En el marco del Día mundial contra la obesidad (12 de noviembre) y del Día mundial de la alimentación (16 de octubre), y en relación con el proceso regulatorio en el que actualmente en México se discute la modificación de una norma oficial sobre especificaciones generales de etiquetado para alimentos y bebidas no alcohólicas (NOM-051-SCFI/SSA1-2010), es importante que enfaticemos que la obesidad no es una elección personal. Tal como lo menciona un reporte de investigación de la Sociedad Psicológica Británica: “La gente tiene sobrepeso o se vuelve obesa como resultado de una combinación compleja de factores biológicos y psicológicos combinados con influencias sociales y ambientales” (Duarte, 2019). El que 1,900 millones de adultos en el mundo tengan sobrepeso y, de esos, más de 650 millones sean obesos[1] no es un problema individual. Es importante recalcar este asunto porque ese es el argumento que los representantes de la industria de alimentos ultraprocesados y bebidas azucaradas nos repiten día con día: que el consumidor tiene la responsabilidad y la “libertad” de decidir qué consumir.
¿Un consumidor libre?
Si bien es cierto que cuando acudimos a un supermercado o a la tienda de la esquina, nadie nos está apuntando con un arma para que compremos uno u otro producto; también es cierto que la publicidad suele actuar como un efectivo mecanismo para inducir al (sobre) consumo de determinados productos. Finalmente, esa es, según Lipovetsky (1998), la función de la publicidad: ser un espectáculo mediante el cual se atrae la atención y se mueve el ánimo del público consumidor, infundiéndole deleite, asombro u otros afectos. Además de la publicidad, hay otros factores que inciden sobre nuestras decisiones de consumo. Hay estudios que demuestran que “tanto la comida chatarra, como las drogas y el alcohol, tienen cualidades adictivas similares que afectan al cerebro y provocan efectos secundarios como la ansiedad, irritabilidad, dolores de cabeza e incluso depresión”, además de “síntomas de abstinencia físicos y psicológicos”. De igual forma, sustancias como el glutamato monosódico (una sal que potencia el sabor) “también es considerada una droga comestible” que se “encuentra en básicamente toda la comida chatarra”; y, si bien, aún existe controversia sobre el daño que esta sustancia pueda generar en el organismo, lo evidente es que hace que los alimentos sean “más agradables al paladar”, lo cual favorece su sobreconsumo (Campa, 2019).
Si a lo anterior le aunamos que la oferta que encontramos en las calles, en los centros de trabajo o en las tiendas está sobresaturada de estos productos, difícilmente podemos argumentar que los consumidores somos libres para decidir qué comprar en esos momentos de antojo e, incluso, como parte de nuestra dieta cotidiana. No es sorpresa decir que los anaqueles del supermercado están saturados de productos nocivos para la salud, poco saludables, y que, si queremos buscar alguna alternativa con mejores fórmulas, resulta mucho más cara o sencillamente no la encontramos. Así, cuando queremos comprar, por ejemplo, pan integral, difícilmente encontramos alguno que realmente contenga como principal ingrediente harina integral. Lo mismo ocurre con los cereales o los yogures que tanto se anuncian como un elemento saludable del desayuno de niños y adultos: simplemente no encontramos marcas comerciales que entre sus ingredientes no estén altos porcentajes de azúcares añadidos, sobre todo endulzados con jarabe de alta fructosa. En suma, incluso los productos que se anuncian como saludables, no lo son. Lo contradictorio es que productos como éstos son comercializados, incluso, con leyendas de recomendación por asociaciones profesionales de la salud (Magaña, 2019).
La publicidad engañosa o que induce al sobreconsumo, además de la falta de información y la sobreoferta de productos con alto contenido en grasas, sales y azúcares son componentes de un ambiente obesogénico que impide que podamos hablar de un consumidor con libertad de elección. Este ambiente se complementa con pocos o nulos incentivos para cambiar los hábitos sedentarios, sobre todo en sociedades urbanas. Es así como podemos advertir que si queremos revertir las altas tasas de sobrepeso y obesidad debemos transformar este ambiente. Un paso para empezar a modificarlo es la regulación sobre el mercado: establecer reglas que, por una parte, incentiven la producción de alimentos sanos y, por la otra, disminuyan o transformen la oferta de aquellos productos que resultan nocivos para la salud de niños y adultos.
La regulación sobre el mercado para transformar ambientes obesogénicos
El pasado mes de octubre la Cámara de diputados y el Senado aprobaron la reforma a la Ley General de Salud para un nuevo rotulado de alimentos. Uno de los resultados de esta reforma legislativa se materializa en la modificación de la norma oficial mexicana de etiquetado de alimentos y bebidas no alcohólicas que, vigente desde 2010, se basa en el controvertido método GDA o Guías Diarias de Alimentación propuesto por la propia industria de alimentos para “informar” al consumidor sobre los valores nutrimentales de los productos. Cabe mencionar que existen diversos estudios sobre la dificultad para comprender este tipo de etiquetado, incluso, para estudiantes de nutrición (véase, por ejemplo, Stern, Tolentino y Barquera, 2011). Esta evidencia es compartida, seguramente, por usted: ¿Acaso la cantidad en miligramos o mililitros y su porcentaje basado en una dieta promedio de 2,000 o 2,500 calorías nos dicen algo a los consumidores a la hora de comprar y consumir? Deberíamos tener una calculadora en el supermercado y en nuestra mesa para ir sumando los porcentajes a fin de no sobrepasar el límite de calorías, grasas, azúcares y sodio recomendado por nutriólogos y por organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esos números, en abstracto, no nos dicen mucho.
