Recuento

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Hace tres años, Samuel Podolsky me alentó a escribir en El Semanario como medio para expresar mis puntos de vista y opiniones sobre el acontecer económico y financiero, en una situación internacional y nacional de gran turbulencia. De entonces a la fecha, el mundo cambio dramáticamente, aunque muchos nos hagamos la ilusión de que aún somos los mismos. El cambio se ha dado por el mismo devenir de los acontecimientos, pero también por las ideas prevalecientes que los han inducido.

Para emprender tal tarea, en todo momento me propuse usar un lenguaje claro y directo, aunque ello muchas veces es un reto fallido para quienes nos formamos en la ciencia abismal de la economía. De igual forma, he tratado de transitar ordenadamente de la descripción de los hechos económicos y financieros hacia su explicación lógica y racional, tratando de evitar, hasta donde es posible, la prescripción que tanto seduce a comentaristas y analistas.

Tres han sido los ámbitos en los que he empeñado mi esfuerzo intelectual de comunicación con los amables lectores de este medio. El primero ha sido el ámbito internacional, por la gravedad y extensión de la crisis, que ha revelado la interconexión económica global desarrollada a partir de los 1990’s. El segundo ámbito abordado ha sido el relativo a la descripción y explicación de la realidad nacional, en un momento en que la visión nativa de los “mercados eficientes” ha conformado finalmente una economía desordenada y anti-productiva. El tercer ámbito abordado ha estado más centrado en aspectos teóricos y conceptuales de viejas y nuevas ideas, de conjeturas en desuso y de nuevas presunciones, en un entorno nacional en el que la ciencia parece ser asumida como verdad revelada, más que como explicación de la realidad.

Obviamente los problemas económicos seculares y estructurales son simplemente el reflejo de la economía política. No puede haber política económica, sin economía política. La primera no se da en el vacío, más allá de la sociedad, ni se instaura sin el consentimiento de las fuerzas políticas, que reflejan o no las preferencias de la ciudadanía. Mismas que normalmente son expresadas a través del voto electoral. La segunda, la economía política, está en concordancia directa con las intenciones reales del gobierno para servir el interés general o el interés particular, para atender a tal o cual grupo social, bajo la premisa que no puede haber economía sin política, ni que la suma cero conduce necesariamente al equilibrio y el progreso.

Inicié mis colaboraciones abordando el candente tema del rescate financiero primario de Grecia, después de haber estado un par de semanas en Portugal. Grecia fue, entonces, una clara muestra de la parálisis de la acción gubernamental sometida ciegamente al capital internacional. Otra dirección de economía política hubiera requerido romper con el paradigma económico y hacer que el capital pagara desde el primer rescate el costo de su rentismo, en beneficio del trabajo y del crecimiento económico. Tal acción fue tardía, después de haberse hundido la economía, llegando el desempleo a niveles socialmente peligrosos y haberse elevado la prima de riesgo a niveles de un colapso general.

Con Grecia continuaron el hundimiento de Irlanda, Portugal y emergieron las crisis española e italiana, transitándose por el mismo camino de fracasos y desesperanzas. Faltaron nuevas ideas para enfrentar una crisis inédita y estuvieron ausentes renovadas acciones comunitarias que fortalecieran la integración europea. Se acrecentaron las deudas públicas por la socialización de los rescates de grandes corporaciones financieras (¡Acaben ya con esta depresión!, P. Krugman).

En contraste, tal como se documentó entonces, como fruto de un activismo gubernamental dentro de la economía, la recuperación económica de Estados Unidos (USA) pareció dar mejores resultados que los europeos. Sin embargo, el mejoramiento de la economía de USA finalmente se estancó por la limitada acción pública y por la oposición política interna, sin dejar de estar ausentes las añejas ideas de privilegiar a la economía financiera sobre la economía productiva. Walt Street recuperó su jauja, los financieros regresaron a la fiesta, pero la economía no terminó por generar la producción y el empleo esperados.

Hoy, a más de un lustro de iniciada la crisis internacional nadie se atrevería a cantar victoria, en este lado o aquel del océano. En este lapso de tiempo, la crisis, más allá de sus datos macroeconómicos, ha cobrado rostros en millones de jóvenes, en millones de desempleados, se ha instaurado en millones de hogares pobres y ha cancelado el futuro de toda una generación. También ha demostrado que, como en toda crisis económica, siempre son más los perdedores que los ganadores.

