Me permito hacer referencia al interesante artículo publicado por Don Marco A. Villa, en el Número 131 de la Revista Relatos e Historias de México con el título Entre mofas y halagos. Felicito a Don Marco Villa pues toca un tema que nos habla de las características y defectos de los gobernantes que ha tenido que sufrir el pueblo mexicano, aunque en la realidad se muestra muy benévolo en sus juicios sobre algunos de esos personajes.
A continuación, hago referencia a tres ejemplares que negativamente incidieron en el desarrollo de México y a los cuales les aplicaron motes que nos dicen de sus enormes deficiencias y pecados en la administración del país y la deformación de sus instituciones: Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Joaquín Amaro.
Nuevamente felicito a la Lic. Rosa Albina Garavito por su extraordinario artículo también publicado en el número 101 de esa revista en el que se refiere a Plutarco Elías Calles.
Por la pobre actuación de Elías Calles como “Primer Mandatario”, vox populi también lo hacía objeto de burlas y señalamientos continuos llamándolo Maestro Ciruelo “como el maestro de Siruela que no sabía leer y puso escuela”, expresión utilizada en España para referirse a alguien que pondera sobre un asunto con absoluta ignorancia y, también, denostándolo con versos como el que se incluye a continuación, mismo a través del cual se hace una crítica severa a su pésima gestión al frente del Poder Ejecutivo, así como a la actitud sumisa y pasiva de “nuestros políticos” y del pueblo mexicano:
Yo no admiro de Calles los pellejos,
Ni admiro su poder adquisitivo;
Yo admiro su poder ‘defecativo’
Sobre veinte millones de… conejos.
Sin duda, las mofas y halagos muchas veces llevan enorme contenido de verdad y, en el caso de Elías Calles, los versos señalan con toda razón, a la que se constituyó en la herencia maldita que nos dejó y que los mexicanos hemos tenido que sufrir por más de 90 años pues, al hablar de que se pasaba de la era de los caudillos a la de las instituciones, lo único que hizo fue institucionalizar al dedazo y a la corrupción que había iniciado su “amigo” Álvaro Obregón.
Así, las instituciones corruptas y el dedazo pasaron a formar parte de los usos y costumbres de la vida de los mexicanos teniendo como importantes discípulos de Calles, Obregón y Amaro, a entes entre los que podemos contar como sus protegidos y emblemáticos exponentes de la clase de políticos que creó el sistema implantado por Calles a: Abelardo L. Rodríguez, mejor conocido el primer Embajador de la Mafia en México, y a Gonzalo N. Santos, discípulo aventajado en todo tipo de excesos fuera de la ley y a quien, hasta el año de 1978, protegieron todos los presidentes de México.
En este sentido, Álvaro Obregón, conocido como El Manco, en el colmo del cinismo señalaba que él sería mejor presidente porque sólo tenía una mano y no podía robar mucho, sin embargo, también le decían “Bárbaro Matón” y la inquina que generó con su sangrienta actitud de la que se hizo gala matando a diestra y siniestra durante su gobierno y el de Calles, su pelele, se resume en este epigrama de autor anónimo:
Si con una sola mano
a tantos has exterminado
con dos hubiera dejado
vacío el suelo mexicano.
Obregón también era conocido como Álvaro Santana, no sólo porque había traicionado el principio sagrado de Sufragio Efectivo No Reelección que ya le había costado a nuestro país más de un millón de muertos, sino porque en el año de 1923, para que Estados Unidos reconociera su gobierno, firmó los Tratados de Bucareli, mismos a través de los cuales impusieron a México condiciones vergonzantes debiendo señalar que, cuando a Victoriano Huerta y a Don Adolfo de la Huerta trataron de imponerles condiciones similares para el reconocimiento correspondiente, mostraron enorme dignidad negándose a ello.
Las condiciones que Obregón aceptó de Estados Unidos dañaron grandemente a importantes sectores de la economía, ya que incluían derechos norteamericanos sobre el petróleo; contratos leoninos para favorecer a las empresas norteamericanas proveedoras de materiales y tecnología de la industria petrolera; la sustitución del desarrollo de los ferrocarriles nacionales por una red carretera cuyos suministros y asistencia técnica serían norteamericanos, incluyendo los vehículos de transporte que en un 80% deberían provenir de Estados Unidos; indemnización por expropiaciones agrarias y abstención de afectar propiedades de compañías estadounidenses; prohibición de llevar a cabo procesos de industrialización durante 25 años; y en reciprocidad, el gobierno de Estados Unidos se comprometía a otorgar el reconocimiento diplomático solicitado por Álvaro Obregón.
Estas denigrantes demandas, al final, fueron grandemente onerosas y terriblemente perjudiciales para México, pues canceló la posibilidad de desarrollo económico y la generación de riqueza en nuestro país, por lo que Obregón debió de haber sido juzgado como un traidor a la patria.
