Pfizer, Astra Zeneca, Cancino, Moderna, son algunos de los nombres con los que nos hemos familiarizado en los últimos tiempos por ser líderes en las investigaciones para el desarrollo de la vacuna contra el COVID-19. Muchas de las esperanzas de la humanidad están puestas en lo que este grupo de innovadores puedan lograr en tiempo récord para alcanzar tan deseado objetivo, que nos permita iniciar el regreso a la lejana tierra de la “normalidad”.
Celebro que muchos estén disfrutando los cambios que la pandemia produjo y que tengan crecimientos espirituales notables. Yo sigo anhelando las reuniones con los amigos, los estadios con tribunas pletóricas, las comidas en restaurantes, los viajes, los conciertos, los abrazos, los besos, las juntas presenciales, las audiencias en tribunales y espero regresar cuanto antes a “la infame rutina”. Bueno, hasta el maldito tráfico hoy me parece un anhelo disfrutable.
Para los que estamos en el campo de patentes los nombres nos resultan familiares porque todos ellos son líderes en diversos renglones en el desarrollo de vacunas y medicamentos de todo tipo. Detrás de la meta de la vacuna anticovid, no sólo está el jugoso negocio de la venta de millones de dosis, sino también el prestigio que la marca ganadora tendrá como reconocimiento del agradecido mercado.
Para los que tienen dudas sobre la seguridad y la eficacia de las vacunas de estas empresas debo decir que, aun estando apartado del sector farmacéutico, mi proximidad a los laboratorios en el tema de patentes me brinda una enorme tranquilidad sobre ambas áreas de desempeño. No abrigo, ninguna duda, de que las vacunas servirán y no tendrán efectos secundarios. Entiendo que quienes conocen los tiempos normales de desarrollo de vacunas pongan en duda los resultados ante la premura para producirlas, pero es claro que no estamos en tiempos normales, y que el mundo entero marcó como prioridad vencer este reto.
Tener la vacuna hoy, que se ha aplicado la primera fuera de protocolos de prueba, es un logro equiparable para la humanidad, como lo fue llegar a la Luna. El conocimiento acumulado por miles de años por la humanidad, el increíble instrumental desarrollado para conocer el comportamiento del mundo de lo invisible, la ciencia de miles de científicos colaborando y la eficacia de los protocolos de prueba nos han traído hasta aquí.
En esa lógica, valga un reconocimiento, también, al gran acervo de la humanidad que se encuentra plasmado en los bancos de patentes, que se han convertido en la fuente de información tecnológica más actualizada, más abundante y más precisa de cuantas existen. Ponga por favor usted la palabra “coronavirus” en la base de datos de la oficina de patentes de Estados Unidos y verá aparecer indexados más de 6,000 documentos que lo incluyen.
De hecho, celebro que el sistema de patentes, gran creación de la civilización para estimular la creatividad, siga operando como resorte y garantía del interés lucrativo para que el innovador aporte su conocimiento a cambio de dinero. No veo, francamente, ninguna conspiración en ello, sino los engranes del sistema capitalista moviéndose como saben hacerlo.
Será tarea de los gobiernos y los organismos internacionales encontrar los mecanismos para hacer llegar la vacuna a todos, sin escatimar a los productores su debida recompensa. Pero como siempre se ha dicho, no hay medicina más cara que la que no existe.
Por ahora, gracias científicos del mundo, gracias ciencia, por empezarnos a devolver parte de lo que sentíamos perdido.
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