Sin embargo, los afortunados de la crisis han continuado por el amplio camino del beneficio del capital sobre el trabajo, que había sido alertado desde los 1980’s en USA y que hoy múltiples estudios demuestran su agudización. Tendencia secular que impidió obtener los resultados de recuperación que se esperaba con la inyección de liquidez en USA, tal como lo documentó Joseph Stiglitz, con su libro de “El Precio de la Desigualdad”. Al final, el activismo económico ha beneficiado aún más a la población de más altos ingresos. Con ello se ha hecho patente que la política económica convencional dará resultados perversos, en tanto no se admita que el problema de la crisis y su evolución yace netamente en la economía política, que ha privilegiado ciegamente hasta ahora al capital sobre el trabajo, el interés particular sobre el interés general.

Este devenir no ha sido ajeno a México. En todo caso ha sido la justificación gubernamental para profundizar aún más en la aplicación de un recetario que sistemáticamente en los últimos años no ha dado los resultados electoralmente ofrecidos. De 1994 a 2013 México fue la tercera economía de menor crecimiento en la región latinoamericana, después de Haití y El Salvador, resultados que no pueden ser festinados como simple producto del Tratado de Libre Comercio (Nafta). México desde el inicio del Tratado absurdamente ha carecido de una política industrial y de financiamiento para el crecimiento.

Bajo el principio de que sin inversión no hay crecimiento, consecuentemente la formación de capital de la economía nacional ha sido una de las más bajas de la región. En toda lógica, sin un adecuado mercado interno, no hay razón para desarrollar nuevas inversiones productivas. El mercado interno se ha contraído por una devaluación interna sustentada en la contracción sistemática de los salarios y una apreciación del peso. La política impositiva no ha sido ajena a este logro.

El resultado social del bajo desempeño económico mexicano ha significado que otros países, como Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, hayan sacaron a miles y a millones de la pobreza, en tanto el número de mexicanos en tal situación de fragilidad existencial y social haya crecido sustancialmente. Se estima que de 2012 a la fecha el número de compatriotas en situación de pobreza aumentó en 2.6 millones. Otros miles más habrán de engrosar esta cifra en 2014.

México ha desperdiciado su bono demográfico y en el último lustro ha expulsado mano de obra calificada, especialmente a USA. México invierte en recursos humanos, pero o no encuentran trabajos productivos o salen al extranjero en busca de oportunidades de empleo. Este desperdicio económico también significa el desperdicio de sueños y de esperanzas, de la población potencialmente más productiva. Bien se dice que salen los más valientes de los mexicanos, los que no se han conformado con la desesperanza y los que se quedan son clientes de la violencia y la injusticia.

El país parece navegar a las libres fuerzas económicas, sin reglas que alienten la competencia y la eficiencia. No parece haber acción pública coordinada y coherente. La acción federal es una, la de los estados otra y la municipal opera sin ton, ni son. La desarticulación de la acción pública es evidente.

Hace falta una gobernanza nacional, que aliente la transparencia y la rendición de cuentas. Hay que comenzar por eficientar e incrementar la productividad pública, como base para lograr la correspondiente del sector privado y del sector social. No puede haber más eficiencia y mejor productividad privada y social, si se carece de ella desde el sector público.

En la economía no bastan las buenas intenciones y los supuestos irreales, al final los factores de la producción, como el capital y la mano de obra, se mueven bajo la lógica de la ganancia, de la eficiencia, de la temporalidad de su realización, del marco institucional dentro del que operan y de las reglas imperantes del juego económico. Se necesita rumbo promisorio, destino deseado y realismo económico.

Hay nuevas ideas económicas y hay una nueva realidad política y social. Los argumentos y razones de una nueva economía política se debaten frente a viejas ideas y un pasado secular de creciente inequidad. La responsabilidad fiduciaria del estado frente a la riqueza nacional ha emergido de nuevo, su compromiso para el crecimiento y el desarrollo esta manifiesto y el objetivo del bienestar social comienza una vez más, a primar.

Ojala y en México entendamos y atendamos a tiempo el cambio, por beneficio propio. No lleguemos una vez más tarde a la historia. Esta no se repite y cobra muy caro su olvido.

En estos tres años pasados espero haber cumplido satisfactoriamente con El Semanario y sus lectores. Espero seguir haciéndolo en esta nueva etapa de mi vida, cuando la vida nacional se debate entre la impunidad y la injusticia. Mucho puede hacer sobre ellas la sociedad y los ciudadanos.

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