Estas peticiones fueron completadas con una exigencia norteamericana fuera de todo orden ético y moral: saldar una cuenta que se presentaba como una afrenta para el pueblo norteamericano, inferida por Francisco Villa al atacar Columbus, por lo que también se pedía su desaparición física.
Obregón, indignamente aceptó todas estas peticiones, y especialmente la referente a la muerte de Villa, que él cumplió gustosamente utilizando a Joaquín Amaro, mismo al que la Doctora Martha Loyo, su biógrafa y panegirista, alabó señalando que sus acciones lo muestran como un ejecutor falto de escrúpulos, implicado en magnicidios tales como el del General Francisco Villa en julio de 1923.
Joaquín Amaro, obedeciendo las órdenes de Obregón, en el colmo del sadismo y la barbarie, posteriormente ordenó al Coronel Francisco R. Durazo, Jefe de la Guarnición de Parral, Chihuahua, también cortar y robar la cabeza del cadáver del Centauro del Norte.
Joaquín Amaro –quien llegó a ser Secretario de Guerra y Marina, chapoteando sobre la sangre de numerosas víctimas, fue conocido como El Perro de Presa de Obregón– era criticado de múltiples maneras y con gracejadas haciendo referencia a su nada agraciado aspecto físico, su consuetudinaria afición a las bebidas alcohólicas que provocaron su muerte por cirrosis hepática, así como por sus enormes deficiencias culturales e intelectuales que se manifestaban en la carencia total de principios y valores.
Especial insistencia se hacía a la característica que más lo distinguía y señalaba, pues ha sido el único analfabeta titular del Instituto Armado. Entre otros apelativos le decían el “Indio Seco”; debido a su bajo nivel educativo e intelectual mostraba enorme dificultad para comunicarse verbalmente con propiedad, lo que le hacía expresarse mayormente con monosílabos, con lenguaje muy pobre que enriquecía con palabras altisonantes y el uso del fuete como muestra de su impotencia para relacionarse civilizadamente. Al respecto, la Doctora Loyo, simplemente lo señaló como una persona carente de discursos.
Joaquín Amaro también era conocido como el “General Arete” porque en algún momento se caracterizó por la arracada que ostentaba en la oreja, misma que empezó a utilizar como una condición que le impuso una prostituta que lo rechazaba para acceder a acostarse con él.
Esta arracada se la dejó presumiendo “así parezco más feroz y me da suerte”, misma cuyo uso abandonó al ser objeto de burlas entre las que se le señalaba que le quedaría mejor en la nariz, además de que se le criticó porque su uso era indigno de un militar mexicano.
A partir de la gestión de Amaro, la Secretaría de Guerra y Marina sufrió una mediatización que tuvo como origen sus vicios y enormes deficiencias personales, así como el “acuerdo” de Calles con los militares –que sobrevivieron a las sanguinarias purgas de Calles y Obregón–, con una clase política que el pueblo mexicano no se merecía, mismos que se sometieron a un proceso indigno de “premiación”, conformándose con esperar turno para recibir canonjías de acuerdo con el esquema de “institucionalización” del dedazo y la corrupción adoptado por Calles en esta Secretaría y en todas las instituciones gubernamentales, sin tomar en cuenta un mínimo de los conocimientos requeridos para desempeñar algún puesto y sus funciones, ya que la base de su premiación era el mayor o menor grado de servilismo que exhibieran.
La actividad que el Ejército Nacional Mexicano realizó durante esa época, con Joaquín Amaro al frente, sirviendo a los intereses personales y aviesos de Obregón y Calles, fue mediocre, mediatizando su desarrollo, además de que le dieron una característica de represor dejando de cumplir con su función sustantiva y sin tener los efectos positivos que normalmente se espera de una institución pública en lo político, en lo económico y en lo social.
Conviene señalar que Amaro, tratando de darle un tinte “amable y novelesco” a la asociación delictuosa que tenía con Obregón y Calles comentó que les decían Los Tres Mosqueteros, a lo que vox pópuli respondió que Amaro, aparte de tonto era sordo pues en realidad les decían Los Tres Más Rateros.
Esta situación se ha traducido en el hecho de que un país tan rico como México, tradicionalmente haya tenido tasas de desarrollo muy reducidas y, actualmente, sea considerado uno de los países más corruptos del mundo, siendo la base de este problema, la pésima calidad de esas instituciones públicas y la de sus funcionarios.
Es decir, la mediatización que se estableció a través de este esquema de premiación, generado por el dedazo y la corrupción decretado por Calles, se tradujo en pésima calidad de las instituciones públicas sin que éstas lograran su objetivo social legítimo, pero sí lo lograron numerosos individuos que formaron parte de la mafia del poder que nos ha “gobernado” durante más de 90 años, enriqueciéndose de manera escandalosa.
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