“¿Quién teme a Virginia Woolf?”: “La búsqueda inútil del amor”

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La primera escena de “¿Quién teme a Virginia Woolf?” muestra la intimidad escalofriante de un matrimonio. Edward Albee hace gala de sus dotes como escritor para hacer una presentación memorable de un hombre y una mujer que, al llegar a su casa después de una fiesta, disponen un plan de ataque el uno contra el otro. Sus arrugas y canas parecen nacer más por voluntad propia que por la fuerza de la naturaleza. Los dos se caen de borrachos; no pueden hilar una conversación congruente porque su ánimo alterado los hace más eufóricos e impredecibles. Se escuchan algunos términos sofisticados, referencias a la actriz Bette Davis y palabras propias de un intelectual.

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            La familiaridad nos hace suponer que es un matrimonio de muchos años, de aquéllos donde es imposible esconderse y donde cada uno sabe cuál es la estrategia si alguien quisiera hacerlo. Sin embargo, los insultos constantes entre ellos vibran en la pared, los libros regados por el suelo, las botellas de alcohol y las colillas de cigarro, para hacernos entender que este plan de ataque es su forma de demostrarse el amor consumido por los años.

            Albee recrea el pequeño universo de Jorge y Martha, este matrimonio hecho pedazos de la puerta hacia adentro, para hablarnos de la decadencia hecha costumbre. “¿Quién teme a Virgnia Woolf?” hace la radiografía de una pareja donde el amor se trata de una interminable lucha de poder. El gran secreto para mantenerse unidos consiste en demostrarse quién puede más, quién devora más, quién lastima con mayor tino.

            Jorge está castrado así como Martha está mutilada. Los dos seres incompletos se necesitan para sobrevivir en una casa repleta de frustraciones y sueños abandonados. La sensación de estar rotos los une cada vez más con el que alguna vez los rompió; la mayor delicia del matrimonio no está en el sexo, el amor o la complicidad, sino en la capacidad de regocijarse en el dolor del cónyuge.

            En medio de esta violenta familiaridad, cuando la borrachera se volvió cruda, Nicolás y Linda, unos jóvenes casados de la misma fiesta que venían Jorge y Martha, llegan a la casa. Aquí podemos atar cabos: los hombres son académicos y todos fueron convidados a una celebración de la universidad donde trabajan.

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            El encuentro de estos dos matrimonios hace un espejo perfecto. Jorge y Martha ven en los más jóvenes un recuerdo de ellos mismos cuando anhelaban una extravagante felicidad. Nicolás y Linda ven a estos decadentes como su destino irremediable al mantener en sus cabezas pobres ilusiones en torno al amor. Albee hace más crudo el retrato de la cotidianidad conyugal al combinar cuatro personajes que se aferran a las ruinas de un deseo que enfrentarse a su propio vacío.

            Los diálogos están diseñados para provocar a las buenas conciencias y darnos una patada en nuestra confortable (doble) moral. Las mentiras caen una a una sin dar tregua a los espectadores. Cada nueva verdad se vuelve más dolorosa, más letal. Lo más increíble, a nivel literario, es que las subidas y bajadas de intensidad se parecen mucho a las de una borrachera pero, al final de la obra, esta sensación se vuelve asfixiante al descubrirla real, sin necesidad de una botella, en ambos matrimonios.

            Daniel Veronese es muy hábil para dirigir el montaje mexicano con un ritmo trepidante; sabe que las palabras de Albee no necesitan de complicados juegos escenográficos o de iluminación, sino de la presencia de un actor capaz de irradiar una fuerza emotiva sin precedentes. Esto no es más que para el lucimiento de cuatro intérpretes alejados del cliché para abordar personajes con parlamentos cruzados e indirectos.

            “¿Quién teme a Virginia Woolf?” es una obra difícil en dos sentidos: en primer lugar, la atmósfera necesaria para que todo sea verosímil es una de las cosas más complicadas de conseguir porque se necesita de un trabajo sofisticado de dirección y una investigación actoral profunda; por otro lado, está la sombra de Elizabeth Taylor y Richard Burton, en sus interpretaciones de Martha y Jorge, en la versión cinematográfica de Mike Nichols.

            Veronese aprovecha la sólida técnica de sus actores para dar un bordado fino a las relaciones y reacciones; pone de su lado el referente popular de la película al incluir guiños a las memorables interpretaciones de Taylor y Burton en esta puesta en escena. A kilómetros de distancia, se nota que Veronese agarró el toro por los cuernos, no se apanicó al tomar un gran clásico de la dramaturgia estadounidense, para convertirlo en un trabajo personal y coincidente con la idiosincrasia mexicana.

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            Blanca Guerra, al interpretar a Martha, se echa a la bolsa la presea que toda actriz quisiera conseguir; la sutileza y la buena economía energética convierten a Guerra en el alma del montaje mexicano. Álvaro Guerrero, como Jorge, destaca por una enorme expresividad y un peso actoral fuera de serie; lo más digno de aplaudirse es cómo resuelve los parlamentos indirectos con el gesto más efectivo.

            Sergio Bonilla, que representa a Nicolás, tiene la oportunidad de demostrar su resistencia actoral por ser el contrapunto de todos los personajes. A riesgo de sonar frívolo, es impresionante el parecido físico con su padre, Héctor Bonilla, pero no sólo tiene esta herencia genética en su bolsillo sino el impresionante histrionismo del linaje familiar. Adriana Llabrés, quien participa como Linda, posee en sus manos un trabajo con una considerable exposición para demostrar su impecable destreza técnica; ella, sin duda, es una estrella y todo mundo hablará de ella pronto.

            La última escena de “¿Quién teme a Virginia Woolf?” apaga las incómodas risas durante toda la función. Hasta el último momento nos damos cuenta de la trampa de Albee para vernos en nuestra bestialidad como seres humanos: nos reímos porque el dolor es insoportable. Pero, tal vez lo más cruel de esta trampa, es descubrirnos adictos a este dolor.

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“¿Quién teme a Virginia Woolf?”
De: Edward Albee
Dirección: Daniel Veronese
Foro Cultural Chapultepec (Mariano Escobedo 665, colonia Anzures)
Viernes 20:45 hrs., sábados 18:30 y 21:00 hrs., domingos 17:30 hrs.

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