se levanta frente a nosotros, anhelamos salir, lo antes posible, de algo tan único como inasible: la incertidumbre. Entonces, como los astronautas del Apolo XIII, le decimos a alguien esperando que nos escuche y nos dé una solución: —Houston, tenemos un problema, llegó el siglo XXI y no tenemos perspectiva temporal para comprenderlo.

Tal vez, un esbozo de respuesta está en la última escena de “Fanny y Alexander” de Ingmar Bergman:

Todo puede suceder, todo es posible y probable, tiempo y espacio no existen. En el delgado marco de realidad la imaginación gira creando nuevos patrones, lee en voz alta la abuela Ekdahl a partir de un texto de August Strindberg, mientras Alexander permanece recostado en su regazo. 


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