El 20 de febrero de cumplió el primer mes de Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos de América. Este mes no ha podido ser más caótico, desordenado e incoherente en la Casa Blanca.
Su peculiar estilo de gobierno, sus “acciones ejecutivas”, los diálogos que ha sostenido con diferentes Jefes de Estado de varios países en el mundo y su percepción de la realidad permiten confirmar los peores pronósticos de lo que será su administración y de las consecuencias que tendrán para el futuro global.
Dentro del amplísimo catálogo de hechos que ha protagonizado llama la atención que sigue escalando su conflicto con la prensa, su invención de “realidades” alternas y los crecientes conflictos de interés de él y su familia. A esto hay que añadir la crisis desatada en torno a la posible participación rusa en las elecciones presidenciales, la conducta del General Michael Flynn y su caída como titular del poderoso Consejo de Seguridad Nacional, tema de enorme importancia para el sistema de inteligencia estadounidense. Trump tiene el nivel más bajo de aprobación de cualquier otro Presidente de su país, en las últimas décadas, en el primer mes de su mandato. Tiene ya el 53% de rechazo social, cosa que padecían otros presidentes hasta el tercer o cuarto año de su gobierno.
Pero como queda cada vez más claro, el problema no es sólo Trump, sino la conjunción de apoyos que logró para ganar la elección presidencial. A pesar de los conflictos que está generando y de la creciente oposición que se suma a su gestión, conserva el apoyo de buena parte de sus votantes, personas de muy poca educación académica y grupos sociales dominados por el racismo, la xenofobia, el rencor y la ignorancia. Pero Trump también cuenta con otros poderosos aliados, como son los republicanos en ambas Cámaras legislativas, la de Representantes y el Senado.
Los legisladores republicanos se callan sus críticas a Trump a cambio de la prometida drástica reducción de impuestos a las empresas, así como la desregulación a instituciones financieras, que promovió Obama y que pretenden evitar otra crisis financiera global como la de 2008, así como el desmantelamiento de la Agencia de Control Ambiental, entre otras medidas. El Partido Republicano está tomando un riesgo muy alto, porque la posibilidad de que el “proyecto” político de Trump fracase es cada vez más elevada.
En la agenda de Trump, México continúa siendo el villano favorito. No se había visto en la historia internacional reciente una agresión tan indignante e insolente hacia una nación extranjera como la que ha instrumentado Trump hacia México desde el inicio de su campaña electoral y que persiste una vez que asumió la presidencia de los Estados Unidos.
La continua agresión de Trump hacia México se suma a los gravísimos problemas internos que enfrentamos en el país y pone de manifiesto la crisis de las élites nacionales en cuanto a la formulación de un mejor destino para México, viable, incluyente y con visión de largo plazo.
Es claro que una prioridad es combatir la corrupción y la impunidad, en serio, sin seguir con la eterna simulación en la materia, pero esto, si bien es muy importante no basta. Las llamadas izquierdas siguen pensando en el pasado, continúan con la mirada fija en el espejo retrovisor. Hacen un recuento de todos nuestros males y problemas para añorar la social democracia de los años setenta del siglo pasado, como si un proyecto así fuera viable, factible y nos permitiera afrontar los nuevos retos globales.
Por su parte, los sectores neo-liberales siguen pensando en la ortodoxia, como si esta política hubiese sido un éxito económico y social para México. Lo señalan a pesar de que el país tiene 35 años con un muy pobre crecimiento de la economía. Lo sostienen a pesar de los altos niveles de pobreza que persisten en el país y del incremento de la desigualdad. Para algunos sectores empresariales la entrada de México en la globalización, debe ser única y primordialmente a través de los Estados Unidos. El TLCAN sería el mecanismo pero sus efectos positivos fueron limitados. Ahora, el TLCAN está bajo ataque de Donald Trump.
Esta es la oportunidad de discutir un nuevo modelo de desarrollo, y como parte del mismo, la reformulación de una auténtica política exterior del Estado. La respuesta a la compleja problemática global que México debe afrontar no está ni en el pasado ni en la ortodoxia ideológica. Debemos ver hacia el futuro y tener claridad de los retos globales, así como de la solución de los problemas estructurales que enfrenta nuestro país.