Es por ello que la nueva propuesta de etiquetado frontal basado en sellos octagonales en los que se advierte si el producto sobrepasa los límites de calorías, grasas saturadas y trans, sodio y azúcares parece ser una mejor opción para que los consumidores podamos decidir con información más clara. Con este nuevo etiquetado, además, se prohíbe que los productos sean “recomendados” por asociaciones de salud -hecho que, como mencioné antes, fomenta la desinformación-; además de que establece el uso de leyendas en productos con edulcorantes y cafeína, de los cuales se recomienda evitar en niños.
Este tipo de etiquetado se impulsó en Chile desde hace unos años y es el que recomienda la OMS como uno de los frentes para encarar la lucha contra el sobrepeso y la obesidad. Pero, así como ocurrió en aquel país sudamericano, en México la oposición de la industria no se ha hecho esperar. En los comentarios emitidos en la Consulta pública de la Comisión Nacional de Mejora Regulatoria -donde cualquier ciudadano puede plasmar una opinión sobre la modificación de las normas- encontramos, por ejemplo, oposición de la Asociación Nacional de Fabricantes de Chocolates, Dulces y Similares, así como del sector de alimentos de la Cámara Nacional de la Industria de Transformación. Las críticas alegan, entre otras cosas, falta de justificación legal para modificar la norma, falta evidencia que muestre por qué este tipo de etiquetado es mejor que otros (http://187.191.71.192/respuesta_texto_encuestas/4605); así como poca claridad al identificar el consumo de los productos ultraprocesados como el único factor que genera sobrepeso y obesidad (http://187.191.71.192/respuesta_texto_encuestas/4572). Pero, además de estas críticas, en esta consulta también encontramos voces de aprobación en torno a la norma. Consumidores, padres y madres de familia manifiestan su beneplácito por el hecho de que se brinde más información sobre los productos a fin de hacer mejores elecciones a la hora de comprar.
Etiquetado de alimentos: uno de los componentes para cambiar la receta
Sin duda, cada uno de los comentarios, a favor y en contra, deben ser consideradas por la autoridad. Ello contribuirá a que el proceso esté apegado a la legalidad y que tenga legitimidad social. Si bien en un tema donde se atraviesan intereses tan diversos es difícil satisfacer a todas las partes involucradas, lo cierto es que la regulación debe procurar poner a dialogar las distintas voces (con sus propios intereses y necesidades) a fin de construir normas orientadas al bien colectivo. En esta discusión es preciso que cada parte asuma su responsabilidad y el costo que tiene generar alternativas para solucionar la problemática (obesidad, sobrepeso, malnutrición).
Nadie puede negar que esta epidemia es un problema complejo que tiene múltiples causas y, por tanto, múltiples acciones para remediarlo. El etiquetado, por sí mismo, no será la “varita mágica” para resolver el problema; debe ir acompañado de otras acciones y políticas públicas orientadas a diversificar la oferta con productos más saludables, así como con la promoción de una vida más activa. Pero, el etiquetado es una medida que, sí o sí, debían tomar las autoridades de nuestro país desde hace varios años.
Además, un etiquetado como éste, según muestran otros casos, incentiva (si se quiere, de manera negativa) a que la industria mejore sus fórmulas y ofrezcan productos menos nocivos. Esto es lo que ha pasado en el caso chileno. Con los años que ahí se ha implementado el etiquetado, algunas firmas han optado por hacer investigación y desarrollo para hacer que sus productos sean menos dañinos y, con ello, puedan ser comercializados sin los sellos de advertencia. Asimismo, esta medida ha fomentado la creación de startups que promueven productos más saludables.
En suma, el etiquetado es uno de los componentes que contribuyen a cambiar la receta al incentivar la oferta de productos más saludables y desincentivar el consumo de aquellos que son nocivos para la salud.
Fuentes consultadas
Campa, Omar (2019), “¿La comida chatarra realmente causa adicción? Suele ser rápida y económica pero también puede dañar la salud”, El Universal, 2 de mayo de 2019. Disponible en https://www.eluniversal.com.mx/menu/la-comida-chatarra-realmente-causa-adiccion
Duarte, Fernando (2019), “Día Mundial contra la Obesidad: 7 mitos que afectan nuestra ‘guerra contra los rollitos’”, BBC World Service, 11 octubre 2019. Disponible en https://www.bbc.com/mundo/noticias-50015117
Lipovetsky, Gilles (1998), El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos. Barcelona: Anagrama.
Magaña, Paulina (2019), “Radiografía de…
Danonino sabor fresa”, El Poder del Consumidor, 4 noviembre 2019. Disponible en:
https://elpoderdelconsumidor.org/2019/11/radiografia-de-danonino-sabor-fresa/
Notas:
[1] Cifras de 2016 según la Organización Mundial de la Salud.